Por F. Jaime Pantín
Oviedo. 28-XI-2018. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de Piano «Luís G. Iberni». Piort Anderszewski. Obras de Bach y Beethoven.
El programa ofrecido por Piotr Anderszewski el pasado miércoles fue de los que ponen a prueba no solo la capacidad intelectual y artística del intérprete sino también la madurez del público. Una primera parte dedicada a Bach, con seis Preludios y Fugas del Clave bien temperado, con toda la complejidad que ello supone, y la audición en la segunda de uno de los monumentos del repertorio pianístico de todos los tiempos, las Variaciones Diabelli op. 120 con las que Beethoven cerraba prácticamente su ciclo pianístico -a la espera de las tardías Bagatelas del op. 126- la primera de las cuales sirvió al pianista polaco para cerrar su intenso recital.
Anderszewski es un intérprete de difícil clasificación que no responde a los cánones del virtuoso tradicional -a pesar de poseer una técnica de altos vuelos– ni al encasillamiento como pianista chopiniano tan habitual entre los grandes pianistas polacos. Sus programas se centran en las obras más intrincadas del repertorio, como las Partitas bachianas o el Beethoven de última época, con especial mención a compositores infrecuentes como Janacek o Szymanowski. Su estilo posee un fuerte componente personal tendente a un hermetismo y sobriedad que no excluyen el refinamiento sonoro, ofreciendo versiones novedosas y sumamente interesantes que ponen de manifiesto una excepcional capacidad analítica y un sólido concepto clásico.
La selección de seis números del II Libro del Clave bien temperado, cuidadosamente elegidos para mostrar la variedad de estilos contenida en esta magna obra, fue acertada, aunque no parece responder a ningún plan preconcebido más allá de mostrar la belleza de una música que, manteniendo el mismo nivel artístico que los preludios y fugas del Libro I, muestra mayor amplitud, audacia y complejidad si cabe.
La inclusión de dos de las piezas más intrincadas de la colección -los BWV 877 y 887, en re sostenido menor y sol sostenido menor- ambas con preludio en forma bipartita, esquema que abunda en este segundo libro- contrasta con la sencillez del BWV 876, en mi bemol mayor, transparente y luminoso, la majestuosidad del BWV 870 en do mayor, el lirismo del BWV 886 en la bemol mayor o la brillantez del BWV 892 en di mayor, contrastes no muy apreciables en una interpretación netamente intimista, con dinámicas muy restringidas, escasa variedad articulatoria (a excepción del Preludio y fuga en mi bemol, fuertemente caracterizado), con un legato perenne al que contribuye eficazmente una pedalización casi imperceptible pero constante, complejísima y magistral, pero que impregna la sonoridad de una pátina de resonancia que confiere al sonido una cierta sensación de irrealidad. La polifonía resulta así algo oscura y el protagonismo de los motivos se consigue frecuentemente por el soslayo del resto de las voces, aportando a la interpretación un destacado carácter melódico, con claro predominio de la armonía sobre el contrapunto.
Lo mejor del recital llegó en la segunda parte, con una lectura antológica de las 33 Variaciones beethovenianas donde Anderszewski realizó un impresionante despliegue de virtuosismo, intelecto y fantasía en una obra cuya complejidad resulta abrumadora para cualquier pianista que se plantee su interpretación.
Auténtico testamento pianístico de Beethoven, estas variaciones suponen un resumen de toda su sabiduría tecladística, a la vez que un alarde de ciencia compositiva e imaginación desbordante que permiten la extracción de las posibilidades más insospechadas de ese tema, aparentemente banal, que sirve de punto de partida a una estructura portentosa que comparte la supremacía del género Variación con las Goldberg bachianas, por encima de las grandes aportaciones posteriores de Brahms o Max Reger.
La versión de Anderszewski incide sobre los aspectos más interiorizados de una música que frecuentemente se aborda desde el humor y el sarcasmo. El tono elegíaco es palpable en muchos momentos, a veces desde la protesta, otras desde el ensimismamiento. La organización, de lucidez admirable, del pianista polaco se aprecia en la perfecta planificación de la relación de tempo entre las sucesivas variaciones, algo especialmente complejo en una obra en la que Beethoven anota un diferente aire para cada una de ellas, con la sola excepción de la número III, que debe tocarse al mismo tempo que la anterior y la número XVII, que comparte tempo y disposición instrumental con la XVI.
Impecable asimismo la estructuración de las pausas -a veces inexistentes, otras apenas imperceptibles y a veces dilatadas- y técnica portentosa, con matices de gradación milimétrica en los pianísimos, con puntuales incursiones a un forte que se caracteriza sobre todo por la incisividad y la contundencia más que por la redondez, trinos perfectos en los que cada nota se percibe con transparente individualidad y pedalización de alquimista que contribuye a un colorido de plenitud orquestal, todo bajo el control de una planificación intelectual rigurosa que sin embargo parece surgir de manera espontánea. Imposible detallar todas las variaciones pero de todo este mikrokosmos quedará para el recuerdo la belleza indefinible con la que Anderszewski recreó la enigmática variación XXXI, ese Largo, molto expresivo, eterna y extática improvisación que impregnó de emoción el Auditorio.
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