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Crítica: 'Peleas y Melisande' en el Teatro Campoamor de Oviedo bajo la dirección de Yves Abel

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Autor: Aurelio M. Seco
4 de enero de 2018

¡Peleas!

   Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Oviedo. 28-I-2018. Teatro Campoamor. Temporada de Ópera de Oviedo. Pelléas et Mélisande, Debussy. Edward Nelson, Paul Gay, Maxim Kuzmin-Karavaev, Eleonora de la Peña, David Sánchez, Anne-Catherine Gillet, Yulia Mennibaeva. Dirección musical: Yves Abel. Dirección de escena: René Koering. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias.

   Pelléas, peleas y más peleas. Y acabamos de empezar. Comenzamos esta crítica con la polémica del año en Asturias, un comentario ajeno a lo estrictamente musical pero, en este caso, importante, fundamental. Quién nos iba a decir que la ópera iba ser utilizada ideológicamente por ciertas corrientes políticas, las nacionalistas, las que empujadas por Podemos e Izquierda Unida hablan de imposición del castellano en Asturias pero nunca usan la expresión “español”, las que afirman que España está compuesta por diferentes pueblos, que es nación de naciones, en fin, estas cosas que ya sabemos a dónde nos llevan echando un vistazo a lo que está pasando en Cataluña.

   Es la primera vez en la historia de la temporada de ópera del Campoamor que el Ayuntamiento decide usar bable en el saludo de bienvenida grabado que se emite por megafonía. No se empezó a hacer esto hace cinco años, ni diez, ni veinte ni treinta. ¿No era entonces “La llingua” parte de nuestra cultura? Muchos de los que estos días se llenan la boca pidiendo respeto por lo que denominan “asturiano” (cayendo en un error, porque el asturiano no existe) y “nuestra cultura” permanecían callados entonces, en absoluto silencio. Les daba igual. No les importaba tanto preservarla. Ha sido justo ahora, en medio de un intenso debate que ya ha dividido al Principado entre los que piden la cooficialidad de la denominada llingua, y los que no la quieren (creemos que los segundos son una amplísima mayoría). El enfrentamiento está servido, irá a peor y tendrá muy malas consecuencias para Asturias. Algunos lo venimos advirtiendo. El veneno nacionalista –que nadie se engañe- ya se ha inoculado ante la permisividad de los propios asturianos y es muy difícil limpiarlo.

   Pensar que la inclusión del bable por parte de un tripartito en el que domina la ideología de Podemos sobre la del PSOE (Somos, el rótulo de Podemos en Oviedo, ha tenido más votos que el PSOE y marca ideológicamente el gobierno del ayuntamiento desde las pasadas elecciones, aunque el alcalde sea del PSOE) e Izquierda unida, tiene que ver con su amor por Asturias y su cultura, o es ingenuidad o ignorancia. Simplemente es otra forma de perpetuar su poder e ideologías políticas. Desconfíen de quien grita “Puxa Asturies” mientras pide la cooficialidad: o no sabe lo que hace o lo sabe demasiado bien.

   Nada de esto habría sucedido si los acontecimientos políticos de España y la propia Asturias transitaran por senderos normales, racionales. Pero no es el caso de un tiempo a esta parte: el nuevo secretario general del PSOE, Adrián Barbón, sanchista hasta la médula, parece haberse imbuido de un inédito espíritu nacionalista –y buenista, en la peor y más ingenua acepción del término-, que no sólo amenaza con acabar con el PSOE, contaminando su moderación, sino también con imponer la sinrazón en el Principado de Asturias. Gracias a Dios en el PSOE comienzan a notarse voces sensatas en contra de esto, como la Fernando Lastra. Todavía hay esperanza.

   Barbón ha incluido, sólo porque se lo han pedido algo más de la mitad de sus militantes (pero cómo va a ser el número suficiente razón; la razón la da la razón, y no el número. Esta es una de las grandes equivocaciones de las democracias occidentales), defender la cooficialidad de la denominada llingua en la próxima legislatura. Que algunos consideren que Adrián Barbón es un político de los peor preparados y con menos cualidades intelectuales de la historia del Principado a estas alturas ya es lo de menos, porque ha convertido en posible, dado que es razonable pensar que el PSOE se convierta alguna vez en partido de gobierno, que lo inaudito, lo absurdo, un auténtico disparate como es hacer cooficial una llingua inventada por unos pocos, que además no habla nadie, sea una lengua cooficial en Asturias.

