Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona. L’Auditori. 24/I/16.Obras de Granados, Liszt y Mahler. Nicholas Angelich, piano. OBC. Pinchas Steinberg, director.
La Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña programa la Quinta sinfonía de Mahler con regularidad y es una obra idónea para verificar el estado de forma de la plantilla. La sesión empezó con el intermedio de Goyescas ofrecido con pulcritud pero con laxitud, cierta prosodia y sin atisbos de dramatismo. Esperemos que la próxima temporada y la 2017-2018, la OBC cumpla con Granados de una manera más digna incluyendo alguno de sus poemas sinfónicos así como los preludios y danzas de sus obras líricas. Están grabados por la misma formación en sellos como Tritó.
La matinal, con la sala llena como caracteriza las sesiones del domingo, prosiguió con el Segundo concierto para piano y orquestra de Liszt y Nicholas Angelich al piano. Cabe plantearse qué intereses de agentes y proyectos artísticos hay detrás de la contratación de artistas extranjeros que copan las temporadas de orquestas como ésta, desplazando a artistas autóctonos que podrían ofrecer las mismas credenciales artísticas. Angelich abordó su parte sin ninguna espectacularidad, con funcionalidad, en una lectura que casi confundiendo lentitud con ensoñación dentro de una versión cerebral, nada edulcorada, ni efectista y con algunos algunas divergencias en la sincronización con la orquesta. Por cierto, sería bueno que las fotografías de los solistas aparecieran actualizadas en los programas de mano. Entre el público se llegó a pensar que se trataba de un sustituto no anunciado.
La segunda parte fue la más satisfactoria con una Quinta muy digna, in crescendo con sus mejores bazas en el Scherzo, el Adagietto y el Rondó que hizo palpitar hasta la apoteosis. El cuarto movimiento, lo mejor servido de todo el programa, sin llegar a antisentimental, tendió más hacia un Adagio que a un “Poco adagio” paladeando las reminiscencias y citas del Tristán wagneriano en un fraseo bien dibujado, expresivamente meditativo y una texturación encomiable. Aquí se corroboró que, como en el segundo movimiento, Steinberg trabajó la construcción por bloques a la búsqueda de riqueza de planos.
El director israelí plasmó la obra con notable claridad plástica a pesar del escaso idiomatismo en los pasajes klezmer y del aspecto fúnebre del primer movimiento. Enfatizó más la vertiente esperanzadora que la de la tragedia que pudo ser y no fue. Implicación, corrección y un halo proteico (Scherzo y Rondó) lo parecieron asemejar a batutas objetivistas de la pasada centuria. A destacar las excelentes intervenciones de atriles como el trompista Juan Manuel Gómez (Scherzo), el clarinetista Josep Fuster, la oboísta Dolors Chiralt y la arpista Magdalena Barrera (Adagietto).
En resumen, un programa excesivamente largo que en atención al régimen de ensayos y calendario de la orquesta impidió una ejecución mucho más perfecta –no por ello floja- de una sinfonía que, recordémoslo, revertió la producción de Mahler hacia un grado mayor de abstracción y polifonía. Si con la Novena de Beethoven la semana anterior sólo se antepuso la Obertura cendrillon de Sor es poco justificable añadir un concierto para piano y otra pieza a una sinfonía cuya exigencia técnica e idiomática es superior, al margen de virtudes estéticas. En la orquesta planeaba una sombra de agotamiento que el público no pareció notar. Los aplausos, sin duda, fueron merecidos por el esfuerzo y por los resultados.
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