Por Raúl Chamorro Mena
29-1-2016. Madrid, Auditorio Nacional de Música. Réquiem polaco (Kristof Penderecki). Christiane Libor (soprano), Eva Wolak (Contralto), Tuomas Katajala (tenor, Stephan Klemm (Bajo). Orquesta y coro Nacionales de España. Director musical: Antoni Wit.
Como recuerda José Luis Pérez de Arteaga en su artículo del programa del concierto, el Réquiem polaco es una obra compuesta por etapas, formada por la suma de diversos elementos creados en diferentes momentos temporales desde aquella primera composición originaria, que es el Lacrimosa, escrita por Krystof Penderecki a petición de Lech Walesa para la inauguración de un monumento conmemorativo de las víctimas del levantamiento de los astilleros de Gdansk contra el gobierno, acaecido en 1970.
Aunque no puede dudarse la unidad formal de la pieza, que respeta todos los pasajes de la liturgia católica para las misas de difuntos, se nota ese procedimiento ("Work in progress") mediante el que fue creada, dejando la impresión, en cierta medida, de una especie de mosaico y una cierta irregularidad. Eso sí, con abundantes momentos de gran belleza y conmoción, si bien, como es propio de las composiciones contemporáneas, haya una mayor preocupación por las tímbricas y el colorido orquestal, por los hallazgos sonoros, que por el elemento subjetivo de la emoción, que consideran propio de otras épocas compositivas. Sin embargo, el elemento postromántico presente en el autor a partir de una determinada etapa de su trayectoria, asegura, es preciso insistir, la presencia de pasajes conmovedores, entre los que cabe destacar la referida Lacrimosa o el Agnus Dei, un impresionante coro a capella. De todos modos y a pesar del acendrado catolicismo de su autor, no se trata de una obra que rezume una especial espiritualidad, ni mucho menos ese aspecto más teatral de otros Réquiem como el de Giuseppe Verdi, partitura que estudió Penderecki previamente a la composición de la referida Lacrimosa, germen originario de este Réquiem polaco.
El gran momento por el que pasan la Orquesta y Coro Nacionales de España se antoja, sin duda, el más adecuado para interpretar por primera vez esta monumental composición, que requiere gran orquesta y coro reforzado. Además, se contaba para la ocasión con una batuta tan afín y conocedora como la de Antoni Wit responsable del estreno de las tantas veces citadas Lacrimosa y el Agnus Dei que, como ya se ha dicho, nacieron como piezas independientes. El músico nacido en Cracovia optó por interpretar, al igual que en su registro discográfico, la versión del 1993, sin la Ciaccona para cuerdas añadida por Penderecki en 2005 como número 12.
Impecable resultó la ejecución musical, de alta factura y cuidado equilibrio en cuanto a construcción, concertación y sentido de las proporciones, sin descuidar, ni mucho menos, la esmerada exposición de las tímbricas y cromatismo orquestal. Todo ello con una orquesta a gran nivel. Cuerda densa, empastada y aterciopelada, maderas precisas, metales brillantes y nada invasivos, que empastaron perfectamente con el resto de la agrupación. Magnífica asimismo la muy requerida y abundante percusión.
Sobresaliente el Coro Nacional dirigido por Miguel Ángel García Cañamero, que tradujo con excelencia la riqueza polifónica de la obra con un sonido rotundo, caudaloso y amplio, sin comprometer, ni mucho menos, la flexibilidad, ni la gama dinámica, dejando en el oyente como puntas de su gran labor, el complicadísimo, con líneas vocales intercaladas, coro a capella que constituye el Agnus Dei y la fuerza amenazante del Dies irae. Dentro del éxito general, fue especialmente ovacionado.
El cuarteto solista, equilibrado y compenetrado, se integró perfectamente en la conjuntada e intachable interpretación. La cantante más interesante resultó ser Eva Wolak, habitual en la Deutsche-Oper de Berlin, dueña de una voz robusta, extensa y timbrada. Aunque se anuncie como contralto, fue precisamente el registro grave el que sonó algo bronco y forzado. Timbre feote y blanquecino, aunque con cierta penetración, el del tenor finlandés Tuomas Katajala. Un tanto desvaída la soprano berlinesa Christiane Libor por su timbre velado en el centro y con cierta acritud en la franja superior. Recio y monolítico el bajo Stephan Klemm.
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