   Una llingua que, como decimos, es un invento de una academia dominada por ideologías muy peligrosas, aparentemente minoritarias pero ahora envalentonadas y potenciadas por la situación política actual, y por la permisividad de los asturianos. Sólo hay que observar como el presidente de la denominada Academia de la Llingua  evita en sus discursos decir España –sustituyendo el término por Estado-, o español –él prefiere decir castellano-, para deducir que detrás de su amable imagen literaria hay una obvia y peligrosa deriva nacionalista inclinada a hablar de pueblos, nación de naciones y cosas absurdas de este estilo. Incluso es ridículo observar como al propio presidente de la entidad le cuesta hilar dos palabras seguidas en llingua de manera fluida cuando se fuerza a hacerlo al tener que ofrecer una rueda de prensa.

   Hay que dejar claro, como lo dejaron Gustavo Bueno y Emilio Alarcos (parece que hay asturianos que pretenden saber más que dos de los más grandes genios que ha dado España) que lo que sí existe en Asturias y hay que proteger son los bables, que la “llingua” es un invento artificial y absurdo (se han creado palabras nuevas e incluso todo un idioma que, atención, nadie habla en Asturias, pero que han empezado a denominar “asturiano”, en una equivocación histórica que no es inocente en absoluto, sino provocada), diseñado perversamente para diferenciarse del español, únicamente para poner en evidencia a quienes puedan estar contra ellos. Estar en contra del asturiano, dicen  los llingüistas, es estar en contra de Asturias, de su cultura y de los propios asturianos. No cabe mayor indecencia ni perversión ideológica. El problema es que este discurso demagógico parece haber calado en ciudadanos, algunos representantes políticos y personalidades, y aunque las estadísticas reales aseguren que sólo dos personas (seguramente dos llingüistas o miembros de la mencionada academia) han entregado en bable sus escritos en el Ayuntamiento de Gijón de un total de dieciocho mil, resulta que el tripartito de Oviedo ha decidido, por su cuenta, empezar una campaña de hechos consumados a favor de la cooficialidad incluyendo el saludo por megafonía en bable.

   Quienes abucheamos el anuncio en bable no abucheamos al asturiano, idioma que ¡no existe! (nunca he visto a nadie en Asturias que hable llingua. A nadie, realizando además mi trabajo como profesor en las Cuencas Mineras desde hace muchos años. Los bables son –lo dijeron Bueno y Alarcos-, un modismo del español. No del castellano, sino del español, un idioma que, partiendo del castellano, se ha enriquecido con aportaciones de otras regiones españolas y americanas). Repito, quienes abucheamos, ni estamos en contra de Asturias, obviamente, ni de los asturianos, sino todo lo contrario. Consideramos que el denominado "asturiano" es malo para Asturias, simple y llanamente, por el peligro que entraña su carga ideológica, y estar contra él, bueno para el Principado y los asturianos. Abucheamos a quienes, precisamente en contra de Asturias y los asturianos, quieren imponer un idioma artificial e inventado, la denominada llingua, destruyendo los bables, los verdaderos frutos culturales del Principado, y abriendo un camino que ya se ha recorrido en Cataluña, que se está convirtiendo en peligroso en Galicia y que se empezará a recorrer en Asturias desde el primer instante en que se haga oficial el esperpento de la llingua. Ya ha empezado, de hecho.

   Que los asistentes a la ópera hayan pateado, silbado y abucheado mayoritariamente el anuncio en bable debería hacer recapacitar al PSOE, único partido del tripartito que vemos capaz de reflexionar en esta dirección. Nos parece deplorable la actitud de algunos intentando convertir el abucheo en un ataque a Asturias y al asturiano. No es posible mayor indecencia. Pero acostumbrémonos a ello, porque algunos elementos de nuestra sociedad, rebaño cobarde e indecente, suponiendo ya que en el futuro se dará una más que probable cooficialidad, se convertirán, algunos, en más bablistas que el bable, o para conservar su puestín, o para no resultar incómodos ante el previsible nuevo régimen que se avecina. La mediocridad es así. Los intentos de hacer ver los abucheos como una manifestación de una parte conservadora de los asistentes nos parecen cobardes, inmorales, desenfocados e indecentes. Veremos qué hacen los asturianos. Hay dos opciones, o acostumbrarse a la imposición cual manso cordero, o rebelarse contra la sinrazón política que supone la cooficialidad. Los próximos meses los asturianos deberán pasar la más dura de las pruebas. Veremos cómo reaccionan y, si en estos momentos tan importantes de su historia, saben estar a la altura.

