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Crítica: Osmo Vänskä y Hilary Hahn interpretan obras de Sibelius en el Carnegie Hall de Nueva York

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
8 de marzo de 2016

PAREJA PERFECTA

Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall  3/III/2016. Orquesta de Minnesota. Hilary Hahn, violín. Director musical: OsmoVänskä. Jean Sibelius: Sinfonía n° 3 en Do mayor, Concierto para violín y orquesta en Re menor, y Sinfonía n° 1 en Mi menor

   Muchas veces comentamos la dificultad de que todas las piezas musicales, vocales o teatrales encajen en una función de ópera. A priori es más fácil conseguirlo en un concierto, pero todos tenemos en mente muchos ejemplos en que algo ha fallado, ya sea orquesta, coro, director o solista. Por eso, es de reseñar cuando nos encontramos ante una de esas tardes en que todo cuadra. Un ejemplo de ello sucedió el pasado jueves en el Carnegie Hall neoyorkino.

   Osmo Vänskä es uno de los directores finlandeses punteros de su generación. Alumno del mítico Jorma Panula en la Academia Sibelius de Helsinki, algo mayor que Esa-PekkaSalonen o Jukka-PekkaSaraste, sus interpretaciones de la música de Jean Sibelius durante sus 20 años al frente de la Orquesta Sinfónica de Lahti, entre 1988 y 2008, están escritos en letras de oro y grabados con regularidad por el sello BIS, con gran éxito de crítica y público. Desde 2003 compartió dicho trabajo con la dirección de la Orquesta de Minnesota, de la que es el actual titular.

   Por su parte, la Orquesta de Minnesota comparte junto a las Sinfónicas de Atlanta, Pittsburgh, Baltimore, Houston y San Louis esa grandísima segunda división de orquestas americanas de gran calidad, solo un escalón inferior respecto de las míticas “Big Five” o “Big Seven” si incluimos a las dos orquestas californianas. Por lo visto y escuchado el jueves, es una orquesta construida a partir de unas cuerdas brillantes y densas, capaces de tocar con una hondura profunda cuando así se les requiere desde el podio. Los vientos son de primera, y los metales pueden tocar con contundencia o delicadeza extrema, según lo requieran la partitura o el director.

  Por último, Hilary Hahn es uno de los pilares de la edad de oro que está viviendo el violín en los últimos 20 – 25 años. Dueña de una técnica excepcional, capaz de equilibrar fuerza y pasión con lirismo y poesía, su sonido es pleno, cálido y dulce por momentos.

   Planteó una interpretación de poder a poder, lejos de esa imagen hierática que a veces se tiene de ella.  Con un sonido amplio y brillante, respondió a los desafíos que le planteaba Vänskä con un alto nivel de virtuosismo, con momentos muy emotivos como los arpegios finales del primer movimiento, o el final del segundo con esa nota eterna en la parte alta del diapasón, casi en el puente,  tocada con la punta superior del arco, donde tantas veces hemos visto sufrir a violinistas consagrados. Vänskä por su parte no se limitó al típico acompañamiento de compromiso sino que cargó las tintas donde se puede, aunque siempre con cuidado de no tapar a la solista, y sacó de la orquesta un sonido denso y pleno que casó a la perfección con lo que salía del “Vuillaume” de la virginiana. Pocas veces recuerdo una interpretación de tanto nivel por parte de todos. La zarabanda de la Segunda partita de Juan Sebastian Bach que tocó como propina, para corresponder a las ovaciones y bravos que escuchó, fue la única música ajena a Sibelius que se oyó en la velada.

   Previamente, la tarde había comenzado por la obra menos conocida, la “Sinfonía n° 3 en do mayor”. Estrenada en 1907, su presencia en la salas de conciertos no ha sido tan habitual como el resto de sus “hermanas”. Desde los primeros acordes, se vio que no se trata de una obra menor ni para el maestro finlandés ni para la orquesta norteña. Vänskä impuso un ritmo rápido de inicio y la orquesta respondió con un alto nivel de compromiso, ataques precisos y un fraseo intenso, consiguiendo una interpretación clara y diáfana, y a la vez intensa. Con mucha pasión. A un andantino lento, con frases dibujadas casi con pincel, y donde la música fluía relajada pero sin perder un gramo de tensión, le siguió un movimiento final cálido e intenso.

   La segunda parte del concierto estuvo dedicada a la “Sinfonía n° 1 en mi menor”. Pocos compositores han sido capaces de decir tanto y tan bien dicho en una primera sinfonía. Tenemos los casos poco comunes de Gustav Mahler o Dmitri Shostakovich quienes con menos de 30 años estrenaron sus primeras sinfonías de una calidad indiscutible. O por oposición el de Johannes Brahms, quien compuso una autentica obra maestra, aunque en su caso esperó a los 43 años y a tener un corpus compositivo muy importante (es su Op. 68) antes de atreverse con el género sinfónico. Quizás el caso más similar sea el de Robert Schumann, quien compuso su primera con 31 años, siendo su número de opus, 38, prácticamente similar al 39 de Sibelius. El compositor finlandés estrenó su primera sinfonía con 34 años, y aunque tras el estreno hizo algunos leves cambios, fue un éxito. Es contemporánea del poema sinfónico “Finlandia” y tras ambas obras, poco después recibió una pensión vitalicia del Gobierno finlandés para dedicarse plenamente a la composición.

   Tras el precioso tema inicial del clarinete sobre el repique del timbal, Vänskä propuso una versión rápida, tensa, impulsiva, con unas cuerdas incandescentes y con unas dinámicas extremas, remarcando ese patetismo que tantas veces nos hace recordar a Tchaikovsky, y donde la emoción corría a raudales. Una versión con mucho riesgo, ya que o bien tienes una orquesta del nivel de la de Minnesota o corres el riesgo de desajustes continuos. La orquesta respondió en todo momento. Con el fuego de las cuerdas, con las frases preciosas de los vientos, y con la contundencia “dentro de un orden” de los metales, fue capaz de armar todo el edificio y conseguir un empaste de primera. En el Andante levantó el pie del acelerador, pero no hubo ni la más mínima caída de tensión. Todo ello con un fraseo digno de los más grandes. El scherzo y el finale “casi nos queman”, con Vänskä pidiendo más y la orquesta dándoselo. Extraordinaria versión que quedará para el recuerdo. Lástima que estuviéramos en Nueva York, donde el público empezó a aplaudir sobre los dos notas finales de las cuerdas, y no en Berlín o Viena, donde hubiéramos podido “digerirla” en silencio al menos durante unos segundos más. Como no podía ser de otra manera, Sibelius volvió a ser el protagonista de los 3 bises. El primero fue la pequeña pieza “el retrato de la condesa” y los otros dos fueron el “interludio (Miranda)” y el “Cortège” de la música incidental para “La tempestad” de William Shakespeare.

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