Una entrevista de Aurelio M. Seco
Ochenta y cuatro años contemplan la vida de Pedro Lavirgen, tenor de gran importancia para nuestro país por trayectoria y calidad interpretativa. Lavirgen nos concede una larga entrevista en su casa madrileña, ciudad donde reside alejado de su añorado mar pero cerca de su querida familia. El gran tenor cordobés (nació en Bujalance, el 31 de julio de 1930) nos recuerda en las siguientes líneas parte fundamental de su trayectoria, que explica siempre dentro de un tono accesible, honesto y agradable. Afirma que los tenores siempre han sido un poco divos, pero no encontramos un ápice de divismo en su carácter más que a través de una calidad interpretativa inconstestable, que ha paseado por coliseos tan importantes como La Scala, Covent Garden, Metropolitan de Nueva York, San Carlo de Nápoles, Colón de Buenos Aires o Liceo de Barcelona, el teatro que, en su opinión, más y mejor le ha demostrado su cariño. Galardonado por "toda una carrera" en la Primera Edición de los Premios Codalario de la Música, Lavirgen ha visto recompensada su trayectoria en los últimos años con prestigiosos galardones. No es de extrañar. Es uno de los cantantes más queridos y respetados de nuestra historia.
En los últimos tres años está recibiendo muchos premios. ¿Se siente reconocido?
Sí, afortunadamente, sí. No al nivel de otros cantantes, que son auténticos divos, pero dentro de ese enorme ejército de buenos profesionales que han trabajado eficazmente y con mucha profesionalidad, sí que me considero un cantante reconocido. Y la gente sí que me recuerda. En pocos años me han dado varios premios.
No me diga que, con su carrera, únicamente se considera un buen profesional…
Aunque los tenores tenemos poco de modestos, yo nunca he querido presumir de más de lo que soy. No es falsa modestia el no atribuirme más méritos. Es cierto que hay un grupo de cantantes que son divos, son un grupo minoritario cuya fama traspasa las fronteras de lo puramente artístico. Plácido Domingo es el que mejor representa a todos ellos. Le conocen en todo el mundo. Luego estamos los que hemos cumplido muy bien nuestra profesión y somos apreciados por ello.
Hábleme de su contacto con ese grupo selecto
Con Pavarotti tuve mucho contacto. Él me llamaba Pedrone. Era un buen amigo con el que coincidí en bastantes temporadas, por diversos motivos, tanto en Italia como fuera. También me honro de ser amigo de Plácido. Lo conocí con 23 años. Si no recuerdo mal, venía de cantar de Israel y yo estaba en México, donde le vi debutar. De ahí partió su carrera. Durante todo este tiempo compartí con él muchas temporadas en La Arena de Verona, en La Scala o en el Covent Garden, y bueno, hemos hecho una buena amistad, tanto con él como con su mujer.
A Carreras lo conozco desde que era un mozalbete de alrededor de 20 años. Le recuerdo con sus partituras debajo del brazo. Nos une una gran amistad. Creo que ellos me aprecian como cantante y persona. Yo les correspondo sin la menor envidia. También mantuve amistad con Alfredo Kraus. Salimos de España al mismo tiempo. El venía de debutar Tosca en El Cairo, una ópera que nunca volvió a cantar, y vino a Sevilla a hacer Rigoletto y La traviata y, al Teatro de la Zarzuela –creo que era en 1957-, a cantar Doña Francisquita. Allí le conocí. También recuerdo coincidir con él en La Scala, cuando él cantaba La sonámbula y yo Aida. Teníamos una gran amistad.
¿En qué teatro has vivido tus mejores momentos encima de una escenario?
Yo diría que en el Liceo de Barcelona. Si uno buscaba el sitio adecuado en el escenario, la voz recorría muy bien todo el teatro. Después de tantos años acabé encontrándolo. Son varios metros cuadrados en donde, si te salías de ahí, la acústica ya no era la misma. Los cantantes nos lo decíamos. Es un lugar en concreto del teatro en el que, tanto para el que canta como para el que oye, la voz llega mejor. También he vivido grandes momentos en La Scala y algunos teatros españoles, como el principal de Valencia.
