Por Alejandro Martínez
Verdi: Otello. 7 de agosto de 1951, Salzburgo. Ramón Vinay, Dragica Martinis, Paul Schöffler, Anton Dermota, Josef Greindl y otros. Orquesta y coro de la Staastoper de Viena. Dir. musical: Wilhelm Furtwängler. ORFEO.
La única grabación de una ópera italiana a cargo de Wilhelm Furtwängler. Así nos presenta Orfeo este Otello procedente de agosto del 51 en Salzburgo, con las huestes de la Staatsoper de Viena y el chileno Ramón Vinay como protagonista. En efecto, así es, si exceptuamos considerar la trilogía Da Ponte de Mozart, mucha veces dirigida por Furtwängler, como una suerte de ópera italiana. Furtwängler no se había enfrentado nunca hasta entonces con esta partitura verdina y ésta tampoco había sonado nunca en Salzburgo hasta esa fecha. Doble estreno pues el que se cifra en este registro sonoro. Furtwängler, sin recurrir a las claves clásicas de la dirección del melodrama italiano, dispone en cualquier caso un Otello espléndido, de tiempos contrastados, marcadísimos, con las aceleraciones súbitas, rallentandi inesperados y los contrastes vigorosos que fueron marcando su estilo. Su batuta expone esta partitura con verdadero entusiasmo, con una celeridad imparable, teatralísima, llena de brío y acento, dibujando un conjunto un crescendo inquietante de opresión psicológica. Furtwängler cuadra como pocos al coro durante toda la compleja escena inicial y deslumbra con la sugerente introducción de las cuerdas al primer dúo entre Otello y Desdémona. El vigor de muchos pasajes del segundo acto y el coloreado dramatismo del final de la ópera no dejarán indiferente a ningún oyente. Es un Otello alla tedesca, lejos de ciertas convenciones de cuño latino, pero por ello mismo muy interesante. Le falta claridad expositiva en algunos cuadros, y desinfla pasajes cruciales (el "Ora e per sempre") por sus tiempos caprichosos, pero la sensación general convence y mucho, por su dinamismo y sobre todo por el énfasis con el que logra inflamar un cierto fatum irrefrenable, como si en la música misma de Verdi estuviera impreso ya el fatal destino de Otello y Desdémona. La versión, a tenor de los tiempos de Furtwängler, se extiende unos quince minutos más de lo habitual. Una brillante Filarmónica de Viena plasma el desarrollo casi sinfónico de Verdi con un derroche de virtuosismo. El coro se muestra igualmente pluscuamperfecto, sobre todo en su intervención inicial.
El Otello de Ramón Vinay es de una fiereza monolítica sin apenas interés, por mucho que durante algunos años fuera el único defensor del rol en los principales teatros del mundo. Se aprecia su esfuerzo por sonar sinceramente lírico y romántico en el “Già nella note densa”, pero siempre se antoja por lo general fingido en estas partes, prefiriendo darse al exceso en los pasajes más fieros, violentos y arrebatados de su personaje. Por otro lado, no podemos obviar que estamos ante el Vinay de sus mejores años, lo que se traduce en una evidente franqueza a la hora de comunicar el drama verdiano, de un modo más exteriorizado que íntimo, más declamado que en voz plena. Aunque en sus mejores años, pues, no deja de ser Vinay, y eso implica un timbre leñoso, una emisión muscular, nada dúctil, siempre tendente al forte y de una elocuencia hecha más de golpes de efectismo que de matices premeditados.
La soprano croata Carla Dragica Martinis no llegó a firmar una trayectoria memorable, aunque fue durante unos pocos años una intérprete con notable predicamento. Desde 1950 y hasta 1953 fue cantante estable en la New York City Opera y en ese mismo año 51 del Otello que nos ocupa fue también Aida en Viena a las órdenes de un joven Karajan. En 1955 llegó a ser nombrada Kammersängerin en la Staatsoper, aunque su carrera se truncó drásticamente en 1960 por razones familiares. Falleció en 2010 sin que apenas nadie se acordase de ella. Como Desdémona se antoja insuficiente en el grave, corta de acentos en las partes más dramáticas, pero borda sin embargo los cuadros más líricos de su parte, sea en el intercambio inicial con Otello, sea en su gran escena final. En el tercio agudo su voz ofrece sonidos muy bellos, timbradísimos, de un lirismo connatural. Su esmerada dicción en italiano facilita una convicción general a pesar de las citadas limitaciones vocales.
Paul Schöffler es un Iago esforzado, pero con limitaciones importantes. Su material es más bien el de un bajo-barítono, más propio para un Sachs o un Barak que para un Iago, parte que pide un barítono dramático, sí, pero con un lirismo irrenunciable, de emisión dúctil. Ya en 1944 había encarnado a Iago a las órdenes de Böhm en Viena. Su voz en 1955 es mucho más seca, irregular, falible en el agudo y carente ya, en suma, de toda la frescura para servir un Iago desenvuelto y contrastado. Busca suplir esas carencias con unos acentos matizados, pero es inevitable encontrar un Iago insuficiente en el brindis y en la entonación del sueño de Cassio, por ejemplo. Su torpe dicción en italiano tampoco contribuye a acrecentar la convicción de su Iago. Anton Dermota es un brillantísimo Cassio, inflamado amante, de un fraseo que supera en intenciones y matices al tosco retrato del protagonista dispuesto por Vinay. Dos comprimarios de lujo, de la talla de Josef Greindl y Sieglinde Wagner, se encuentran redondeando el reparto.
El reprocesado de ORFEO es muy estimable y nos permite escuchar esta toma como si no hubieran pasado en realidad más de sesenta años desde que se registrase. La orquesta se escucha con una nitidez y claridad dignas de elogio, al margen de algún sonido levemente saturado en los tutti, en un balance ejemplar con las voces. El sonido de esta edición supera netamente al que podía encontrarse en la anterior edición de este registro, en el catálogo de EMI.
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