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Crítica: Pablo González dirige la 'Tercera sinfonía' de Mahler con la Sinfónica de Barcelona

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Autor: Albert Ferrer Flamarich
4 de febrero de 2016

MAHLER ANALÍTICO

Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona. 29/I/16. L’Auditori. Mahler: Sinfonía núm. 3. Christianne Stotjin, mezzosoprano. Cor Aglepta, Cor Femení Voxalba. Cor Infantil Sant Cugat. OBC. Pablo González, director.

Volvió Pablo González ante la orquesta de la que fue titular hasta la temporada pasada con la Tercera sinfonía de Mahler. El suyo no es un Mahler de la emoción. Apuesta por una lectura analítica, moderadamente objetiva y con una claridad plástica enorme e idónea para resaltar el colorido y el espíritu característicos del periodo Wunderhorn.

   El director asturiano concibe la obra bajo un prisma de luz estival, apacible y cercana, con cierta abstracción, sin la nostalgia ni las verdades cósmicas de otras lecturas. Otorgar al oyente el sentido obrador a nivel estético. También tiende a lo camerístico en la construcción, es refinado en los estallidos y evita el carácter mastodóntico incluso en el primer movimiento o en el clímax mágico de la coda del tercero. Aquí cabe citar la prestación de Juan Ángel Serrano en el efecto de música escénica en la lejanía que por fraseo, afinación y ubicación fue muy adecuado. No obstante, no usó una trompa de posta si no una trompeta, más solvente en las notas agudas pero de timbre menos emotivo. Otro solista a destacar fue el concertino invitado Ludwig Müller con intervenciones que revelaban gusto e inteligencia musical.

   El lied nietzscheano asumió un punto ascético con la mezzosoprano holandesa Christianne Stotijn de fraseo intencionado y matizado pero con una voz resentida en cuanto a vibrato y apoyo diafragmático dado su avanzado estado de gestación. González, por cierto, incurrió en la moderna línea de hacer tocar al oboe su insistente tercera ascendente con portamento enfatizando la acotación de buscar un efecto “Hinaufziehen, wie ein Naturlaut” (“tirando hacia arriba, como un sonido de la naturaleza”), indicada por Mahler en el cuarto movimiento. La flexión dinámica y el acento sonaron muy claras, cuidadas y con mordiente, casi como una apoggiature. Meritorio el rendimiento del Coro Aglepta y del Coro Voxalba, así como del Coro infantil de Sant Cugat con un “bimm-bamm” nada histriónico.

   Pero sin duda, el segundo movimiento fue el mejor servido y cristalizó un virtuosismo en el contraste entre las secciones centrales intercaladas entre el minueto por el trabajo de vigor rítmico, habilidad en las frases con puntillo e idiomatismo logrados a un tempo ágil. El sexto demostró maestría en el trabajo de los divisi de la cuerda y madurez constructiva apostando por unos contrastes expresionistas entre los temas y buscando el sentido trágico preludiando en tensión y dramatismo la crisis del final de la Novena sinfonía. No optó por una lectura de retrospectiva parsifalense ni el aura mística wagneriana. Ello fue así hasta la reexposición (núm. 26 de la partitura) y la entrada de la primera trompeta imitada por el primer trombón acompañados por la segunda y tercera trompetas. La dinámica fue demasiado fuerte (Mahler pide ppp, es decir un pianisisimo) y desvirtuó tanto el clímax como el epílogo por el desequilibrio de balances por buscar una carácter afirmativo que rompió con lo ofrecido entonces. Fue una mácula intuida por el exceso sonoro del primer trompeta a lo largo de una sesión con unos resultados satisfactorios para quienes acepten un Mahler sin visceralidad, técnicamente solvente y en un sala que diluye el sonido de los violines por más que los masifiquen.

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