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Crítica: «Orfeo y Eurídice» de Gluck en el Teatro de los Campos Elíseos de París

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Autor: Roberto Relova Quinteiro
4 de agosto de 2022

Thomas Hengelbrock y Robert Carsen dirigen la ópera Orfeo ed Euridice de Gluck en el Théâtre des Champs-Elysées de París

«Orfeo y Eurídice» de Gluck en el Teatro de los Campos Elíseos de París

Sublimes humanos

Por Roberto Relova Quinteiro
Paris, 1-X-2022. Théâtre des Champs-Elysées. Temporada 2022/2023. Christoph Willibald Gluck, Orfeo ed Euridice. Jakub Józef Orliński (Orfeo) Regula Mühlemann (Euridice) Elena Galitskaya (Amore) Robert Carsen (puesta en escena) Tobias Hoheisel  (escenografía y vestuario) Robert Carsen, Peter Van Praet (iluminación) Chœur Balthasar Neumann. Orchestre Balthasar Neumann. Thomas Hengelbrock  (director)

   La producción de Robert Carsen de Orfeo y Eurídice de Gluck (versión de 1762 cantada en italiano) ofrecía al público el primer trabajo teatral en Paris del contratenor polaco Jakub Józef Orliński.

   Son innumerables las iconografías y dramaturgias que se suman a la sencillez de Carsen. Por ejemplo, Solitude (1893), la enigmática pintura de Alexander Harrison (1853 - 1930). La extraña observación de un único personaje de espaldas al espectador recuerda a la desolación que nos transmite Orfeo, también de espaldas, en el inicio del lamento ante la tumba de Eurídice.

   La idea del amor como una gran máquina comienza a funcionar desde el momento en que se alza el telón: el abrumador dolor vuela y se arrastra por todo el escenario. Los abismos, la soledad, la desesperación se van hilado a modo de deux ex machina, validando así las continuas relaciones con el mito, con la tradición musico teatral barroca e incluso con la visión cinematográfica y escénica mas moderna de los siglos XX y XXI. 

   El diseño de luces es un auténtico mapa emocional. Juega a favor de la narración teatral y expresa todo aquello que se ausenta de la escena: la irrealidad, la confrontación entre la idea de la vida y la muerte, incluso las propias tonalidades que emergen desde la partitura. La luz a favor del simbolismo y a favor de un renovado concepto expresionista que eleva a los intérpretes a auténticas siluetas de cerámicas griegas. Todo un alarde técnico que conmueve y sorprende al espectador, al igual que el efectista recurso de convertir en larvas a los cadáveres o el dramático descenso a los infiernos de Orfeo lanzándose desde la tumba de Eurídice. Puro esplendor necrofílico.

Orfeo y Eurídice en París

   La voz de contratenor de Orliński suena amplia resultado de una milagrosa proyección a través de una sólida técnica. Espectacular timbre y cualidades sonoras que recorren sus diferentes registros. Es un intérprete integral, en él encontramos al actor, al poeta, al artista, absolutamente todo aquello que debieron soñar compositores como Monteverdi, Cavalli, Lully, Haendel o el propio Mozart. En definitiva, Orliński es, por méritos propios el milagro de una generación de grandes músicos. Sus recitativos son épicos y el concepto musicoteatral de la partitura desborda profesionalidad, entrega y una extrema inocencia que conmueve a dioses y humanos. Su entrada en Che puro ciel abre un amanecer rico en matices y una expresividad fuera de lo común. En este integral concepto está su intima y dolorosa versión del Che farò en el que sublima la desolación de un atormentado joven con un poderoso dominio de la técnica vocal y expresividad en las frases musicales. El dolor se vuelve pura estética que navega entre los diferentes mundos. El Orfeo de Orliński también navega por las grandes frases vocales otorgando una asombrosa riqueza de matices. La voz es poderosa, es plástica y acaba por engullirte por las diferentes emociones que propician sus estudiados recursos dramáticos. Su imagen lo hace más vulnerable y conmovedor ante un público conmocionado. Domina el cuerpo como un instrumento al servicio de su voz y de la dramaturgia. Todo un reto actoral.

   La voz de la soprano Regula Mühlemann  es puro cristal, transparencia y perfección en el dominio de su hermoso instrumento, ofrece una extraordinaria sensualidad al personaje de Euridice. El color de su voz  siempre disponible para el tratamiento exquisito de los matices que la envuelven en una mágica visión de un ser irreal.

   Su angustia ante Orfeo transforma el dúo en un expresivo canto apoyado por un inteligente uso del vibrato. Su fraseo la identifica como una gran conocedora de la técnica vocal que la conduce a un riguroso uso de las ornamentaciones e incisiones del texto. Ante tanta desesperación su voz iluminó el paisaje lunar de Robert Carsen.

Orfeo y Eurídice

   Elena Galitskaya fue un espejo de la realidad, un salvoconducto para liberar las emociones más positivas y mensajera de los dioses. Un lujo para un deux machina alegre, eficaz. Su interpretación como Amor fue brillante, expresiva, y con una notable proyección en sus breves pero intensas apariciones.

   Entre la escenografía minimalista, transformada en espacios lunares, desérticos, oscuros, brillaron orquesta y coro  a un nivel excepcional. Thomas Hengelbrock decidió dirigir la orquesta estremeciendo y acentuando una partitura luminosa y crear un nuevo discurso musical con unos tempi vertiginosos que demostró en el resultado de la  heroica obertura.

   La sonoridad fue un obsesivo trabajo en el que buscó las diferentes creaciones de las atmosferas, los sentimientos e incluso lugares del alma humna. La planificación sonora resultó un analizado estudio de las relaciones instrumentales, espacios y narración. Por ejemplo, los músicos colocados en un palco entre el público para hacer volar el efecto del eco desde el foso orquestal hacia todo el teatro: los dioses tienen que escuchar el lamento órfico. Los planos sonoros se articularon según las necesidades de la escena. La familia de los instrumentos de viento madera nos hicieron volar en el Che puro ciel, al igual que la frenética bajada hacia los infiernos. La Orchestre Balthasar Neumann es un prodigio en precisión rítmica, afinación perfecta y un equilibrado legato.

   Finalmente lo que une a la humanidad son el amor y el dolor. Se vuelve cotidiano y estrictamente compartido por la comunidad que sigue los esquemas del ritual, de lo mágico, de lo invisible. Gluck rompe con el anonimato de los coros para subrayar su protagonismo y participar de los sublimes sentimientos. No son meros espectadores.

   La presencia del Coro Balthasar Neumann deslumbró por su sonido, su trabajo escénico y su armónica presencia bajo los deseos de Thomas Hengelbrock . Doliente o terrorífico dejo escuchar una paleta muy variada y siempre al servicio de las diferentes atmósferas.

   La noche concluyó en un apoteósico final compartido por público, coros, orquesta, y cantantes. Las ovaciones siempre generosas para todo el equipo. Eso si, Orliński se llevó las más delirantes y un enorme agradecimiento por parte de todo el público. Los campos elíseos de París vuelven a tener un nuevo Orfeo.

Fotos: Vincent Pontet


 

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