Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 11-X-2019. Teatro Monumental. Obras de Serguéi Prokófiev (1891-1953) y Dimitri Shostakóvich (1906-1975), Orquesta Sinfónica de RTVE.NikolaiDemidenko(piano). Pablo González, director.
Y sí, estábamos esperando que diera comienzola temporada de conciertos 2019/2020 de la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE, bajo la dirección de su nuevo director titular musical -y asesor artístico- Pablo González (Oviedo, 1975), figura que ya estaba en alza, y su curriculum es bien conocido en el panorama musical español/internacional. Como bien explicó al comienzo de la segunda parte el propio director, justificando la temática de varios de los conciertos de la temporada en torno a la Música bajo sospecha, el diseño es el de «un retrato musical de tres décadas de música soviética a través de varias obras clave de Shostakóvich y Prokófiev, una oportunidad para reflexionar sobre la grandeza de unos artistas que tuvieron que hacer frente a enormes dificultades para poder expresarse, cuando eso suponía literalmente arriesgar su vida».
Es en estas circunstancias -Stalin y sus arbitrarias decisiones y purgas- cuando Shostakóvich compone en sólo tres meses su Sinfonía número 5 en re menor, Op. 47, una obra cuyo subtítulo, dado por el autor, es «la respuesta de un compositor soviético a unas críticas justas» (después deque no gustara al régimen su ópera Lady Macbeth de Mtsensk). En aquélla se aprecia, según todos los musicólogos, una rectificación inevitable -su vida dependía de ello-, pero disfrazada de sometimiento: «[…] Ha habido fracasos, y en mi quinta sinfonía me he esforzado para que el auditorio soviético sienta en mi música la acción de un esfuerzo de dirección de la inteligibilidad y de la sencillez».
Pero nada es sencillo, ni gratuito, ni inteligible en esta obra. Los dobles lenguajes también deben hacerse visibles a la hora de interpretarla. Eso creemos que hizo Pablo González -dirigiendo en todo momento de memoria-, centrando lo diferencial de su versión en el tercer movimiento (Largo) -en realidad, un réquiem, si bien bellísimo-. Es decir, otorgó mayor relevancia al llanto -que no bálsamo- que alberga la obra-el llanto estaba prohibido en público porque se entendía como crítica al régimen-, y dirigió siempre al servicio de la cuerda, dispuesta en formación circular, como si de un coro se tratase, de modo que si la escritura va añadiendo voces de esta ampliada sección coral de cuerdas, González se encargó de dosificar su papel y, por último, de ecualizar el conjunto.
Este movimiento, con momentos realmente introspectivos, creemos que fue bien resuelto por la sección de cuerdas agudas, con sustratos sonoros muy bien ejecutados, sobre todo al realizar los larguísimos trémolos en pianísimo, si bien no encontramos réplica ni empastes de la misma calidad en las cuerdas graves que se escucharon más «abiertas» y acusaron falta de garra. En cambio, estuvo muy bien dibujada la congoja expuesta por el oboe y la respuesta, en cierta manera espumosa, de la cuerda -recogiendo la melodía de aquél-, llegando de forma muy proactiva a la culminación del Largo, que se ejecutó en un meritorio «hiper-pianísimo».
Más coherentes en carácter son el resto de movimientos, aunque el resultado global -sin tener en cuenta el tercer movimiento antes comentado- dé la sensación de ser un conglomerado de conceptos abstractos y complejas emociones a partir de una alta dosis de épica y lirismo propios, asociados a ritmos populares de marchas o de danzas que se escuchan en el primer y segundo movimiento. En el primer movimiento (Moderato), resultaron de muy bella factura los finísimos y repetidosempastes en agudo de los violines y -después- de las trompas. Como contra, nos parecieron un tanto naifs y carentes de «alma» -aunque reconocemos que su carácter ha de ser pastoral- los solos de flauta.
En el segundo movimiento (Allegretto) vimos al maestro González disfrutar y controlar perfectamente las evoluciones de la Orquesta de RTVE dando únicamente ligeras indicaciones aquí y allá, ya que este movimiento -y así lo quiso dejar de manifiesto, de forma muy apropiada- no deja de ser un «respiro» humorístico (o burlón, según interpretaciones) que los músicos soviéticos siempre concedían al público menos entendido (en el argot comunista, proletarios).