Ya que habla de acústica, ¿qué le pareció el Teatro Colón de Buenos Aires?
Es un teatro precioso e inmenso en el que, si no recuerdo mal, caben más de tres mil personas, en cinco pisos, como La Scala o el Liceo. Sin embargo, uno se encuentra muy a gusto cantando en él, a pesar de su inmensidad. Es uno de los teatros más bellos del mundo. Tiene un precioso foyer de mármoles verdes de gran lujo, donde con frecuencia se hacen conciertos. Yo conocí el gran Teatro Colón de Buenos Aires, en el cantó Caruso.
¿Cómo debe ser un director de orquesta para que le guste a un cantante?
Aquí hay una controversia muy grande. Le pongo un ejemplo: una vez en una producción de La traviata en el Maestranza de Sevilla, dirigiendo Plácido Domingo, la crítica no fue muy buena con él. Recuerdo que me llamaron del periódico El Mundo de Sevilla, con motivo de esas malas críticas, para preguntarme cuál era mi opinión. En definitiva, ¿qué me parecían? El cantante lo que quiere es cantar a gusto bien y cómodo. Por su parte, hay un público determinado que puede llegar a ser muy exigente con el director, pero si es un director eficaz, con un buen brazo que siga al cantante, que respire con él, que está cantando él interiormente -porque los directores de hoy se saben de memoria todo-, el cantante se siente a gusto. Y eso lo reunía plácido. Por eso dije que aquellas críticas me parecieron injustas. Lo llegué a poner por escrito, pero no lo hice para hacerle la pelota a Plácido, es que yo me siento mejor con un director que me siga y me permita ciertas libertades de expresión, a uno que sea muy rígido desde el punto de vista de la métrica. Me siento más cómodo con uno que me permita expresarme. Me dicen que Karajan, que a mí no me dirigió, porque ya era mayor cuando empecé a tener nombre, era uno de los mejores directores para lucirse él y, a la vez, los cantantes. Me contó Carreras que cuando debutó en Salzburgo con Aida, Karajan le ayudó de tal manera que sacó adelante la obra, a pesar de que en aquel momento sobre la voz de José Carreras había cierta polémica, porque algunos decían que no le correspondía ese repertorio. Sin embargo, Karajan, logró dirigirlo muy bien en este aspecto.
¿Conoce la anécdota de Roberto Alagna y la famosa "Celeste Aida"? Se sintió tan ofendido por las protestas que no quiso volver a La Scala.
Yo no sé la razón por la que se protestó tanto su actuación, porque alguien de confianza que lo ha oído me ha dicho que canta bien el aria, que no hace cosas fuera de lo correcto ni nada de eso.
Tras hacer el agudo resuelve el final en el grave.
Pero es que eso lo ha hecho así hasta Corelli. Claro que Franco Corelli lo hacía de una manera teatral y a lo mejor Alagna no lo hizo de esta forma. Corelli hacía el si bemol agudo muy largo, y si este chico no lo hizo con la teatralidad, exuberancia y generosidad de Corelli, el público de La Scala… A mí, Alagna me parece un buen tenor.
¿Cómo se comporto el público de La Scala con usted?
Bien. Yo ese fragmento lo canto de manera tradicional, alargando el agudo lo más posible. Yo lo alargo muchísimo, porque me parece que es una concesión que debo hacer, hacer un si bemol muy largo. Tienes que hacerlo para que la gente rompa en un gran aplauso, y yo, en mi época, tenía la facultad de poder hacerlo muy largo, así que lo hacía lo más largo posible. Yo tenía 45 años cuando debuté en La Scala de Milán. Una edad excelente. Aída es una obra muy difícil. Hay grandes tenores que no se han atrevido a cantarla.
Hablemos de mitos. ¿Qué le parece Mario Lanza?
He leído mucho sobre él, incluso tengo un libro que habla de su carrera. Sé que hizo un concierto muy conocido en Berlín, que está grabado. No sé mucho más porque no manejo el ordenador. No quiero que me roben el tiempo de mi vida. No me interesa la informática. Fíjese que me dicen que en Internet hay una Cavalleria rusticana que yo canté en Madrid en 1965, y yo no conozco esa grabación. Ni siquiera recuerdo que fuera grabada. Me cuentan que la grabó RNE y que después la han colgado de Internet.