   Había que programar Pelléas et Mélisande, sí, es una obra escrita por un genio de la música, Debussy, compositor que amplió la naturaleza de los sistemas musicales conocidos hasta entonces, por el tipo de lenguaje desde luego, incluyendo acordes que antes de él se usaban puntualmente, pero no por sistema, dando como resultado un estilo de impresionante potencia denominado impresionismo, que al hilo de su época va renunciando a los modos mayor y menor, ya agotados por pura cuestión aritmética, para añadir diversos elementos de lenguaje musical que tuvieron gran impronta en su época y con posterioridad. Sí, Debussy tiene cosas de Wagner como Ravel tiene cosas de Debussy. Ravel se parece muchísimo más a él, desde luego, que Debussy a Wagner, y a veces es tan parecido que resulta sospechoso. Debussy marcó un camino y fue hasta el final. Ravel decidió aprovechar sus novedades llevándolas a un terreno más transitado pero con personalidad propia, a una forma de expresión en el que lo impresionista no siempre suena como un fin, sino como un medio. Debussy fue el inventor del sistema –si es que se puede denominar así-, su más ardiente defensor y, por ello, el propio impresionismo. Por eso la música de Debussy, a la que es difícil acostumbrarse por ser tan auténtica, en ocasiones se nos vuelve demasiado impresionista. Como cuando en pintura vemos realizado un paisaje en dos estilos y uno de ellos es puntillista. Los árboles lo son en ambos casos, si se está pintando un bosque, pero en el puntillismo siempre hay pequeños puntitos mostrados, se pinte un paisaje, un toro o una naturaleza muerta, pinceladas pequeñas que muestran su forma sea cual sea el fondo. En el otro cuadro las pinceladas pequeñas son sólo un tipo de toque, una forma de marcar el óleo. El puntillismo me parece que llama mucho la atención sobre su forma –algo que no tiene por qué ser malo-, como el impresionismo en música, que siempre deja ver el estilo, sea arabesco, mar o claro de Luna.

   Por eso no debe extrañar que el impresionismo musical, con sus expresividades especiales, no haya terminado de cuajar en un género en el que las emociones no siempre se pueden disfrazar de simbolismo ni explicar bajo el prisma de un solo estilo. ¿Y qué es el simbolismo? porque si todo es simbólico nada lo es. En el símbolo, que es un tipo de signo, debe haber algún tipo de pista o correspondencia entre el mensaje y la expresión. En la puesta en escena diseñada por René Koering había símbolos desajustados y otros apropiados. Si no se especifica lo que es un símbolo no se puede hablar desde él, ni con música ni sin ella. Porque si todo es simbólico para resultar misterioso e inaccesible, entonces no se entiende nada. La historia de Pelléas se puede contar de muchas formas simbólicas pero en ella hay reyes y pastores, castillos y espadas. Encontrarnos en medio con un coche de juguete teledirigido, con sus ruiditos simpáticos, nos pareció de un simbolismo chocante y desajustado. Vimos demasiado colorido el ambiente y vestuario, demasiado rápidos los gestos, en una obra que se acomoda a una cierta lentitud y grisura. Es una partitura de atmósferas, Pelléas, de agua y viento, de formas abstractas. Vincular la obra con estas cosas nos pareció bien. La angulosa escenografía y ciertas imágenes resultaron apropiadas. La propuesta en general tuvo cosas buenas, pero también irregularidades que sorprendieron y nos evadieron un poco de la radicalidad de ese impresionismo musical, que hay que respetar y conocer para apreciarlo en su justa medida.

   La respuesta del público fue muy fría a lo largo de toda la función, por lo que estamos diciendo y porque la versión no brilló en ninguna de sus vertientes. Ni una sola vez se interrumpió la acción para aplaudir.

