El Teatro Real y los Teatros del Canal coproducen el estreno en España de la ópera Orfeo de Philip Glass
El mito de Orfeo por Glass y Cocteau
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 21-IX-2022, Teatros del Canal, Sala Roja. Temporada 2022-23 Teatro Real. Orphée (Philip Glass). María Rey-Joly (La princesa), Sylvia Schwartz (Eurídice), Mikeldi Atxalandabaso (Heurtebise), Edward Nelson (Orfeo), Pablo García López (Cégeste), Karina Demurova (Aglaonice), Emmanuel Faraldo (El reportero/Glazier), Cristian Díaz (El poeta). Orquesta titular del Teatro Real. Dirección musical: Jordi Francés. Dirección de escena: Rafael R. Villalobos.
Previamente a los fastos de la Aida de Verdi que se representará en octubre-noviembre, comienza la temporada 2022-23 del Teatro Real con la representación en los Teatros del Canal de una de las numerosas manifestaciones del mito de Orfeo, que si han sido variadas en las diferentes disciplinas artísticas, no digamos en el ámbito del teatro lírico.
En esta ocasión ópera, cine y literatura se funden en la adaptación como ópera de cámara realizada por el compositor estadounidense Philip Glass (Baltimore, 1937) de la película dirigida por Jean Cocteau, una revisión del mito que gira sobre la idea de la muerte y el dolor profundo que produce la pérdida del ser querido, todo ello con importante presencia, habitual en en su cine, del entorno onírico. Efectivamente, la pérdida de su amante en el caso del cineasta y de su compañera sentimental en el del músico, impulsó a ambos artistas a afrontar sus visiones del mito. Este Orfeo de Glass se estrenó en 1993 y llegaba ahora por primera vez a España en coproducción entre el Teatro Real y los Teatros del Canal. No está de más recordar, que el Teatro Real ha estrenado en los años 1998 y 2013, respectivamente, dos óperas del músico de Maryland, O corvo branco y The Perfect american.
En la ópera de Glass, el mundo de lo real y de los sueños se funden y combinan con un protagonista que encarna al poeta angustiado por lo efímero de su arte, es decir, su muerte como creador ante las acometidas de las nuevas corrientes, de los siempre arrogantes y soberbios artistas jóvenes, también normalmente insustanciales y forzadamente encumbrados, y la de su amada Eurídice. Para ello, no duda en seducir, negociar y relacionarse con el inframundo y sus criaturas. La muerte le cautiva en forma de un atractivísima princesa, plena de fascino, que no pudo tener mejor intérprete que la soprano María Rey Joly. Bien es verdad que, aunque ha ganado carne en el centro, su timbre ha perdido tersura y ductilidad y los viajes al agudo no son tan felices como antaño. Sin embargo, en el aspecto interpretativo dotó de todo el misterio, sensualidad y tan inquietante como fascinante atractivo a su personaje, convirtiéndolo en el central de la representación. La muerte debe sacrificar su amor por Orfeo por el final feliz del matrimonio de éste con Eurídice.
La música de Philip Glass -paradigmático representante del minimalismo estadounidense- para Orfeo se basa en las habituales células repetitivas y bruscos cambios de tonalidad con influencias del barroco, el jazz y la música popular. Todo ello muy bien amalgamado, fruto del indiscutible oficio del músico.
Aunque la composición pueda dar la sensación en algunos momentos de demasiado repetitiva, lo que unido a una escritura para la voz monótona y poco interesante, en opinión del que suscribe, y una teatralidad demasiado estática, que hacen un tanto cuesta arriba los 100 minutos sin descanso que dura la función, Glass demuestra su talento e inventiva en una partitura, que en su apariencia repetitiva logra atrapar y sugestionar al oyente. Asimismo, se benefició de una magnífica dirección musical de Jordi Francés, que demostró, una vez más, su afinidad y dominio de la música contemporánea. A los 25 músicos previstos por el autor, Francés añade 6, hasta 31, en una revisión que añade brillantez a la partitura e impulsa esa capacidad de seducción de la misma, además de obtener un estupendo rendimiento de los músicos convocados de la orquesta del Real y asegurar un pulso constante, sin que decaiga en ningún momento la narración orquestal.
El joven director de escena español Rafael R. Villalobos ha añadido últimamente a su trayectoria en ascenso, la popularidad adquirida –involuntariamente, pero que le ha venido muy bien- merced a la polémica creada por la negativa de los anunciados Roberto Alagna y su esposa Alexandra Kurzak a participar en su puesta en escena de Tosca que se verá próximamente en el Liceo de Barcelona. Villalobos, que indudablemente conoce bien el mito de Orfeo y la película de Cocteau, opta por colocar la acción que este situaba en el París de los 50, en el Nueva York de la época del estreno de la ópera, los años 90. Eso sí, no puede sustraerse a la tendencia habitual en muchos sectores de la regia actual de lanzar su mensaje político. En este caso contra el liberalismo y el capitalismo, nada original, por tanto. «Vista desde un prisma contemporáneo, Orphée puede ser entendida como la fábula de un artista que abrazando el liberalismo en su forma más despiadada pierde el centro de su propia esencia artística hasta casi matarla» afirma Villalobos en su escrito del programa de mano. La verdad es que se me antoja muy forzada esta interpretación y, desde luego, no logra aflorar en el montaje.
En fin, para todo ello el director de escena sevillano se basa en una escenografía, a cargo de Emanuela Sinisi, fundamentalmente desnuda, excepto por la presencia de numerosas pantallas de distintos tamaños con proyecciones de imagen y video que simbolizan la ciudad de Nueva York. A resaltar la importancia de la iluminación a cargo de Irene Cantero a la hora de plasmar la dimensión onírica tan esencial. El movimiento escénico me pareció, en un principio, por su estatismo y pausados desplazamientos, una especie de homenaje a Bob Wilson, responsable del montaje de O corvo branco del propio Glass en el Teatro Real. Posteriormente gana en dinamismo y se beneficia de una dirección de actores bien trabajada, que si bien no logra vencer el estatismo de la obra, completa junto a una acertada caracterización de personajes, especialmente Orfeo, La princesa y Eurídice, un montaje de buena factura en su conjunto. De todos modos, el cambio de época a Nueva York me parece irrelevante y el pretendido mensaje de crítica política se diluye completamente, ya que está cogido muy por los pelos. La absoluta protagonista del mito de Orfeo, por muchos giros y revisiones que existan, es la muerte en todas sus manifestaciones, ya sean el anhelo de la inmortalidad, el dolor por la pérdida o el sueño del regreso a la vida.
El aplicado canto de Sylvia Schwartz, así como la sanidad de su zona alta y compromiso escénico se impusieren en su Eurídice. Edward Nelson compuso un Orfeo que me recordó al Pélleas que le ví en Sevilla el pasado marzo con la excelsa batuta de Michel Plasson. El material del baritono norteamericano es pobre de color, modesto tímbricamente, pero homogéneo y equilibrado de registros, además su declamado fue siempre musical y destacable su entrega en escena. Mikeldi Atxalandabaso volvió a demostrar su versatilidad vocal y escénica con lo que hace olvidar un timbre ingrato y trémulo. Demasiado liviano resultó el material del tenor Pablo García-López como Cégeste, el joven poeta que simboliza las nuevas tendencias que amenazan la primacía de Orfeo como artista.
Fotos: Pablo Lorente / Teatros del Canal
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