En lo que a Mario Lanza se refiere, lo que ha dejado grabado es muy bueno, con un temperamento contagioso que a mí me gusta. No obstante, mi voz predilecta y también por mi temperamento, es la de Mario del Monaco. Poseía una voz de una belleza incalculable, sobre todo si se le oía en persona. Los discos no le han hecho justicia. Yo le he visto cantar cinco o seis otellos, Pagliacci y Aida y, en persona, su voz era de una belleza cautivadora, no sólo por volumen, sino por calidad, por pasta, voluptuosidad. Todos los adjetivos que se quieran poner a su voz son pocos. Él cantaba a su manera, un poco todo declamado. Se salía incluso de la tonalidad para hacer expresión de una frase, pero era un buen actor. Su Otello no ha sido superado por nadie. Le vi en el 57 en Madrid y me pareció espectacular. La voz que proyectaba hacia el público era como para ponerse ebrio de sonido.
Una anécdota, el pianista de Miguel Fleta, que como cantante es otro de mis ídolos, en una de las dos funciones de Otello que hizo Del Monaco Madrid en 1957, estaba entre bastidores viendo la obra. Yo también estaba porque me había colado uno de los coristas. En aquel momento yo era estudiante de canto, y me puse al lado del maestro Anglada. Me puse a su lado, porque sabía la fama que tenía como pianista de Miguel Fleta. Cuando Del Monaco cantó una frase en el dúo con Desdémona -era un simple la b. Ni siquiera era un la natural-, el sonido era de tal belleza que este hombre exclamó: “Esta voz no es humana”. Era una voz sobrenatural.
Como cantante expansivo, de buena línea de canto, generoso a más no poder, Franco Corelli. Y luego, por supuesto, Caruso, Gigli o Angelo Masini. Estos pertenecen a una época muy definida, luego está mi época, con Kraus, Del Monaco, Corelli, Aragall… No olvidemos a Aragall y su voz única. Y ahora está digamos la franja de lo moderno, y aquí yo creo que tenores de la talla, de la fama y de la popularidad de Plácido, que yo considero de mi época…. El que esté cantando de barítono…, pues bueno, siempre tiene la misma voz bella y el mismo arte y facilidad. Es un estupendo actor y todavía se mueve magníficamente en escena. De los de ahora no sobresale uno verdaderamente como Del Monaco, que en el MET era una estrella, o Corelli o el mismo Kraus. Si yo estuviera ahora cantando, sería todavía más famoso de lo que fui en mi época, porque hay un poco de precariedad.
¿Y Jonas kaufmann?
Tengo 84 años y no voy a teatros, pero en disco me parece un estupendo tenor. Le oí una vez una romanza de Carmen, la de la flor y la verdad es que me pareció un tenor excelente, de gran ductilidad. Es posible que abuse un poco de los pianos, porque como tiene esa facilidad para apianar…. Descansa bastante. Puede cantar como Corelli.
¿Le parece que engola?
No, yo no considero que engole la voz, porque él adapta un poco su voz a lo que canta. Por ejemplo, cuando canta Wagner, él la proyecta de una forma diferente a cómo la agranda en Verdi. Pero no me parece que engole la voz. Eso sí, quizás abusa de los pianos, imagino que para descansar.
¿Conoce a Javier Camarena?
Lo he tenido en mi casa, porque quiso conocerme. Es un tenor mexicano. He cantado ocho temporadas en México y la gente de mi época me quiere muchísimo. Allí canté todo mi repertorio, y él de niño parece que fue a verme porque le llevó su padre. Me dijo que me había oído con 8 o 10 años y se había quedado impresionado, y ya que tenía la posibilidad de conocerme, se acercó. Estuvimos alrededor de una hora hablando. Me pareció un chico estupendo, muy buena gente. Tenía cara de buena gente, de hombre modesto. Es consciente de que es importante y que tienen una buena voz, pero también es modesto, no como los tenores clásicos, que no paraban de decir yo, yo, yo. Que todos lo hemos hecho... Me invitaron a Barcelona para oírle y como estoy ya tan mayor no acepté la invitación, porque es muy penoso para mí desplazarme.
