Crítica de Alba María Yago Mora del concierto de la Orquesta de Valencia en el Teatro Principal, bajo la dirección de Pietari Inkinen y con Andreas Ottensamer como solista
La gran melodía
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 2-III-2023. Teatro Principal. Andreas Ottensamer, clarinete. Orquesta de València. Director: Pietari Inkinen. Obras de Jean Sibelius y Johannes Brahms.
Rebautizado como Finlandia tras su primera representación en 1899, este breve poema sinfónico fue el encargado de abrir el concierto que ofreció la Orquesta de Valencia el pasado jueves. Convertida en un símbolo de la lucha finlandesa y su independencia, es una obra conmovedoramente patriótica, cuyo numen queda lejos de las fuentes de inspiración recurrentes en la obra del compositor, como lo son la inmensidad de los bosques fineses o la naturaleza indomable.¿Qué se puede hacer con Finlandia que no se haya hecho ya? El maestro Pietari Inkinen intentó dibujar una primera sección grave a través de la sección de metales. Todo esto quedó en un intento, ya que no sabemos con certeza si esta falta de acople fue debida quizás a la acústica del teatro (uno de los lugares donde la orquesta actúa hasta la reanudación de sus conciertos en el Palau de la Música, que sigue en obras), o debido a la posible falta de sinergia entre el director finlandés y los músicos de la agrupación valenciana. Quizás se esperaba una interpretación tranquila -al principio-, insegura, casi amenazante, una descripción de la oscuridad zarista que envolvía a Finlandia, pero no fue así, al menos en el inicio. La música empezó a transcurrir a un ritmo estimulante, y cuando Inkinen llegó a la gran melodía, la orquesta tocó con un intenso fervor patriótico - esta es una de las grandes melodías de la música clásica, que conmueve y eleva incluso a los no finlandeses. Se podría haber imaginado a una multitud de hombres, mujeres y niños cantándola con un nudo en la garganta-. Finalmente la orquesta logró transmitir a través de su interpretación la esperanza, la indignación y el júbilo que hacen que esta obra siga siendo la más conocida del compositor finlandés.
El clarinetista austríaco Andreas Ottensamer fue el encargado de seguir y protagonizar la velada. Lo hacía con una de las grandes páginas concertantes del repertorio para clarinete: la Sonata para clarinete nº1 en fa menor, op.120 de J. Brahms. Interpretó el famoso arreglo para orquesta que Luciano Berio elaboró en su día estimulado por una carta que Brahms escribió al clarinetista Mülhfeld, en la que le mencionaba que compondría dos modestas sonatas con piano para su instrumento. Berio era tan capaz de ser tan vanguardista como los mejores, pero también tenía una fuerte veta romántica. El arreglo de esta sonata es un poco más intervencionista, con algunos compases extra, al estilo de Brahms, al comienzo de los dos primeros movimientos. El tono de Ottensamer fue brillante y directo, incluso pudo volverse intimidante en los pasajes más extenuantes, aunque el movimiento lento y el Allegretto estilo Ländler fueron una delicia. La interpretación fue bastante limpia, aunque no tan espectacular y brillante como las que suele ofrecer, quizás debido a los problemas de salud que arrastró unos meses atrás y que le llevaron a buscar sustitutos para algunos de sus conciertos, o simplemente puede que peque de tener un público bien acostumbrado. Como despedida, el joven solista deleitó a la audiencia con la interpretación de «E lucevan le stelle», de la ópera Tosca, de Puccini, donde, a pesar de su brevedad, pareció agradar más a buena parte del público que la propia sonata.
Cerraba este concierto la Sinfonía nº5 en mi bemol mayor, op.82, de Sibelius. Habiendo disfrutado del final de Finlandia, había grandes esperanzas en la interpretación de su quinta sinfonía. Quizás todavía haya mucho que reflexionar, y que admirar... Bajo la inteligente dirección de Inkinen, las primeras páginas de la sinfonía se desarrollaron exactamente con la corriente adecuada para ellas. El maestro dirigió emotivamente y sin forzar a través del andante central mosso‚ aunque a veces la última onza de concentración parecía esquiva (por ejemplo, en un pasaje en pizzicato de las cuerdas). Los últimos dos movimientos fueron sobresalientes, fluidos pero finamente detallados, aunque puede que, desafortunadamente, se quedaran un poco cortos en términos de intensidad ardiente y empuje acumulativo. La construcción final definió la palabra masivo en términos sinfónicos. A pesar de que la coda del primer movimiento parecía carecer de energía, la capacidad del finlandés para capturar la atmósfera oscura de la primera mitad del movimiento fue ejemplar, y manejó sin esfuerzo aparente la transición culminante a la segunda parte. Aunque es cierto que otros directores han logrado una aceleración más emocionante físicamente en la coda, este tuvo mucho de la flotabilidad necesaria y una articulación rítmica reveladora de las cuerdas. Elogiar, sobre todo a los vientos, por la ardua tarea de intentar empastar, afinar y resolver a tiempo.
Foto: Orquesta de Valencia
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