I due Foscari, Palau de Les Arts de Valencia, 02/02/2012
I due Foscari es un título que va encontrando un lugar en el repertorio, por méritos propios. Y es que estamos ante una música inspiradísima, llena de imaginación melódica, de recreación ambiental y con una línea vocal en la que se suceden, una tras otra, páginas de indudable atractivo y fantástica factura. Orquestada con gran habilidad y con unas posibilidades dramáticas de auténtica teatralidad, no extraña que Plácido Domingo haya fijado su mirada en esta partitura para seguir ampliando su catálogo de barítonos verdianos, ni que Leo Nucci lo mantenga como uno de sus caballos de batalla.
En conversación con los aficionados que le esperaban al término de la función, el propio Domingo comentaba que no hay tanta distancia entre I due Foscari, estrenada en 1844, y la partitura original de Simon Boccanegra, cuya primera versión data de 1857. No deja de haber algo más de una década entre ambos títulos, pero es cierto que su ambientación y sus roles principales tienen no pocas connotaciones, al margen de la evidente evolución de la escritura vocal y orquestal que se aprecia en la segunda respecto a la primera. Celebramos pues que, aunque sea por capricho de un grande como Domingo, regrese de nuevo a los escenarios esta partitura, que también Muti ha elegido para completar su cartel de títulos verdianos en Roma.
Por lo que respecta a la representación que nos ocupa, comenzaremos diciendo que le hemos visto mejores actuaciones al gran Plácido Domingo. Y es que los años no pasan en balde, y hay ya una distancia apreciable entre su fantástica encarnación de Simon Boccanegra, allá por julio de 2010, en el Teatro Real, y estos nuevos barítonos verdianos que incorpora ahora a su ya vastísimo repertorio. La voz sigue teniendo personalidad, sigue teniendo presencia y color en el centro, y el cantante sigue siendo un comunicador nato, con un magnetismo escénico de primera. Pero no es menos cierto que el fiato no siempre acompaña, menos desahogado de lo que debiera para afrontar páginas con escritura de filiación belcantista como las de I due Foscari.
De ahí que la fonación de Domingo quedase más expuesta en la sucesión de notas breves, en las frases más ágiles y, en general, en los pasajes más extremos, pues al fin y al cabo ni el agudo ni el grave responden, por armónicos, a lo que cabría esperar de un barítono verdiano, algo también apreciable en los concertantes, donde el balance entre voces no siempre era equilibrado. Así las cosas, lo que sorprende es que un cantante de 72 años siga siendo capaz de emocionar como no lo hizo ninguno de sus compañeros de reparto. Y es que el que tuvo, retuvo, y Domingo retiene tanto que incluso en la carencia encuentra virtud.
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