Por Eugenio Cortés Chamizo
Barcelona. Auditorio. 11-VI-2017. Orquesta Barroca Catalana. Coro de Cámara Anton Bruckner. Pau Bordas, bajo; Diego Blázquez, tenor; Lídia Vinyes-Curtis, mezzo. Director: Juan de la Rubia. Obras de Bach: Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7; Vergnügte Ruh, beliebte Seelenlust, BWV 170; Ach Herr, mich armen Sünder, BWV 135
Tenemos la necesidad vital –esencializadora- de distinción. Una diferenciación que nos permita superar la máxima existencialista y ser (algo) en el mundo, algo más que ese “conjunto impreciso” en el que, para algunos, parece haberse diluido el sujeto. La amenaza y el presagio de la caída de una sociedad homogénea como final lógico del proceso de desarrollo global, capaz de asimilar cualquier comportamiento o tendencia discordante se parece cada vez más únicamente a una fabulación neoliberal. Incluso ante las situaciones y contextos más autoritarios y estables, si es que los hay, seguirán existiendo hiatos de autonomía que permitan generar múltiples contra-espacios identitarios y simbólicos.
Una de estas vías de escape, de búsqueda de la singularidad, se articula a través de la asunción de universalidad y atemporalidad, colisionando de este modo frontalmente con uno de los cambios de paradigma más relevante de la posmodernidad: el rechazo a una metanarrativa (negación que resulta paradójica como plantea T. C. Lewellen).
Gran cantidad de artistas actuales de cualquier género y procedencia destacan en su música una pretensión de trascendencia, de universalidad y atemporalidad sin ser consciente de que lo único que podría ser considerado atemporal y universal son las gambas de Huelva o las tortillas de camarones. Con la música que nos ocupa sucede algo similar. No resiste bien estas agencias. Bach es todo lo contrario a atemporal o universal; es muy barroco, muy alemán y muy luterano.
Hace poco más de un mes asistía a un concierto en el Auditori donde se interpretaba el Triple de Beethoven para violín, violoncelo y piano en do mayor op.56. Jóvenes solistas confirmaban que tanto millenials como la generación X no solo tienen el mismo talento que sus mayores sino que además les sobra tiempo para compartir vídeos estudiando las obras en facebook, compartir fotos en instagram y criticar en twitter las oposiciones para Conservatorios de música o las trabas para compatibilizar docencia y vida concertística. (nota a mi mismo: me pareció extraño que en el ciclo Emergentes el director fuera un señor en plena senectud). A pesar de ser uno de esos conciertos que hacen que merezca la pena madrugar un Domingo (el concierto era a las 12:30), al concluir recorrió mi cuerpo cierta sensación de incomodidad, de insatisfacción aparentemente inexplicable. Intenté, en un sacrificado ejercicio de extrañamiento, encontrarle alguna respuesta satisfactoria a mi inconformidad. La única explicación que encontré transita el terreno de la recepción, la música de Beethoven tampoco es atemporal. En especial su estilo heroico resulta excesivamente afirmativo, incluso viril, carente de ironía y entra en conflicto con “nuestras” sensibilidades hipermodernas, más inseguras, más ambiguas, más andróginas.
En el ya clásico libro de Historia de la música occidental de Grout y Palisca aparece la siguiente crítica del estilo de Bach fechada en 1737:
Este gran hombre sería la admiración de naciones enteras si fuera más ameno, si no apartase el elemento natural de sus piezas al otorgarle un estilo ampuloso y confuso y si no oscureciese su belleza con un exceso de artificios. Debido a que juzga según sus propios dedos, sus piezas resultan extremadamente difíciles de tocar, ya que exige que cantantes e instrumentistas sean capaces de hacer con sus gargantas e instrumentos todo aquello que él es capaz de tocar en el teclado. Sin embargo, esto resulta imposible. (…) En resumen, él es a la música lo que el señor von Lohenstein era a la poesía. La ampulosidad los condujo a ambos desde lo natural a lo artificial y desde lo sublime a lo oscuro; en ambos uno admira la labor enorme y el esfuerzo singular, lo que, sin embargo, se emplean de manera vana, ya que están en conflicto con la naturaleza.
La Cantata BWV 170 compuesta para el tercer domingo después de la Trinidad y segunda obra del programa del último concierto del ciclo de Cantatas de Bach y del que es fruto toda esta reflexión, es un ejemplo claro de partitura exigente tanto para la contralto como para el órgano. Esta exigencia técnica no es un simple reflejo del gusto por la artificiosidad sino más bien una de creatividad contenida, con la que Bach lleva a muchos de los géneros, como escribe Harry White, a un estado de agotamiento nervioso.
En la música de Bach todo parece tener un sentido, mejor aún, un significado, o como escribe Eugenio Trías en El canto de las sirenas “todos los componentes musicales se hallan sobredeterminados por un concentrado infinito de ramificaciones semánticas”. En sus cantatas resulta imprescindible ser consciente de la modificación en la que se incurre al extirparla del ritual litúrgico y colocarla en la sala de conciertos. Estas obras son un material formidable para someterlas a lo que Clifford Geertz llamó descripción densa, ir desgranando capa a capa el contenido simbólico en una especie de “psicoanálisis cultural”. El consenso acerca de su complejidad, su simbolismo inabarcable, inagotable, la convierten en uno de los indicadores de status cultural más genuino de nuestra sociedad.
Las clases trabajadoras –aunque en esto los campesinos son más sencillos, más ingenuos, que los trabajadores- llegaron a aceptar como suyosciertos valores de la clase que los gobernaba: en este caso la elegancia en el vestir. Al mismo tiempo, su misma aceptación de estos estándares su conformismo con respecto a unas normas que no tenían nada que ver ni con su propia herencia ni con su experiencia cotidiana, los condenó, conforme a este sistema de valores, a ser siempre, para las clases que están por encima de ellos, ciudadanos de segunda categoría, toscos, groseros, desconfiados. Esto es sucumbir a una hegemonía cultural” John Berger
La Orquesta Barroca de Barcelona parece haber encontrado el camino hacia la excelencia superando posibles necesidades del pasado, junto con la buena elección del Coro de Cámara Anton Bruckner y de los solistas consiguieron cerrar una actuación que ilusiona a los amantes de la música antigua de Barcelona.
Compartir