Por Albert Ferrer Flamarich
Pablo Sorozábal. Mi vida y mi obra. Alianza Música. Madrid, 2019 (407 págs.) ISBN: 978-84-9181-701-7
A cuentagotas Alianza Música mantiene vivo un catálogo que antaño despuntó entre la bibliografía musical en lengua española pero que, en buena parte, hoy día, ha quedado obsoleto frente la proliferación de numerosas colecciones competidoras, más actualizadas y un mercado repleto de sellos pequeños y medianos que lentamente van cubriendo un abanico heterogéneo de materias musicográficas. Dentro de la escueta contribución de sus últimos años, el sello madrileño apostó en 2019 por la reedición de las memorias del compositor vasco Pablo Sorozábal (1897-1988), escritas en 1979 y ya publicadas por la Fundación Banco Exterior dos años antes de su muerte.
Con un lenguaje coloquial y una prosa amena, consigue captar al lector con naturalidad en una reflexión de sinceridad aplastante, sin autocomplacencia y a veces distanciada sobre sí mismo, que otorgan los años y la experiencia. El relato alterna el periplo biográfico con inserciones sobre el contexto de sus obras estableciendo en un arco que, lógicamente, empieza en la infancia, la juventud y su etapa en Alemania –y el ambiente hostil en Leipzig y Berlín-, y llega hasta los últimos años en que escribió estos recuerdos. La sucesión cronológica sólo se ve alterada por un marcado salto en 1929 en que antepone los años de la Guerra Civil, fruto de su impulsividad que muestra el cabreo y amargura vividos en otra de las épocas oscurísimas de la historia de España.
Lo dejan claro su displicencia ante la desidia del lado republicano y la pasividad europea e internacional durante el conflicto bélico (págs. 144 y 173); la reivindicación de la lengua vasca (pág. 32); su anticlericalismo y antimilitarismo, así como un estimable abanico de duras y certeras opiniones –¡y se queda corto!- como la referida a su retorno a “un Madrid desconocido, invadido y destrozado por una manada de cafres incultos, un rebaño de analfabetos, que se llamaban nacionales” (pág. 192), tras las giras con la Banda Municipal de Madrid por las regiones de Levante y Cataluña. O cuando afirma que “¡Hoy no existe un país que nos supere en cafres!”, tras su encuentro con el falangista Jaime de Foxá (pág. 256).
Sorozábal no cedió ante los problemas por sus derechos de autor –también en los años de la II República- ni frente al nefasto papel del políticamente mimado Moreno Torroba. Caracterizado por el coraje de decir lo que casi nadie se atrevía, resistió la depuración y la presión psicológica a la que le sometieron las autoridades políticas y culturales franquistas, señalando a éstas como las culpables de la sempiterna y vergonzosa situación del teatro musical en España. De ejemplo sirve la serena mordacidad que derrocha hacia el Caudillo por la cancelación del concierto programado para el 14 de diciembre de 1947 con la Orquesta Filarmónica, que forzó su dimisión como titular de la formación (pág. 291). Ese hubiera sido el estreno de su suite Victoriana y de la Séptima sinfonía de Shostakóvich en España.
Por otro lado y para el anecdotario quedan el episodio sobre las excentricidades de Manuel de Falla y su entorno familiar –con el impagable chascarrillo de Martínez Sierra en la página 279-, así como el desconocimiento que se tenía de la tonadilla escénica incluso tras la labor investigadora de José Subirá (pág. 282). No obstante, se echan de menos referencias al estreno como director musical de la ópera Canigó del padre Massana en el Liceo de Barcelona en 1953; así como a las grabaciones discográficas de su obra y de un amplio grupo de zarzuelas para sellos los Columbia-Alhambra e Hispavox.
En cuanto a la edición habría que corregir la ausencia de una “e” en el apellido del violinista, pedagogo y compositor Henry Wieniavski en la página 95, así como la repetición de la fotografía de la página 342 en la 348 con Sorozábal al frente de la Banda Municipal de Madrid en 1985 en la madrileña Plaza Chamberí. Son detalles menores de una publicación sin índice onomástico, pero que ha mantenido los entrañables prólogos de Mario Gas y Manuel García Franco; además de incluir un epílogo sobre la ópera Juan José a cargo de los nietos Teresa y Pablo Sorozábal Gómez, cuya documentación sobre los artículos de prensa y actas de cancelación del estreno en La Zarzuela la temporada 1978-79 hubiera agradecido un grafismo más contrastado y específico.
Esta monografía se cierra con el catálogo de obras líricas y composiciones instrumentales y vocales elaborado por el musicólogo y pianista Mario Lerena (Getxo, 1981), autor del imprescindible estudio sobre el compositor publicada en 2018 por el Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco. Leyéndola se tiene la impresión de estar ante una condena del franquismo, cuya presión psicológica no amedrentó al compositor. Sorozábal fue un hombre de valores, de personalidad contestataria e inquieta como demostró en iniciativas al frente de la Banda Municipal de Madrid durante la Guerra Civil, y en su apoyo diplomático a Lamote de Grignon, cuando éste fue censurado como director de la Banda Municipal de Barcelona. En estas páginas quedan muy claros algunos de los conflictos entre arte y poder durante los decenios centrales del siglo XX en una España que, como otras sometidas a una dictadura represora y genocida, tuvo de frente a artistas tenaces. Para ellos, su labor fue una vía de supervivencia y una salvación en un entorno de censura y vigilancia.
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