En el cuarto movimiento (Allegro non troppo), se planteó con renovados bríos, en virtud de la concepción de un desarrollo fluido que González planificó muy hábilmente desde el principio, emulando la atmósfera del primer movimiento también en las partes más calmadas. Los fortes del tutti orquestal quizá fueron un tanto excesivos, pero en este último movimiento pudimos contemplar el gesto del maestro, enérgico y expeditivo, siempre preciso en los tempi, camino de la apoteosis final, que se ofreció -según su forma de verlo- sin excesos ni ritardandos, pero fundamentalmente triunfante y ampulosa, con la idea en mente de rememorar la propia redención de Shostakóvich.
Si Shostakóvich consiguió con esta obra redimirse a sí mismo, no es menos cierto que Pablo González consiguió trazar una lectura de la obra que nos ayuda a pensar sobre la música y los compositores, aprendiendo y entendiendo que no todo es obvio o directo: para interpretar hay que intentar pensar como pensaban los propios compositores, así como conocer los dobles lenguajes y los vericuetos anímicos y psicológicos de los creadores. No basta con esforzarse en escudriñar la partitura para desentrañar todos sus secretos, también hay que escudriñar la mente del músico y estudiar y entender el contexto histórico.
Pablo González fue muy aplaudido en esta su primera «puesta de largo» de la temporada en su nuevo puesto, haciendo levantar por secciones a todos los músicos de la ORTVE y saliendo varias veces a saludar. La concertino, también en reciprocidad, permaneció sentada, de modo que todos los aplausos y vítores fueron dedicados en exclusividad al maestro.
En la primera parte de esta velada se interpretó el dificilísimo Concierto para piano número 2 en sol menor, op.16, de Prokófiev (versión de París, 1924), que fue interpretado por el pianista ruso, afincado ahora en España, Nikolai Demidenko (1955), artista al que hemos podido disfrutar en nuestro país en los conciertos de Ibermúsica. La obra que nos ocupa, que contiene cuatro movimientos (Andantino, Scherzo:Vivace, Intermezzo: Allegro moderato y Finale: Allegro tempestoso), no es sólo un prodigio de virtuosismo, sino algo más profundo, ya que proviene de una necesidad creativa de su autor para enfrentarse a la conmoción que le produjo el suicidio de su querido amigo Maximilian Schmidhof. Empezando por escribir un Requiem, se dio cuenta de que al fluirle tal profusión de ideas y de sentimientos, sin apenas darse oportunidad de trazar melodía alguna, sería mejor que ese“ejercicio” de composición pianística fuera encuadrado en el todo de una obra orquestal, teniendo al piano como elemento solista.
En este sentido, Demidenko describe a la perfección la oscuridad y amargor de la obra, no dándonos ni un segundo de respiro, gracias a poseer esa distintiva y profunda técnica procedente de la escuela rusa que -con grandes dosis de elegancia aun dentro de la gravedad- le permitió extraer del instrumento un sonido muy «sinfónico» -incluso en los momentos de veloz digitación-, sin concesiones al «abandono», a la afectación o al rubato. Todo lo anterior estuvo en consonancia con los momentos orquestales, que en esta obra cumplen distintas funciones: desde el simple acompañamiento, pasando por la réplica o juegos con la orquestra y también con distintas secciones de instrumentos.Destacamos por su buen hacer y belleza el trío de dos flautas y piano solista del tercer movimiento, así como amplios momentos de alta precisión en los staccatti y pizzicatti del conjunto, que el maestro González supo delinear con propiedad. Resaltamos igualmente la controlada «anarquía» del cuarto movimiento, con los «vaivenes» de la cuerda grave, donde el maestro supo balancear adecuadamente las zonas donde orquesta y piano tejen una misma trama sonora.
Deseamos desde aquí al maestro Pablo González toda la suerte en sus nuevos cometidos, y que pueda trabajar a gusto y ejerza con plenitud como director artístico, figura -a nuestro entender- clave en cualquier proyecto musical que se precie, y que en estos días se intenta confundir y devaluar con otra de mucho menor calado como es la de «asesor».
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