¿Y el público más cálido con usted?
Yo creo que uno de ellos ha sido México, pero sobre todo en Barcelona, en las veinte temporadas que he cantado, diecinueve consecutivas. Posteriormente, a los cuatro o cinco años, volví a cantar Don Carlo y fue la última. Yo creo que el público del Liceo de Barcelona es el que más me ha considerado y querido, sobre todo por la cantidad de temporadas que canté allí. Tuve una gran afinidad con ellos. Tengo que decir que siempre he considerado el Liceo como la sala más bella del mundo, junto con la del Colón de Buenos Aires. El Teatro Bellini de Catania también es de gran belleza.
Hablemos de los agentes de antes y los de ahora.
En mi época, los agentes, y puedo citar Ansaloni, don Francesco Ansaloni, -que era el que descubrió a Kraus y le ayudó a escalar-, a los agentes les encantaba descubrir talentos jóvenes. En lo que a mí respecta, yo fui a hacer una audición a Milán con el mío. Viajé con una carta de recomendación de mi maestro don Miguel Barrosa. Ese agente se interesó por mí inmediatamente, sin ser yo conocido. Me dijo: “Vas a estudiar repertorio con quien yo te diga aquí. La técnica que traes de España no es mala pero tienes que hacer repertorio para mejorar pronunciación estilo y fraseo. En 6 meses te volveré a oír”. Me dediqué esos seis meses a estudiar con un repertorista de Milán, una ciudad donde he vivido durante catorce años, y allí preparé una serie de romanzas. Me oyó y se convirtió en mi agente. Así que yo considero que aquellos agentes de entonces eran felices cuando descubrían a una persona con inteligencia, expresividad, fraseo, en fin, a un artista, y lo lanzaban. Hoy día -yo lo he experimentado con alumnos-, lo primero que preguntan es por el curriculum. Te dicen: “Cuando haya cantado, vuelva”. Hoy en día no hay descubridores de talento. Le tienes que dar hecho el cantante para que ellos lo recomienden. Yo tengo mucha mejor opinión de los agentes de mi época que de los de hoy.
Su momento de mayor felicidad encima de un escenario.
Yo diría que cuando debuté en Madrid, el 15 de diciembre de 1962, con Doña Francisquista, en el Teatro de la zarzuela, con Ana María Olaria e Inés Rivadeneira. Tuve tanto éxito que tuve que bisar “Por el humo”, una pieza muy difícil de hacer. La tuve que cantar dos veces. El Padre Sopeña y el crítico Fernández Cid se volcaron conmigo. Fue un día memorable para mí. Hacer un bis de una romanza tan difícil en un teatro tan complicado como el de la Zarzuela fue un orgullo. Mi debut en el Liceo de Barcleona también fue memorable, porque estaba en España y por la categoría del teatro. También recuerdo con gran satisfacción mi debut en La Scala, en el 76, en el Metropolitan de Nueva York y en el Covent Garden. Las ocho temporadas en México también resultaron muy emocionantes.
No sé si ha visto que ahora dar un bis no es tan complicado como antes. Incluso los ha habido un tanto inducidos.
La verdad es que me sorprendió mucho que se hayan hecho tantos bises en el Teatro del Liceo y en el Teatro Real en los últimos años, aunque también es cierto que los artistas que los han hecho son formidables: Juan Diego Flórez y Javier Camarena tienen facultades sobrenaturales. No obstante, sí me sorprendió, porque dar un bis en el Liceo no era nada fácil, y el Real también tenía fama de duro. Desde luego, en mi época no había tantos bises. Además, había directores que los prohibían. El mismo Abbado los prohibía a veces. En el Festival de Edimburgo, yo tuve mucho éxito con la Romanza de la flor, de la ópera Carmen. El público pidió el bis pero Abbado no quiso. Era un hombre muy serio pero también gran amigo de los cantantes. Yo estoy encantado de haber podido trabajar con él. Me hizo sentir muy cómodo. Es un hombre generoso con los cantantes, porque nos deja lucirnos.
