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Crítica de Otello en el Maestranza de Sevilla

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Autor: Javier del Olivo
2 de noviembre de 2015

“....Voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir”

Por Javier del Olivo

Sevilla. 31/10/2015. Teatro de la Maestranza. Verdi: Otello. Con Gregory Kunde (Otello), Julianna Di Giacomo (Desdemona), Angel Ódena (Iago), Francisco Corujo (Cassio), Manuel de Diego (Roderigo), Mireira Pintó (Emilia), Roman Ialcic (Lodovico), Damián del Castillo (Montano). Coro de la AA del T. de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Henning Brockhaus. Dirección musical: Pedro Halffter.

   En Otello se dan cita dos de los talentos más sobresalientes de la historia cultural de Europa. Por un lado está la tragedia de Shakespeare, una obra donde se nos presenta algunas de las miserias del ser humano (la envidia, la venganza,  los celos) y las consecuencias de estas debilidades. Hay un enfrentamiento, como en tantas obras literarias, entre el bien, representado por la verdad y la inocencia, y el mal, este último casi absoluto, encarnado por la figura de Yago, el hombre que lleva a un acomplejado Otelo al asesinato. El impecable planteamiento el dramaturgo inglés lo desarrolla con su brillantez acostumbrada y Arrigo Boito lo adapta para servir a Verdi uno de los mejores libretos con los que trabajó. Verdi siempre amó a Shakespeare y fue fuente de obras suyas muy redondas: un Macbeth primerizo pero que lleva la semilla del Verdi maduro, el Otello que nos ocupa y esa joya que es el postrero Falstaff (siempre nos quedará la duda de ese Rey Lear que quedó en el tintero). Uno se pregunta qué necesidad tenía un compositor consagrado, que lo era todo en la ópera italiana de la segunda mitad del XIX, para volver a escribir, a componer. Aunque hubo que insistir, al final Verdi cedió, salió de su retiro y presentó al mundo algo excepcional: una obra que rezuma humanidad y que une en lo musical un siglo extraordinario, el XIX, con todo lo que vendrá después, con el futuro de la ópera. Porque Otello es pura tradición y pura modernidad, una mezcla que sólo un genio como Verdi podía hacer con semejante perfección.

   La representación que abría la temporada lírica del Teatro de la Maestranza hizo justicia, sin duda, al espíritu de la música de Verdi. Sobre todo por unos protagonistas que se esforzaron por dar lo mejor de sí mismos y una dirección musical fiel a la partitura de la que buscó su lado más humano, más sensible, dejando al lado lo grandilocuente o lo efectista. Ya se ha comentado ampliamente la admirable trayectoria de Gregory Kunde. El tenor norteamericano está teniendo una “segunda” carrera que provoca admiración y respeto. Otello es uno de los papeles que mejor definen su personalidad en el escenario: arrojo y sensibilidad. Kunde nos presenta un Otello muy humano, hasta podríamos decir, si el personaje lo permitiera, que sensible. Irracional y celoso, sí, pero sobre todo con muchas dudas internas, nunca brutal y distante, siempre vulnerable. En lo vocal ha tenido noches más redondas que la que se comenta. En el primer acto resolvió el Esultate! sin problemas pero sin el mordiente de otras ocasiones y tampoco en el dúo de amor estuvo al cien por cien. Pero la voz recuperó su esplendor en el segundo acto, que en resumen fue el mejor de toda la representación. Su Dio! mi potevi scagliar tutti i mali  fue de quitarse el sombrero por su impecable fraseo, por todo lo que transmitió en este desgarrador momento. Brillante su agudo que, como nos tiene acostumbrados, sonó restallante y bello, pero hubo momentos donde la voz  sonó más velada, con más inseguridades, con más problemas en el fiato. Era como si hubiera algo de cansancio que no le dejaba ser el Kunde de siempre, sobre todo en el primer acto, como se comentaba más arriba. Aún así sigue siendo un Otello de referencia, que se fue afianzando a lo largo de representación y que deja siempre esa sensación de haber oído a un cantante de los grandes.

