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Crítica: Patricia Kopatchinskaja y Fazil Say en el «Liceo de Cámara» del CNDM

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Autor: Raúl Chamorro Mena
7 de junio de 2023

Crítica del concierto ofrecido por Patricia Kopatchinskaja y Fazil Say en el ciclo Liceo de Cámara del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]

Sobre todo la Kopatchinskaja

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 4-VI-2023, Auditorio Nacional. Liceo de Cámara XXI del Centro Nacional de Difusión Musical. Patricia Kopatchinskaja, violín; Fazil Say, piano. Obras de Leos Janácek, Johannes Brahms y Béla Bartók.

   Dentro de su ciclo Liceo de cámara XXI, el CNDM ofrecía el pasado domingo un concierto de gran interés, pues lograba reunir dos artistas de alto nivel y, al mismo tiempo, acusada personalidad. Por tanto, se trata de esos casos en que no es fácil que haya compenetración y plena colaboración artística, dado el temperamento y carácter de ambos músicos, en el objetivo de dejar de lado sus egos en favor de la música. 

   Sin embargo, este concierto encuadrado en una amplia gira que están llevando a cabo, fue buena muestra de que, tanto Patricia Kopatchinskaja como Fazil Say han logrado altas cotas musicales en impecable colaboración. Si bien, en opinión de quien esto firma con un protagonismo especial por parte de la magnífica violinista moldava, que sobresalió y lideró el evento, y debe resaltarse que, a pesar de ser una solista consagrada, no lleva un acompañante a su servicio y en labor secundaria como sucede tantas veces, si no un pianista prestigioso y con descollante personalidad como es el turco Fazil Say.

   Tres suculentas sonatas para violín y piano componían el programa, dos de ellas poco habituales en las salas de concierto. Desde luego lo es, la única que se ha conservado del excelso compositor moravo Leos Janácek, uno de los más grandes compositores para el teatro del primer tercio del siglo XX. Aunque su gestación data del comienzo de la Primera Guerra Mundial -cuando como nacionalista eslavo esperaba la liberación del yugo austríaco por parte de los rusos-, la sonata no se estrenó hasta 1922 y despunta en la misma, la Ballada que constituye el segundo movimiento. Es realmente admirable como la Kopatchinskaja no sólo contrastó expresivamente cada capítulo, también mediante el sonido. El primer movimiento lo ataca con gran intensidad, con un sonido agresivo, áspero, para convertirlo en dulce y meloso en la referida ballata, fraseada con soberbios lirismo y musicalidad. El piano de Fazil Say reprodujo apropiadamente las tímbricas y delicuescencias de filiación Debussyana presentes especialmente en los dos primeros movimientos, para perfilar a continuación, junto a la violinista moldava, el aire danzable del Allegretto, de mayor carácter folklórico, y culminar con calor y fuerza expresiva el adagio conclusivo.

   Además de su monumental concierto para violín, Johannes Brahms compuso muchas más piezas para tal instrumento, a lo que no fue ajeno, ni mucho menos, su gran amistad con el mítico Joseph Joachim. La tercera de las sonatas para violín y piano compuestas por el músico hamburgués, la opus n.º 108, fue la elegida por el dúo protagonista del concierto. 

   Ciertamente, la Kopatchinskaja mostró toda su autoridad musical, así como brillante técnica y dominio del arco en esta pieza, pero también es verdad, que es una artista con especial afinidad por la música del siglo XX y contemporánea. Si a ello le sumamos un sonido pianístico por parte de Say excesivamente aparatoso e incluso, a veces, algo agresivo, la conclusión es que la sonata de Brahms fue la interpretación globalmente menos descollante, dentro, claro está, de un notable nivel. La garra, energía y expresividad de la Kopatchinskaja tuvieron que luchar con un sonido pianístico especialmente invasivo y martilleante en los movimientos extremos más convulsos, por lo que resultaron preferibles los dos centrales, Adagio y Un poco presto e con sentimento, en los que el violín de la moldava lució su capacidad cantabile y la autoridad tanto musical como expresiva de su fraseo.

   Una obra colosal ocupó la segunda parte del evento, la Sonata para violín y piano nº 1, Sz 75, de Béla Bartók. La Kopatchinskaja se dirigió al público previamente a atacar la pieza, comentando en inglés que se trata de una composición que se toca poco, dada su dificultad no sólo para los intérpretes, también para el público. Asimismo, nos puso en situación, al subrayar, que en el estreno de 1922, el propio Bartok se sentó al piano y acompañó a la gran violinista Jelly D’Aranyi, sobrina nieta del mencionado Joseph Joachim, ante un público en el que se encontraban Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Arthur Honegger… entre otros grandes músicos de la época.

   La obra, efectivamente, es generosa en dificultades, empezando por una escritura que no favorece la compenetración de violín y piano, que parecen, en muchos momentos, ir por diferentes caminos. A ello hay que sumar que, si bien la partitura exige un sonido percusivo, Fazil Say –indudablemente enérgico y temperamental– no calibró adecuadamente ni la sala reducida en que se encontraba, ni el balance con la violinista, por lo que, además de no producirse el necesario empaste en diversos pasajes, el exceso de aparato sonoro por parte del pianista se tornó un tanto violento e incluso ingrato para el oyente. Desde el allegro apassionato inicial, la Kopatchinskaja, con su técnica apabullante, abordó las múltiples dificultades que la obra exige al violín, dobles cuerdas, cambios de registro, saltos a la cuerda grave, complicados y veloces pizzicati, por no hablar de los más variados ataques y golpes de arco en plena pugna con el piano. Nada de ello fue obstáculo para la violinista moldava quien, con su sonido personal que adapta a las exigencias expresivas de cada parte, su carácter, intensidad y poder comunicativo, así como un fraseo que combina hondura musical, fantasía y fuerza expresiva, completó una gran interpretación, que culminó con un extraordinario allegro, pleno de frenesí rítmico, tributario del folklore popular y en el que violín y piano resolvieron brillantemente los pasajes vertiginosos, si bien el aporreado teclado de Say, como ya se ha subrayado, resultó excesivo de aparato sonoro.  

   A Bartók no le interesó solamente el folklore de su propio país, también el de los limítrofes. Un paradigma del rumano son sus Danzas folklóricas rumanas Sz 68 ofrecidas como propina por el dúo Patricia Kopatchinskaja-Fazil Say y que constituyeron una apropiada y espléndida guinda al magnífico concierto.

Fotos: Elvira Megías/CNDM.

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