Hábleme de los directores que más le han gustado
Tengo tres directores, Claudio Abbado, del que ya he hablado, el italiano Francesco Molinari Pradelli, este era muy serio y exigente pero al que yo le caí muy bien. Me dirigió en el Colón, en una ópera muy complicada, I vespri siciliani. Son cinco actos, tres horas y media cantando. Él quedó muy contento conmigo, hasta el punto de que me introdujo en La Arena de Verona. Le llamaban braccio di ferro. Gracias a mis ruegos quiso hacer I due foscari en Barcelona. También estaba Gianandrea Gavazzeni, que era muy culto y exigente, muy amable. Me dirigió en Buenos Aires y en las Termas de Caracalla.
¿Sabe que ahora amplifican en Caracalla?
No me diga. Pues han desvirtuado la categoría de las termas. Me parece un crimen la amplificación, es como cuando afeitaban a los toros, que era un escándalo porque se evitaba la emoción del peligro. Sin embargo, si hay alguien que tiene poca voz y ésta se amplifica, basta con mover un tecla para cambiarlo todo. Eso no está bien porque nos iguala a todos. Es un demérito que falsea la realidad. Y es una estafa.
¿Hábleme de sus virtudes?
Yo creo que tengo un buen nombre gracias a mi temperamento, a mi coraje, porque he cantado un repertorio vastísimo, Lucia, Rigoletto, La bohème, Otello, Vispri, Sansón. He podido pasar de un tipo de repertorio a otro gracias a la técnica que Miguel Barrosa me proporcionó. La técnica es imprescindible, y otra cosa fundamental en el canto es la respiración, puro manejo muscular del diafragma. Si no te lo enseñan, por inspiración divina no lo tienes. Aprendes dónde está el punto de emisión dentro de la boca, hacia dónde emitir, pero fundamentalmente cómo tienes que respirar y emplear el aire para el canto. En eso Kraus era un súper maestro. También Corelli o Del Monaco, pero Kraus ha sido el maestro de los maestros en lo que a técnica se refiere.
¿Como es su día a día en la actualidad?
Ahora no hago nada. Tampoco doy clase porque me canso. Doy alguna muy especial, como la que imparto a Antonio Vázquez, un hombre que fue presidente de Iberia, que aun es relativamente joven y que con sesenta años posee una voz espléndida. Es un hombre importante que, si no fuera por el puesto que ocupa, yo le he dicho que podría dedicarse a cantar, porque además posee una gran intuición, sin haber estudiado nunca solfeo.
Para un cantante es fundamental saber música. ¿No?
Sí, es fundamental. Pasa como con la técnica. Aprender de oído las cosas es muy difícil.
Ya sabe lo que decían de Pavarotti. Que no sabía música. Usted que lo conoció…
Pavarotti sí sabía música. Había estudiado en el conservatorio. Lo que pasa es que, en un determinado momento, se despertó esa leyenda de que no sabía música. Quizá no tenía la preparación de Alfredo Kraus, que también estudio piano, o de Plácido Domingo, que también es director, pero sí sabía música.
¿De todas las sopranos que ha oído, con cuál se queda?
Con Montserrat Caballé, sin duda. Su voz es inigualable. Además, me precio de ser amigo suyo. Era magnífica Joan Sutherland y otras cantantes españolas como Teresa Berganza o Pilar Lorengar.
¿Recuerdo una entrevista suya en televisión, hace años. Tenía usted 71 y decía que, en lo que le quedara de vida, le gustaría disfrutar del mar, de vivir junto a él? ¿Lo ha cumplido?
No lo puedo hacer porque mi familia, mis cuatro hijos, viven en Madrid. Irme al mar supondría alejarme de todos ellos. Además, irme equivaldría a correr el riesgo de tener algún problema. He abdicado un poco de ese deseo. Yo soy feliz mirando al mar. He hecho tres cruceros y he disfrutado mucho del mar. Cuando era joven nadaba con frecuencia y pertenecía a un club. Pero en estos últimos años que estoy viviendo… –sonríe-, es que soy un poco supersticioso…-, los que sean, no puedo por mis hijos. De esta forma, estando aquí en Madrid, si quiero, los puedo ver todos los días.
Fotografías: Fernando Frade
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