La Orquesta y Coro Nacionales de España ofrece un concierto de la mano de Pablo Heras-Casado y con el pianista Daniil Trifonov como solista
Heras-Casado, prodigio de técnica y emoción
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 8-X-2022. Auditorio Nacional de Música. Ciclo Sinfónico 3. Obras de Lili Boulanger (1893-1918), Mason Bates (1977) e Igor Stravinsky (1882-1971). Daniil Trifonov (piano). Orquesta Nacional de España (ONE). Pablo Heras-Casado, director.
El concierto que nos ocupa tuvo variopintos platos fuertes musicales unidos -a nuestro a entender- por el hilo conductor de la fortaleza de la vida que se abre paso, marcada tan claramente por una estación como es la Primavera: Pablo Heras-Casado (1977), se puso al frente de la Orquesta Nacional de España para dirigir La consagración de la primavera, obra paradigmática donde las haya y un reto para cualquier director que se precie; gozamos de la solar y colorista D’un matin de printemps [De una mañana de primavera], de la malograda compositora Lili Boulanger, que sólo vivió la primavera de su vida; también disfrutamos del magnífico pianista ruso Daniil Trifonov (1991), protagonista del estreno en España del Concierto para piano y orquesta, obra eminentemente vitalista, que el compositor estadounidense Mason Bates (Filadelfia, 1977) escribió durante la pandemia, y que estrenó a nivel mundial el pasado mes de enero con la orquesta de su ciudad natal.
En palabras de Bates, «este concierto evoluciona a través de un conjunto de mundos sonoros, renacentistas, románticos y contemporáneos y posee una estructura clásica. Quería darle a Daniil [Trifonov], el pianista que lo estrenó y lo va a interpretar en Madrid, el mayor número de texturas orquestales transparentes para permitir que su hermoso toque brille». Y aunque este concierto no tiene integradas bases electrónicas, Bates sí las utiliza frecuentemente, ya que opina que «la electrónica puede encajar de manera natural en texturas sinfónicas. Es una cuestión de derribar fronteras». También argumenta que para llegar a más escuchantes «es conveniente fusionar los lenguajes de lo culto y lo popular». Actualmente, el compositor está trabajando en una ópera, The Amazing Adventures of Kavalier & Clay, basada en la novela homónima del estadounidense Michael Chabon (1963), obra encargo del Metropolitan Opera House de NY.
Lo que sí es evidente es que este músico sabe escribir muy bien para orquesta, según ha comentado el gran Riccardo Muti, que también ha dirigido obras de Bates. Su música ha sido dirigida, además, por otras grandes batutas como las de Michael Tilson Thomas, Gustavo Dudamel y, en esta ocasión, por el maestro Pablo Heras-Casado -que ya estrenó una pieza suya titulada Auditorio-. Resultó evidente que en este estreno Heras-Casado tenía en mente todos los resortes compositivos del músico estadounidense y demostró de forma apabullante cómo emplear su técnica, ímpetu y proactividad como director poniéndola al servicio de una partitura compleja y cambiante en cada uno de sus movimientos, de forma que alcanzara al público toda la emoción presente en la misma.
Al principio, la obra se muestra sobria, tenebrosa y casi arcaica, con los violines tocados como si fueran guitarras y el instrumento pianístico exhibiendo sus registros más agudos en solos y entradas-salidas en la integración con la orquesta, muy efectistas y muy bien digitados rítmicamente por Trifonov -que tocó en todo momento de memoria-, ejecutando de forma muy adecuada los clímax y anti-clímax del tutti orquestal, muy bien pactados con Heras-Casado.
Es en el segundo movimiento -después de un preámbulo más bucólico- cuando el piano se rebela y se da mayor preponderancia al solista, que aplicó fuertes dosis de virtuosismo y alcanzó muchos momentos de lucimiento gracias a su impecable técnica, a la vez que se arraciman las ampulosas intervenciones de las secciones de la orquesta en un diseño de un mix entre la quietud y lo electrizante, con mucho protagonismo para la percusión.
Finalmente, tercer movimiento, se da paso al minimalismo y a la estética jazzística más actuales, dando lugar a complejas tramas sonoras incluyendo la intervención de los metales como cierre muy efectista y con gran peso armónico, rememorando y cerrando el círculo con los elementos sonoros del principio de la obra, todo ello muy bien dosificado y subrayado de la mano de Heras-Casado. El estreno de esta obra de poco menos de 30 minutos, pero de hondo calado sensitivo, fue muy aplaudido por el público que llenaba casi al completo el Auditorio Nacional, obligando a salir en cinco ocasiones a Trifonov, aunque no se concedió la esperada propina.
Previo a este estreno, se interpretó la muy bella y luminosa obra de Lili Boulanger, D’un matin de printemps [De una mañana de primavera], que ya se interpreta habitualmente en versión orquestal -con retoques en la orquestación por parte de su hermana Nadia (1887-1979)-, aunque su partitura predecesora fuera en versión de violín y piano. La versión de Heras-Casado fue muy fiel al colorismo y livianismo francés de los Fauré, Massenet o Debussy y a la impronta vanguardista que creció de forma adelantada a su tiempo en el alma de la compositora, con una dirección diseñada y enérgica, por «oleadas», al servicio del contrapunto y a la riqueza dinámica, cuidando los empastes en las cuerdas y resaltando los dúos entre el concertino y el violín segundo solista.
