Por Sílvia Pujalte
A menudo encontramos cantantes que se dedican fundamentalmente a cantar ópera y de vez en cuando se acercan a la canción, grabando un disco o dando algún recital. Philippe Jaroussky es uno de estos cantantes de canción ocasionales, desde su debut a principios de los 2000 ha publicado una extensa discografía en la que encontramos dos discos de mélodie: Opium, del año 2009, y Green, que ha salido al mercado hace unas semanas. El primero incluye desde canciones bien conocidas de Gabriel Fauré y Reynaldo Hahn hasta obras de compositores poco habituales como André Caplet y Guillaume Lekeu; el segundo es una completa selección de más de cuarenta mélodies compuestas a partir de poemas de Paul Verlaine. Sus recitales han girado en torno los respectivos lanzamientos de los discos, apenas los encontramos fuera de estas fechas. Pero hay dos cuestiones que lo diferencian de la mayoría de los cantantes: su carrera está centrada en el Barroco, no son tantos los cantantes especializados en esta época que canten canción, y se trata de un contratenor, una circunstancia aún menos habitual.
Jaroussky explica que su acercamiento a la canción se debe a su curiosidad, en su caso innata pero también obligada para cualquier músico, a su entender un cantante ha de tener la inquietud de salir de vez en cuando de su zona de confort. Esta claro que en el caso de Jaroussky esta inquietud no se limita a sus incursiones en la mélodie, no hay más que seguir su trayectoria con sus numerosas recuperaciones de autores y obras barrocas prácticamente olvidados. También lo mueve la búsqueda de nuevas maneras de expresarse, con géneros diferentes que precisan de técnicas distintas y, sobre todo, tienen un carácter casi opuesto; la mélodie se aleja de los sentimientos extremos que encontramos en la ópera barroca y se mueve, en general, en una paleta menos contrastada, con frecuencia girando en torno a la melancolía. Por lo que respecta a su voz y a la extrañeza que puede producir escuchar este repertorio cantado por un contratenor, su argumento, ciertamente irrefutable, es claro: la mélodie no está escrita para ninguna voz en particular. Queda al gusto de cada oyente, que también es indiscutible, que el timbre suene o no adecuado.
Los acercamientos esporádicos a la canción de cantantes no especialistas son en ocasiones interesantes, en ocasiones prescindibles; con Philippe Jaroussky nos hallamos en el primer caso. Su selección de mélodies en Opium y, especialmente, en Green, indica que aunque sea un cantante ocasional de canción no es un cantante "de circunstancias" que se limite a cantar las piezas más conocidas. Por ejemplo, las versiones de diferentes compositores de un mismo poema de Verlaine, incluídos Charles Trenet, Léo Ferrer o Georges Brassens, confirman la curiosidad del cantante y muestran el rigor de su trabajo. Las interpretaciones son, no hace falta decirlo, muy personales. Siempre muy musical, se mueve bien en ese ámbito melancólico y soñador que mencionábamos antes y con algunos compositores como Reynaldo Hahn ofrece estupendas versiones. En cambio, cuando las canciones se mueven hacia sentimientos más profundos no se muestra tan expresivo como se muestra cantando ópera, lastrado, seguramente, por la dificultad de colorear y matizar como precisa la canción. Pero el repertorio es amplio y Jaroussky tiene donde elegir sin acercarse demasiado a menudo a esa zona peligrosa.
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