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CRÍTICA: 'LA PRINCESA DE NAVARRA' EN EL MAESTRANZA DE SEVILLA, BAJO LA DIRECCIÓN MUSICAL DE HERVÉ NIQUET. Por J. J. Ponce

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Autor: J. J. Ponce
20 de marzo de 2013
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       UNA PRINCESA NAVARRA SALVADA EN SEVILLA

 
LA PRINCESA DE NAVARRA - Jean-Philippe Rameau (1683-1764). 17/III/ 2013. (Versión concierto). María Espada, soprano; Chantal Santon Jeffery, soprano; Marc Labonnette, barítono; Juan Sancho, tenor. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Orquesta Barroca de Sevilla. Director, Hervé Niquet.

      La Princesa de Navarra fue la única cómedia-ballet - tres actos- que compuso Jean Philippe Rameau. Basada en un libreto de Voltaire, se estrenó en Versalles el 23 de febrero de 1745. El género había sido utilizado con anterioridad por Moliere y Lully en el siglo anterior, como una mezcla de música, canto y diálogos. En este caso, se trataba de un encargo del Rey Sol para celebrar el enlace entre el Delfín y la infanta española María Teresa. Dentro del apartado de ópera-ballet del mismo autor hay títulos que han sobrevivido en los escenarios y -aunque esporádicamente- pueden verse en los ‘cartellone' de los teatros, tal es el caso de Platée, Hippolyte, Castor y especialmente Les Indes galantes.

Argumento
       La historia narra como Constance, princesa de Navarra que huye de sus enemigos -el rey de Castilla y el duque de Foix- busca refugio de incógnito junto al barón Don Morillo. Allí encuentra a un simple oficial, Alamir, -en realidad, el duque de Foix, disfrazado-, perdidamente enamorado de la princesa. Ésta pretende escapar, y en su intento de huida encuentra en una puerta a un grupo de soldados y en otra a un cuerpo de bailarines. Se libra una batalla entre el rey castellano y los franceses que, junto al de Foix, defienden a la navarra. Constance queda conmocionada por el afecto del duque, y las Gracias y Amores desarrollan un divertimento galante. El rey castellano queda derrotado y el duque de Foix desvela su identidad y su pasión por la princesa. A la llamada del Amor, los Pirineos desaparecen y en su lugar se alza el templo del Amor, abarrotado de grupos danzantes de todas las naciones.


La música
       Lo más interesante de la pieza es su contenido musical, que serviría al propio compositor - como posteriormente será común en Rossini- como banco de préstamo para composiciones posteriores. Esta misma pieza estrenada en febrero sería revisada en diciembre del mismo año y pisaría los escenarios bajo el título de ‘Les fêtes de Ramire'.
       Los intermedios de esta ópera-ballet -que no la pieza volteriana al completo- serían reestrenados en Covent Garden en abril de 1977. La función del estreno (1745) duró alrededor de cuatro horas, básicamente dedicadas a danzas destinadas al baile pero de la obra original sólo se conservan - Biblioteca de París- las partes danzadas y cantadas, aunque también incluía numerosos diálogos. Existe una interesante grabación -realizada en marzo de 1979 en Londres y publicada en 1996 en el sello Erato- bajo la dirección de Nicholas McGegan que puede servir de referente al melómano interesado en el barroco.

El concierto
       El trabajo presentado en Sevilla parte del uso de un narrador, quizá por emular las épocas de los juglares, un recuerdo que no aportó nada a la pieza y que distrajo al público de lo realmente interesante: la música y las voces, especialmente los coros. La Orquesta Barroca de Sevilla, bajo la dirección de Hervé Niquet - un destacado especialista en barroco francés- volvía al escenario del Teatro de la Maestranza a dar muestras de su dominio del repertorio, exponiendo todos los matices y sutilezas de la partitura. Niquet es un maestro que, desde siempre ha defendido que ‘la partitura debe ser respetada tal y como el autor la concibió'.
       Buen trabajo de músicos y batuta que han sabido sacar los sonidos del mejor Rameau, no en vano la OBS está considerada una  de las mejores formaciones del momento en este ámbito. Mención especial para el buen trabajo del coro, el otro protagonista de la noche. Muestras del buen hacer de los músicos fue la Overture, de la que Niquet hizo una delicatessen, o la fanfarria de la entrada de los guerreros del primer acto, donde viento y percusión fueron protagonistas absolutos, con una ejecución sólida que combinaba afecto y pasión.  Magníficas las cuerdas en el menuet y contradanza del final del primer acto o la zarabanda inicial del segundo. Sentimiento, pasión y sutilezas llevadas al extremo, siendo uno de los momentos más exquisitos de la noche. A destacar la flauta en el Air 'Echo voix errante' en la que juega con el sonido de los pájaros.
       Bella factura del Loure grave del tercer acto, en el que la música se adueñó por completo de la sala, alcanzando dimensiones sonoras y emocionales absolutas, al igual que en la zarabanda y gavotas finales, donde las flauta y violines mantienen un diálogo, mientras que Niquet gesticula con tímidos movimientos con los que demuestra vivir la música desde dentro, dotándola de una sutileza y sensibilidad particulares. Juan Sancho (Guerrero, Sorifeo, personaje francés y español) es un tenor de voz pequeña, especialmente lírica -quizá poco apropiada para el efecto-, bien controlada pero tapada por la  orquesta en cada una de las intervenciones. Marc Labonnette lució una voz baritonal de tonos graves (Guerrero, adivino, personaje francés y napolitano), que corrió por la sala con facilidad, con comodidad definida en zonas media y especialmente bajas. Bello efecto del pizzicato en el dúo de las adivinas, en el que el barítono se impuso sin dificultad a la Chantal Santon. Labonnette supo cambiar de los matices claros a oscuros con facilidad, quizá la mejor opción de entre las voces que pisaban el escenario.
       La soprano Chantal Santon Jefffery, de bella presencia escénica, no estuvo a la altura vocal exigida. Su adivina, el Amor o el personaje de francesa estuvieron faltos de fuerza y sin poder vocal para sobreponerse a los instrumentos. La soprano María Espada (una Gracia) estuvo correcta e hizo uso del peso de su voz desde su intervención en el trío de del inicio del segundo acto, aunque con cierta falta de empuje y fuerza cuando intervenían los instrumentos al completo.

 

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