   Espléndida la Desdémona que nos presentó la joven soprano norteamericana Julianna di Giacomo. Su voz tiene un timbre bellísimo y se proyecta sin ningún problema hasta el último rincón del teatro. Sube al agudo sin dificultad y su centro es hermoso y amplio. Sólo los graves no son tan destacables. Si estuvo siempre extraordinaria fue en su amplia parte del último acto (con esas joyas que son la Canción del sauce y el Ave María) donde dio lo mejor de sí misma, con una ternura y una expresividad que conmovía. Quizá le falta redondear algún sonido y alargar un poco alguna frase, pero cuando lime estos detalles será sin duda una cantante verdiana de referencia. Recibió, de forma merecidísima,  junto a Kunde, los mayores aplausos de la velada. Ángel Ódena es un barítono con experiencia y oficio que sacó sin dificultades un papel tan importante como el de Yago. El villano alférez es una parte fundamental de la tragedia porque su odio y sus intrigas desencadenan la misma. El cantante catalán transmitió una maldad brutal, sin piedad, sin matices. Se movió sin problemas por toda la tesitura, matizando cuando era necesario, pero le faltó un poco del refinamiento del clásico barítono verdiano. Aunque con una adecuada proyección su voz, aquejada puntualmente de un vibrato demasiado acusado, sonó con algún toque excesivamente metálico que le restó brillantez a su canto. Su mejor momento fue también en el segundo acto con un Credo cantado con rabia y desdén y con un dúo con Otello de gran nivel.

   Se esperaba más del Casio de Francisco Corujo que no brilló pero que cumplió con su papel. Muy destacable la Emilia de Mireia Pintó que gustó mucho al público con una entrega y fuerza que pocas veces se ven en este rol. Muy bién Damián del Castillo en su doble papel de Montano y Heraldo y correctos Manuel de Diego como Roderigo y Roman Ialcic como Lodovico. Decir que el coro de Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza atesora una gran calidad no es nada nuevo. Y lo volvió a reafirmar en sus intervenciones en esta función donde se mostró espléndido en potencia, conjunción y redondez de sonido, todo ello pese a una puesta en escena que muchas veces lo constreñía y apelotonaba. Muy bien la Escolanía de los Palacios en su intervención del segundo acto.

   Pedro Halffter, como el gran maestro que es, acertó con su enfoque de la obra. Si bien su “tormenta” del primer acto pudo asustar a algunos por amenazar con una lectura subida de decibelios eso no ocurrió en absoluto. Estuvo siempre matizado y elegante, con unos tempi muy adecuados a lo que pasaba en el escenario, bellamente camerístico cuando fue necesario, dejando fluir y respirar a la música en todo momento, mostrando  el alma de la bellísima partitura. Estuvo siempre al servicio de unas voces, que por su proyección y su potencia, no necesitaron ayudas externas pero que produjo el imprescindible equilibrio entre escenario y foso. Foso donde volvió a reinar una de las mejores orquestas en estas lides operísticas, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que nos brindó un sonido hermoso, limpio, muy verdiano.

   La producción que pudimos ver en el Maestranza es una coproducción de los teatros italianos de Palermo y Nápoles y la firma Henning Brockhaus. Escenográficamente (responsabilidad de Nicola Rubertelli) se basa en unos enormes paneles de tonos metáicos y rocosos, circulares en la parte central del escenario y que enmarcan y sitúan toda la acción y todas las escenas de la obra. Es una escenografía práctica y resultona que no tiene mayor defecto que tapar algún detalle al público que no se encuentre en la parte central del teatro. Pero el planteamiento teatral de Rockhaus es mucho más discutible. Poco aporta la compañía de saltimbanquis-mimos que invade el escenario apropiándose de él, sobre todo en el primer acto (obligando al coro a permanecer apiñado en los costados del escenario). Con sus números circenses y cómicos restan dramatismo a toda la acción, distraen mucho tanto del trabajo actoral de los cantantes como de su canto. Puede ser que el director pretenda dar un contrapunto cómico para demostrar lo absurdo de la tragedia pero no parece que este camino esté bien resuelto y la verdad es que no convence en absoluto. Prueba de ello es la perplejidad del espectador al ver como en el dúo, con el que finaliza el primer acto, Otello y Desdémona van apilando un grupo de cadáveres en el centro del escenario para formar el lecho desde donde terminarán de cantar su amor. ¿Una metáfora sobre el pasado de Otello que ha conseguido su status en guerras y batallas y que le sirve ahora para acostarse con la hija de un noble veneciano? Puede ser, pero resultó fallido. A parte de esto el movimiento actoral fue adecuado y bien resuelto ayudado por unos cantantes, sobre todo Kunde y Ódena, que dominan el escenario. Nada destacable en el vestuario (firmado por Patricia Toffolutti) que resultó correcto para los cantantes y brillante para el grupo de saltimbanquis, aunque con detalles un poco sorprendentes para la época de la obra como esos gorros de la Cruz Roja que adornaban a parte del coro en la escena de homenaje a Desdémona del segundo acto y que el regista convierte en un acto de caridad para desvalidos promovido por la mujer de Otello. Adecuada la iluminación de Alesandro Carletti.

   Con el asesinato de Desdémona y el suicidio de Otello en el Maestranza la tragedia llegaba a su fin y como cantó escribiendo el gran Federico García Lorca en su espléndido poema “Muerte de Antoñito el Camborio”: …. voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir.

Fotos: Jesús Morón

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