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CRÍTICA: BOADELLA NO ACIERTA 'UN PIMIENTO' CON VERDI Y WAGNER EN LOS TEATROS DEL CANAL. Por Gonzalo Lahoz

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Autor: Gonzalo Lahoz
23 de abril de 2013
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VACÍO DESVARÍO

Madrid. 18 / 04 /2013. Teatros del Canal. UN PIMIENTO VERDI, de Albert Boadella con música de Giuseppe Verdi y Richard Wagner fundamentalmente. Leonor: María Rey-Joly. Brunilda: Elvia Sánchez. Roberto: José Manuel Zapata. Sigfrido: Antoni Comas. Sito: Luis Álvarez. Pianista: Borja Mariño. Dirección artística: Albert Boadella. Escenografía: Josune Cañas.

      "Un pimiento Verdi" se presenta como un duelo musical entre Verdi y Wagner, así como un homenaje a sendos compositores; pero ni lo uno ni lo otro se encuentra en el espectáculo, llamémosle así, que Boadella ha ideado para estrenar en los madrileños Teatros del Canal.
       No es un duelo musical ni es un homenaje al gran Wagner en cuanto que lo que en un principio parece sí seguir lo así anunciado, acaba desvariando en un ataque continuo hacia el germano en cualquiera de sus ámbitos. Tampoco se aprecia demasiada consideración hacia Verdi, hacia la música en general ciertamente, en cuanto la velada avanza. El elenco vocal cumple con cierta solvencia, mucho mejor ellas que ellos, pero dentro de lo correcto siempre teniendo en cuenta la carrera de obstáculos que supone para cualquier cantante un espectáculo de este tipo en el que una misma voz  ha de cantar desde el Duque de Mantua de Rigoletto hasta el Tristan wagneriano pasando por Otello. No eran las voces lo que debía primar en esta noche sino la vis dramática y en eso cumplieron con creces todos y cada uno de los participantes principales.
       No obstante, la creación de Boadella no respira por muchas causas, primeramente porque el dramaturgo catalán no consigue poner en pie una vaga idea, su vacía concepción sobre lo musical, sobre Verdi, sobre Wagner, incluyendo tristes errores de base, como que un Wagner revivido sobre el escenario se ponga a criticar la melodía belliniana, o la asociación directa que se establece entre la música atonal contemporánea y dicho compositor, así como la por momentos extraña unión, cogida por los pelos, que se realiza entre el texto que se canta y el instante dramático que se representa - quiero en este punto reclamar unos necesarios sobretítulos en los Teatros del Canal - .

      Durante la larga hora y cuarenta minutos de duración, que por momentos se hace muy cuesta arriba, hay tiempo para todo. Mucho humor burdo, de trazo grueso que en un primer momento consigue su función y hace escapar la sonrisa, para acabar planteándose, tras un uso abusivo y repetitivo del mismo, si el autor está subestimando la inteligencia de quien asiste. De veras no encuentro necesario, por poner un ejemplo, que durante todo un número tenor y soprano se estén escupiendo continuamente a la cara; asemejándose incluso a una función de Los Payasos de la Tele, con la salvedad, claro está, de que estos eran únicos en su género.
       Cómo no, tratándose de una obra de Boadella, cabe también hablar de política, aquí metida con calzador, desde el Himno Nacional y Franco al cava extremeño y no catalán, hasta toda una perorata sobre el nazismo y Richard Wagner que, de haberse hilvanado con mayor soltura, hubiera conseguido algo más que desconcierto y bostezos sueltos entre el público. Se esté de acuerdo o no con los pensamientos del dramaturgo, parece que no era éste el espectáculo donde seguir mirándose el ombligo. Quizá sea esta la razón por la que naufraga la representación, porque está cerrada a una única visión, a aquella que retrata como aburrido y pesado a Wagner y aquellos otros compositores que beben de su música, al aborrecimiento de la música contemporánea a la que tacha sin ningún remordimiento como mero ruido, incitando a no pisar el Auditorio Nacional cuando se programa en él, a la elección de lo patrio frente a lo extranjero sólo por el mero hecho de ser español, a un buen puñado de desvaríos que no atrapan ni a propios ni a extraños de la música clásica y la ópera y en el que ni siquiera se consigue una simple polémica dado que no hay tensión, no hay relleno en una noche en que todo está vacío, incluso el humor. No hay ilusión ni resquemor, y cuando se sale de una sala pensando "lo ha intentado", esa es la peor sensación.
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