   El nivel lírico del reparto nos pareció discreto. No decimos que sus protagonistas lo hayan hecho mal, sino que podrían haber sido de mayor entidad sus voces.  Edward Nelson no posee un timbre especialmente atractivo ni una gran voz, que sin embargo lució con gran talento y generosidad a la hora de encarnar a Pelléas. Paul Gay realizó un gran trabajo como Golaud, y aunque su voz mostrase una evidente fatiga en momentos importantes a medida que se acercaba el final de la obra, resultó muy agradable ver su evolución en escena. Fue un Golaud carismático y expresivo. Tuvo mérito, habiendo tenido que sustituir en el último momento a Christopher Purves. Maxim Kuzmin-Karavaev  fue un Arkel digno, de voz atractiva. Eleonora de la Peña nos pareció un Yniold de poca entidad, con unas cualidades vocales discretas. Muy bien sin embargo su aspecto escénico, que afrontó con brillantez. Nos gustó el trabajo de Yulia Mennibaeva, serio, elegante, bien dibujado el personaje. Correcto David Sánchez en el doble papel de Médico y pastor, y notable la participación de Anne-Catherine Gillet, quien empezó demasiado intensa, pero que pronto encontró el tono del papel. Cantó bien e interpretó con seguridad, aplomo, acierto.

   Se notó en la intención de Yves Abel la búsqueda de la transparencia y la atmósfera impresionista. Fue un trabajo meritorio que no respiró, sin embargo, toda la esencia de esta música, que debe respirar con más holgura, con un perfume que vaya más allá de la afinación y transparencia, con recursos dinámicos más ricos y expresivos, quizás no tan medidos. La orquesta debe fundirse en esta obra como un todo con las voces. Había sobre la escena una perspectiva dramatúrgica demasiado excitada para la música. Es muy difícil este repertorio, todo hay que decirlo, incluso con una orquesta acostumbrada a tocarlo, y para esta acústica, tendente a cierta sequedad. La Sinfónica del Principado de Asturias no lo hizo mal, pero dejó momentos puntuales de desaciertos solistas que llamaron la atención. Fue un trabajo meritorio, como el de Abel, pero no brillante. Respecto a la OSPA queremos ser claros. Esta entidad debe cambiar lo antes posible a su director titular. El período de Rossen Milanov terminó antes de haber ni siquiera empezado y está anclando el nivel artístico de una orquesta que cada vez tiene menos público en su temporada de conciertos. Deben cambiar las cosas. También están las desgracias que ha tenido que asumir la OSPA en los últimos años, con la desaparición de varios importantes músicos. El próximo titular debe ser elegido con mano maestra y hacer una gran labor artística y personal para renovar la ilusión de la entidad. En el programa de mano de los próximos conciertos aparece a toda página el rostro de Perry So; algo que nos ha parecido raro. Quién sabe si se está anticipando una posible próxima titularidad.

   Terminamos con una reflexión. Al finalizar la ópera, parte del público, muchos aburridos sin duda durante la función, se levantaron de sus asientos con cierta premura mientras otros aplaudían, haciendo que los más dignos representantes de la cultura, los más distinguidos feligreses de esta religión (la cultura es hoy una religión, con los artistas como sumos sacerdotes), algunos asalariados, por cierto, de la propia Ópera de Oviedo, llegasen a espetar a los que se levantaban su mala educación y falta de respeto hacia los artistas. Vamos a ver si se van enterando estos falsos próceres de la democracia que antes que el respeto al trabajo del artista está la libertad personal para decidir lo que a uno le gusta y cuando decide irse de un teatro, esté en el escenario Barenboim echando rayos por los ojos o el mismo Mozart resucitado. Da igual. Antes la ópera era una manifestación musical viva, sana, en la que, si no gustaba algo, el público -que tiene derecho a equivocarse- lo decía, incluso lo gritaba, porque tiene derecho, porque paga y porque no tiene por qué callarse en ninguna vertiente de nuestra sociedad si no está de acuerdo con algo. Ahora nos parece que está muerta, ahogada en una equivocada idea de lo políticamente correcto, en un superficial y snob concepto de la educación. Sólo faltaba que los asalariados de la Ópera de Oviedo, demás entidades públicas y los citados feligreses nos marcasen cuándo tenemos o no que aplaudir, gritar o reír. De hacer caso seríamos borregos. El franquismo ya murió hace tiempo, señores; y yo no creo en las religiones: soy ensencialmente ateo.

Foto: Ópera de Oviedo

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