Por Magda Ruggeri Marchetti
Director musical: Fabrizio Ventura. Coreografía y espacio: Virgilio Sieni. Vestuario: Elena Bianchini. Iluminación: Mattia Bagnoli. Compañía Virgilio Sieni. Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia. Nueva producción del Teatro Comunale de Bolonia. 15-21 de febrero de 2018.
Petruška, compuesto para los “Ballets Russes” de Sergej Djagilev y estrenado en París en el Théâtre du Chatelet el 13 de junio de 1911, proporcionó fama internacional a Stravinski por su música refinada, magnífica combinación de antigüedad e innovación. Su elaboración de temas populares y tradicionales no rehuye breves momentos de disonancia. Petruška, el Moro y la Bailarina son tres marionetas a las que el Titiritero, un viejo charlatán, dice a sus espectadores haber dado vida humana. En efecto, los autómatas tienen sentimientos y Petruška se ha enamorado de la Bailarina, que a su vez es amante del Moro. Al final del espectáculo el Moro echa a Petruška, que no se resigna y huye, pero es asesinado en la plaza delante del pequeño teatro ante el asombro de la gente. El charlatán convence a su público de que no ha sucedido nada, porque Petruška es una marioneta. Pero, por la noche, el espectro de Petruška se asoma sobre el tejado del teatro.
Virgilio Sieni se distancia de la visión convencional de las tres marionetas y el Titiritero, porque su Petruška tiene varias almas que se animan en el escenario y se multiplican en los demás bailarines. Según la interpretación del coreógrafo, Petruška es y no es humano, y «cruza los dos mundos con la gravedad de los sentimientos y la ligereza del pasaje», aparece en cada intérprete y se multiplica. La escenografía es esencial y de gran poder sugerente. Un etéreo espacio cuadrado definido por cortinas transparentes donde se mueven los intérpretes, que se apartan del tema tradicional para hablarnos de las relaciones entre el hombre, su naturaleza y su destino. Petruška trasciende lo humano y lo mecánico, como una energía que permea toda la humanidad creando un puente con el más allá. Los bailarines entran y salen a través de las cortinas desde ese espacio central, el terrenal, al exterior que, de algún modo, puede simbolizar la transcendencia. En toda la representación se respira una atmósfera melancólica y esperpéntica, que crea una fuerte tensión dramática. Se trata de un espectáculo totalmente nuevo, sin referentes espacio-temporales y totalmente confiado a la expresividad de los cuerpos que, con una multitud de gestos, movimentos y posturas, evocan sentimientos y pasiones.
Petruška está precedido por Chukrum, una pieza para orquesta de arcos que Giacinto Scelsi compuso en 1963. Se trata de otra visión de Petruška y especialmente se alude al nacimiento, al resplandor de la génesis del hombre. Un telón traslúcido a través del que se perciben siluetas muy difuminadas sugiere que todo deriva de la luz y de energías que plasman la materia y cuerpos informes que surgen de la nada. Son sombras muy inconcretas que evolucionan de una única masa suavemente oscilante a formas más definidas, nunca nítidas, de dos o tres siluetas humanas que siguen los movimientos de la partitura, para diluirse a intervalos en la masa informe y de nuevo concretizarse. Transmiten un universo de frustraciones y deseos inexpresados: las formas se condensan en siluetas de manos que quieren salirse de la pantalla, se buscan y se acercan sin llegar a encontrarse, para luego desvanecerse, o se materializan en los perfiles de dos cuerpos paralelos de ondulantes brazos que se mueven en sincronía entre sí y con la música. Sombras y notas inconcretas que en momentos se aproximan a figuras e instancias melódicas de pocas variaciones cromáticas, instrumentales y tonales, una suave corriente visual y sonora de lento discurrir.
La compañía de Virgilio Sieni demuestra una calidad extraordinaria y logra su objetivo. Excelente la orquesta del Teatro Comunale, dirigida por Fabrizio Ventura, que resalta los matices de los colores más íntimos de la música. Magnífica la iluminación de Mattia Bagnoli. El público del estreno, un poco sorprendido, aplaudió.
Foto: Rocco Casaluci
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