Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 31/03/14. Auditorio Príncipe Felipe. "La Pasión según San Juan BWV 245", de J. S. Bach. Coro El León de Oro (LDO), Forma Antiqva. Director musical, Aarón Zapico. Gerd Türk, María Espada, Damien Guillon, Peter Kooij, Francisco Javier Jiménez Cuevas, Elena Rosso Valiña, Manuel Quintana Aspra, Fernando Fernández Gutiérrez.
Casi parece un milagro que J. S. Bach haya conseguido alcanzar en su obra tales dosis de genialidad rodeado de tanta incomprensión. No fue fácil el camino ni siquiera para el más grande. En Asturias el triunfo de la voluntad se acompaña de calidad contrastada e internacional. Hay voluntades firmes como el hierro que nunca prosperan y otras que sí. Cada vez que tengo oportunidad de asistir a un concierto de El León de Oro, me emociono tanto por su calidad interpretativa como por su identidad como conjunto, por su personalidad. Qué difícil es lo que este coro español ha conseguido, creándose casi por casualidad en un bar camino de Luanco, pueblo marinero y asturianísimo en el que el trabajo se valora por lo que vale. No tengo reparos en reconocer que durante los primeros minutos de esta Pasión según San Juan me emocioné mucho, tanto por la dulce interpretación del coro como por la contemplación de su espíritu. Y qué agradable fue observar a este grupo de cantores avanzar por el camino del arte con una misma voluntad, independientemente de sus personales puntos de vista que, como es normal, son subjetivos y no influyen en su idea de conjunto más que para unificarlo. Ver a los componentes de El León de Oro moverse como una sola persona, de manera tan fluida y armoniosa mientras cantaban, sin duda ha sido una de las más reconfortantes experiencias del concierto.
El vínculo con la calidad es fuerte y se nota en el conjunto. Qué duda cabe que la emoción siempre ha sido y será un acto de la inteligencia más que un sentir derivado del siempre molesto psicologismo. La calidad del León de Oro, que está siendo llevada con mano maestra por Marco Antonio García de Paz, se ha convertido con el paso de los años en una de sus mejores señas de identidad. Para la ocasión, no se presentó un grupo demasiado numeroso, pero su afinación, depurada interpretación y buen gusto interpretativo transmitieron durante toda la noche una sensación de gran tranquilidad y placidez estética. Qué diferente cuando en frente se tiene a un conjunto coral cuyas voces están sin empastar o que optan por el grito y la crispación cuando van al agudo. O que desafinan.
Aquí se aportó serenidad interpretativa y una expresividad vocal limpia y hermosa, tanto que nos hubiera gustado que el director de la velada, Aarón Zapico, retardase algo más los fraseos del coro para degustarlos con más tiempo. La belleza, cuando se consigue, hay que prolongarla un tanto y regocijarse en ella, sin excederse pero también dándola un poco de sí. Le va bien a la música, que sin duda va de esto. Hace tiempo que el León de Oro está haciendo historia en España y en Europa, como uno de los mejores conjuntos que existen dentro de su categoría. En Asturias se le está empezando apoyar de un tiempo a esta parte y se le dan conciertos. Pero creo que su mayor éxito todavía está por llegar, quizás a la espera de algún político o representante internacional con verdadero criterio –hay tanto farsante- que pueda poner en un lugar todavía más alto lo que ya están en disposición de ofrecer. Dirigió la velada Aarón Zapico, máximo referente de Forma Antiqva, que tuvo la virtud de la pasión, la propia y la que cabe en la partitura de Bach. Zapico sabe bien, como Marco Antonio García de Paz, lo que es ser un verdadero artista en la búsqueda de la belleza y de lo especial.
No son valores, desde luego, fáciles de encontrar en un músico, pero Zapico los tiene, independientemente de que haya algún aspecto técnico en su perfil de director que todavía se pueda pulir. Forma Antiqva no siempre pone la musicalidad por encima del experimento o la búsqueda de la originalidad. Pienso que sería mejor lo primero, aunque no resulte tan llamativo para las pupilas más superficiales. Creemos que es importante que, independientemente de que se trabaje con instrumentos antiguos, exista una búsqueda denodada en pos de la pulcritud del sonido. De su belleza y afinación. Queremos decir que las escalas y los detalles deben oírse con claridad, independientemente de que se decida tocar con o sin vibrato, y el sonido de la cuerda debe ser todo lo bello que permitan los instrumentos, que por ser antiguos no son los más bellos pero que tampoco deben resultar feos por ello. Nosotros preferimos que se acuda al vibrato, cosa que hizo la chelista Ruth Verona puntualmente y estuvo bien que lo hiciera. Esto permitiría mantener el fraseo melódico general con más entereza y musicalidad, y no haría tener que recurrir a frases cortas excesivamente planas o unos reguladores del sonido que, por mucho cuidado que se tenga, se hacen notar demasiado como un recurso musical ya establecido de antemano, y no porque lo pida la obra o se le ocurra al director. ¿Por qué no terminar un fragmento con las cuerdas en piano sin tener que aumentar antes el volumen? Fuera de este concierto, vemos en la interpretación con instrumentos antiguos un cierto gusto por el estilo manufacturado que aglutina excesivos clichés.
La versión resultó enfática y estuvo bien proporcionada, rítmica y sonoramente. Aarón Zapico llevó la partitura con conocimiento de causa y con ideas claras y bien definidas, con una energía atractiva, contagiosa y sincera que resultó estimulante. El conjunto de cantantes estuvo bien elegido, todas voces muy agradables de oír y en su sitio, por más que, en algunos casos, pudiera haberse mejorado algo también la interpretación. María Espada, por ejemplo, posee una voz preciosa y consistente, que seguramente se pudo modular con mejor afinación y un sentido del fraseo más fluido y elegante. La sensación fue buena, en cualquier caso. No queremos dar otra impresión. Pero una cantante de su categoría sin duda podría haber cantado mejor y más a gusto.
Gerd Türk fue un agradabilísimo evangelista, que ofreció un canto elegante y sereno que sentó muy bien a la obra y a su continuidad dramática. También estuvieron acertados Damien Guillon y el bajo Peter Kooij, así como Francisco Javier Jiménez Cuevas, que dibujó un contundente y expresivo Pilato. En definitiva, una Pasión según San Juan en la buena dirección, reconfortante por el nivel artístico y, por qué no insistir en ello, bañado en Oro.
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