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Crítica: La Sinfónica del Vallés dedica un concierto al repertorio americano

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Autor: Albert Ferrer Flamarich

AMERICAN VALLÉS SYMPHONY

   Por Albert Ferrer Flamarich
Sabadell, 18/11/16. Teatro de la Farándula. Orquesta Sinfónica del Vallés. Vicent Alberola, clarinete y director. Williams: obertura The cowboys. Copland: Concierto para clarinete. Bernstein: On the town: three dance episodes. Copland: Rodeo, four dances episodes. Bernstein: On the town: three dance episodes. Copland: Rodeo, four dances episodes. Homenaje a Sinatra. Michael Feinstein, voz. OSV. Vicent Alberola, director.  Palau de la Música Catalana de Barcelona, 19/11/16.

   Es una obviedad que los programas de la OSV discurren por unas líneas pensadas, variadas y con incentivos para un público amplio. Convocatorias temáticas inusuales en orquestas estables como la del viernes vuelven a demostrar que la apuesta artística de la formación vallesana es arriesgada y, sobre todo, atractiva. Este año, aparejada con la normalización de las bandas sonoras, la música norteamericana también tendrá cabida y el pasado viernes lo demostró con un éxito de asistencia estimable en la Faràndula.

   Ecos de jazz-sessions y big-bands sonaron en el enlace entre dos generaciones, la de Copland y Bernstein, unidas por los riffs punzantes y las resonancias de blues nacionalizadas con su adopción. Ambos compositores redefinieron un legado a partir de un lenguaje enérgico, moderno, personal y que aún debe ser replanteado en buena parte del viejo continente europeo. Y éstos fueron los elementos sobre los que la dirección brillante, idiomáticamente cualitativa, equilibrada en el tratamiento de las secciones y de gesto tan explicito como eficaz de Vicent Alberola establecía una comunicación entre músicos con una vitalidad contagiosa.

   Con el mismo voltaje adrenalínico y solvencia técnica abordó el Concierto de clarinete de Copland como solista y director demostrando gran fraseo, arcos melódicos prolongados, buen apoyo diafragmático y firmeza en los pasajes de vértigo en una sesión que musicalmente no presentó reproches significativos. Al contrario, un nervio proteico y resolutivo que ya domina en la mayoría de conciertos de los últimos tiempos. Mérito añadido, puesto que la orquesta actuaba en medio de las funciones del Don Giovanni del ciclo Ópera en Cataluña, la mañana siguiente ofrecía una producción de Pedro y el lobo en el Palau de la Música y por la tarde se presentaba con Michael Feinstein.

Un problema recurrente: las notas al programa

   Las notas del programa eran las escritas para el día siguiente para el Palau de la Música Catalana. Es decir, los sabadellenses no contaron con una guía de audición del Concierto para clarinete de Copland ni la obertura de The cowboys del laureado John Williams que centraban la primera parte. Las conocidas dificultades presupuestarias y logísticas de la orquesta no la eximen de ofrecer unos textos orientativos y completos, especialmente en su ciudad. Sobre todo cuando las temporadas se cierran con la suficiente anticipación.

   Igualmente, en un siglo XX poliestilístico que ha mutado varias veces el concepto de música, sobrecoge leer que Bernstein es una de las pocas figuras que contribuyeron a cambiar la fisonomía de la música. Ni son pocos los agentes radicales en el siglo XX (desde Stravinsky, Debussy, Satie y Schönberg a Cage, Boulez, Reich, Glass, Xenakis por citar algunos de la música clásica), ni Bernstein se encuentra especialmente entre ellos. Y menos en términos de fisonomía.

...y el sábado, Michael Feinstein

   Vicent Alberola volvía a dirigir On the town de Bernstein -memorable la sensualidad y melódico de Lonely town- y Rodeo de Copland –magnífico Hoe-down- con la vitalidad, frescor y contrastes rítmicos de un músico a quien querríamos reencontrar en un futuro. Lo hacía como evento en colaboración con el Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona por cuarto año consecutivo. La estrella era Michael Feinstein que actuaba en homenaje a Frank Sinatra con canciones arregladas para trío de jazz, voz y orquesta. De timbre claro, poco potente pero hábil prolongando notas al final de cada canción y con dominio fehaciente de las medias voces y el canto apianado, Feinstein suaviza algunos hits, diluye el acento dramático de otros (My way) y algunas adaptaciones pierden sensualidad (Straingers in the night). Conocido icono de la Great American Songbook, la elegancia y el punto snob -quizás por ser un público y ambiente diferentes de los habituales- quedaban a la sombra ante el relato de su vínculo con Sinatra, el simbolismo de las canciones y otras anécdotas de su exitosa trayectoria. Una trayectoria también avalada desde el piano cuando toca Brazil o se regala con tres bises que, a pesar de la aclamación general, sobre todo con New York, New York, la mejor de la tarde, no consiguió poner en pie a un Palau que no estaba completamente lleno. ¿Hay que dudar de la eficacia de las campañas promocionales de la sede catalana tras 21 años de residencia de la orquesta?

   Una figura mediática como Michael Feinstein en su primera actuación en España obliga a un despliegue de márqueting y difusión que no se puede saldar con una buena entrada: es necesario colgar el cartel de “No hay entradas”. Algo también extensible a la totalidad de la crítica barcelonesa (webs, diarios, revistas especializadas), ausente el sábado, y que, demasiado a menudo, padece una miopía preocupante en torno a la potencialidad y méritos conseguidos en las últimas temporadas sinfónicas por la OSV. Lo peor, en parte, fue el público: ¿es necesario hacer pedagogía al público del Palau sobre los aplausos después de cada coda explosiva en repertorios sinfónicos?

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