José Amador Morales
Sevilla. 24-x-2017. Teatro de la Maestranza. Ludwig van Beethoven: Fidelio. Opera en dos actos con libreto de Joseph von Sonnleithner, revisado por Stephan von Breuning y Georg Friedrich Treitschke. Elena Pankratova (Fidelio), Roberto Saccà (Florestan), Adrian Erod (Fernando), Thomas Gazheli (Pizarro), Wilhem Schiwnghammer (Rocco), Mercedes Arcuri (Marzelline), Beñat Egiarte (Jaquino), Moisés Molina (primer prisionero), Francesco Proietti (segundo prisionero). Coro de la Asociación Amigos del Teatro de la Maestranza. (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pedro Halffter, director musical. José Carlos Plaza, director de escena. Producción del Teatro de la Maestranza de Sevilla.
La reposición de la propuesta escénica del Fidelio beethoveniano que José Carlos Plaza presentara en 2007, no se entendía ni desde que fue anunciada ni mucho menos después de haber sido contemplada de nuevo. Dejando a un margen criterios de ahorro económico, no se justifica la repetición de un título operístico que se vio sobre el mismo escenario, para más inri con la misma y poco idiomática batuta, no ya sólo en las funciones de hace diez años sino también en una memorable versión concertante durante el verano de 2009 con dirección de Daniel Barenboim y con Waltraud Meier en el papel protagónico. Y menos aún si tenemos en cuenta que hay importantísimos títulos del repertorio que esperan ser programados en este coliseo sevillano y que son postergados cuando no directamente ignorados.
Bajo un pretendido enfoque conceptual pero poco interés estético y muy relativa eficacia dramática, José Carlos Plaza utiliza, en torno a una negrura predominante, la imagen de una imagen de una inmensa losa (¿oxidada?) que se mueve según la circunstancia escénica, como símbolo de la opresión que sufren los protagonistas. Sólo hacia el final, cuando ya no estamos en el entorno de la prisión, atisbamos en el fondo la reconocible silueta urbana de la catedral hispalense. Pero detrás de ello no hay un trabajo que profundice en la caracterización de los personajes y el desarrollo de la acción resulta trivial, sin calado.
Algo similar puede decirse de Pedro Halffter, que no atinó en una lectura en general ruda y especialmente superficial en momentos de gran enjundia dramática (obertura, coro de prisioneros ¡Oh welche lust!, el dúo de Rocco y Fidelio Nur hurtig fort, nur frisch gegraben, el aria de Florestan…). Por el contrario, enfatizó determinados remates de escenas buscando un efecto que parece buscar más el aplauso fácil más que el contenido. Bajo su dirección, la Sinfónica de Sevilla estuvo a un nivel muy por debajo de lo que viene ofreciendo en los últimos años, con un sonido mate y no del todo limpio.
En cuanto a las voces, despuntaron sin duda las femeninas. El ‘Fidelio’ de Elena Pankratova (cuya sensacional ‘Kundry’ pudimos disfrutar este verano en Bayreuth), destacó por una materia prima dúctil al tiempo que dotada de gran homogeneidad en todos los registros, con la que recreó una actuación intachable también en lo expresivo. Asimismo, la voz de Mercedes Arcuri, de atractivo timbre y sensual lirismo, se ajustó como un guante a las necesidades de su ‘Marzelline’.
Por su parte, Roberto Saccà (quien también recaló en el festival wagneriano) volvió a demostrar que este tipo de repertorio le excede y pone al descubierto todas sus carencias técnicas, particularmente en el forzado ascenso al agudo y en la emisión engolada. Su dificultosísima aria fue una progresiva crónica de un gallo - final - anunciado. Peor todavía fue el ‘Pizarro’ de Thomas Gazheli, ajeno a todo concepto de fraseo, línea de canto y elegancia, que ofreció todo un arsenal de alaridos y exageraciones (anti) canoras; algo similar puede decirse de su basta interpretación escénica. Bastante más elegante y plausible en todos los sentidos fue el sensible ‘Rocco’ de Wilhem Schiwnghammer, a quien en todo caso le faltó un punto de mayor peso vocal y color más oscuro. Esto último es extensible al ‘Don Fernando’ de Adrian Erod, aceptablemente cantado pero carente del empaque y “dignidad” expresiva de su personaje.
Por delante de ambas sopranos, el coro fue justamente lo más aplaudido de la noche en un trabajo de enorme mérito que aunó riesgo, calado expresivo y entrega a partes iguales.
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