Por Dani Cortés Gil
París. 22-X-2018. Salle Favart. Orphée et Eurydice de Ch.W. Gluck (revisión de H. Berlioz). Marianne Crebassa (Orphée), Hélène Gilmette (Eurydice), Lea Desandre (Amour). Ensemble Pygmalion. Dirección musical: Raphaël Pichon. Dirección escénica: Aurélien Bory.
Se ha presentado en la Opéra Comique de París la revisión que Berlioz hizo del clásico que Gluck Orphée et Eurydice en 1859 para unas representaciones protagonizadas por la gran Pauline Viardot. Berlioz llevó la partitura de su admiradíssimo Gluck a una mayor concisión dramática, adaptando las versiones de Viena (1762) y París (1774) al gusto romántico del siglo XIX. Algunos cortes por aquí, una instrumentación mucho más nutrida por allí (especialmente en vientos y percusión) acabaron conformando una partitura mucho más densa que los originales de Gluck.
Raphaël Pichon, el director musical de estas representaciones, ha querido dar una vuelta de tuerca más al respecto. En aras de conseguir aún un mayor patetismo, se eliminaron la festiva obertura con que se abre la ópera, así como toda la escena final de happy end. La ópera empezó entonces con un oscuro fragmento del ballet Don Juan del propio Gluck y terminó tras la famosa aria «J’ai perdu mon Eurydice» con la repetición del coro inicial de la ópera. Como tanta condensación trágica parecía no ser suficiente se optó por interpretar la obra sin ningún descanso, llevando al público a presenciar un espectáculo de duraciones wagnerianas.
A pesar de todos estos cambios y adulteraciones, bastante injustificadas, lo que se escuchó y se vio fue de una gran belleza. La lectura de Pichon al frente de la Ensemble Pygmalion fue nerviosa, acentuando los afectos y efectos de la partitura, exagerando los silencios en los momentos más dramáticos, quién sabe si influenciado o requerido también por la parte escénica. Quizás su enfoque tiene poco de la estética ilustrada en la cual germinó la ópera de Gluck y demasiado de la estética romántica de Berlioz en exceso exagerada, pero fue una interpretación apasionada que sorprendía y maravillaba en todo momento al auditorio. Hay que añadir también las excelentes intervenciones corales de la misma Ensemble Pygmalion, con una afinación y un empaste realmente admirables.
La protagonista de las representaciones fue la mezzosoprano francesa Marianne Crebassa. Con una voz bien timbrada y con una tesitura muy homogénea creó una prestación del protagonista controlada en todo momento, introspectiva y con un punto estático (a veces en exceso) seguramente marcado desde la dirección escénica. A pesar de todo, fue un verdadero placer dejarse llevar por la belleza de su voz, tan inteligentemente utilizada a lo largo de toda la representación.
Ante su protagonismo, Hélène Guilmette como Eurydice y Lea Desandre como Amor no pasaron de la corrección en sus cortos papeles. Quizás hubiera sido necesaria una Eurydice de aspecto más juvenil y una voz más diferenciada de la de Crebassa. Hubo poca conexión entre los dos amantes.
Interesante fue la prestación escénica, con una gran economía de medios pero de un gran efectismo. Un inmenso espejo cambiante presidía el escenario, pasando del reflejo al estado translúcido según los diferentes ambientes. Predominó el negro y la oscuridad llegando a sumir hasta la misma orquesta en las tinieblas durante unos claustrofóbicos minutos en que tocaron a oscuras. Se añadían algunas notas de color de telas reflejadas (con el protagonismo del Orphée de Corot) y un vestuario años veinte de unos personajes bastante indefinidos (todos con corte de pelo a lo garçon). A pesar de la oscuridad y la simplicidad, la representación de espacios como el Averno o los Campos Elíseos fue extraordinaria.
El espectáculo efectista y alucinado quizás hubiera sido preferible que atendiera a una mayor fidelidad a la originalidad de Gluck, ni que fuera a través de la óptica de Berlioz, a pesar de perder en concisión dramática y sonoridades prewagnerianas.
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