Es conocido que Stravinsky, una vez despojado de su patrimonio familiar por los bolcheviques, adjuró del folclorismo ruso que -según su visión- tanto ayudó a hacer bueno entre el pueblo, el comunismo, que llegó después de la revolución, y es por ello por lo que silenció toda referencia a las fuentes del folclore de su ballet y quiso -en adelante-,ver su obra solamente como pieza de concierto, desprovista de toda escena y narrativa dramática.
Si bien ello es posible hacerse -hay muchos ejemplos de ello en la historia de la música-, porque la genial obra se ha podido elevar sobre su versión con ballet gracias a su vanguardismo intrínseco, es innegable que la historia que narra la obra -el rapto y sacrificio pagano, en la Rusia antigua, de una doncella al inicio de la primavera que debía bailar hasta su extenuación y muerte, y de este modo ganarse el favor de los dioses en la nueva estación- obliga a atender una interpretación muy ligada a «lo primitivo», a lo que algunos musicólogos denominan «primitivismo orquestal», cuyos dos de sus valedores son Stravinsky y Bela Bartok y que se alimenta de una cierta crisis de la tonalidad, aunque no en exclusiva.
Además, creemos esencial ser fiel a las indicaciones que sobre los tempi se indican en la partitura, y que no siempre se respetan en pos de versiones de una vivacidad excesiva y difícilmente correspondientes con una ejecución compatible con el ballet. En dichas acotaciones predominan los tempi lentos frente a los rápidos -Juego del rapto (presto), Juego de las tribus rivales (molto allegro), Danza de la tierra (prestissimo)-; es decir, tres números frente a los 14 totales de la obra, sabiendo que hay tres tipos de danzas presentes, no necesariamente rápidas: las primitivas -agresivas y salvajes-, las lentas y con diferentes aditamentos melódicos, y las lentas con complejidad métrica inherente, con diferentes rítmicas involucradas.
Son todos estos elementos musicales, reinventados y tratados mediante formas de repetición y ostinato por Stravinsky, los que hay que subrayar en la interpretación, porque constituyen la quintaesencia de esta verdadera obra de arte.
La versión que firmó Heras-Casado abundó en esta idea, correspondiéndose con los epítetos de transparente, detallista, preciosista en las dinámicas -sobre todo en los crescendi-, y muy dramatizada en el sentido teatral del término (o cinematográfico, como prefieran), con tempi verdaderamente interiorizados para corresponder con las indicaciones del compositor, y en perfecta armonía con su propio fluir bio-rítmico y técnico-gestual como director sin batuta, tan vital y espiritual a la vez y que sabe cómo comunicar la emoción. Quizá pudo haber cargado más las tintas en algunos volúmenes sonoros que a nosotros nos gustan más acusados en los tutti orquestales y en la contundencia sonora en los timbales.
La Orquesta Nacional de España obedeció con determinación y sin reservas a todas las indicaciones del maestro. También supo discriminar lo importante de lo accesorio, acentuando también rallentandi y accellerandi para señalar «cambios de sección» en el discurrir de la partitura, con altos niveles de concentración en todas las secciones, destacando la metronomía de las cuerdas y la templanza/grandilocuencia de los metales, así como la eficacia de los ataques y finales, perfectamente secos.
Como señalamos, el triunfo del maestro Pablo Heras-Casado fue muy notable, premiando ese trabajo con que todas las secciones de la orquesta se fueran levantando y recibir en exclusiva ese regalo del aplauso. Para nosotros, fueron los metales y la sección de percusión los que se llevaron la palma del buen hacer. También hizo volverse al conjunto orquestal para que pudiera saludar al público que ocupaba los bancos del coro, cosa que nos pareció muy oportuna.
Estamos convencidos del triunfo de lo colectivo y de la racionalidad, tomando como ejemplo el trabajo realizado por una orquesta como pueda ser la Nacional con su director actual o con otro director del gran nivel de Heras-Casado. No nos dejemos llevar por cantos de sirenas -o del márquetin, o de decisiones políticas sin sentido-, sobre qué otros directores -además del titular actual- son los mejores para dirigir a la ONE, sobre todo si no reúnen las cualidades indispensables.
Desde luego, la Orquesta Nacional de España quiere a Pablo Heras-Casado, y consiguió un triunfo sobresaliente dejándose guiar perfectamente por él. Esperamos que siga siendo invitado muchas veces más a trabajar con este conjunto, y que este idilio que ha dado tan buenos frutos en idas y venidas del maestro pueda convertirse en algo más perenne. De momento, vayan por delante nuestros mejores deseos para el maestro por su próximo debut en el templo wagneriano de Bayreuth, en 2023, con Parsifal.
Fotos: Facebook OCNE
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