Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Este escrito nace como reacción ante tres hechos especialmente preocupantes para el mundo de la Música: el anuncio del Gobierno de España al elegir al pianista británico James Rhodes para interpretar el Himno a la Alegría de la Novena sinfonía de Beethoven en un gran acto mediático para presentar su «Plan de Recuperación»; la enorme crisis que están padeciendo los músicos españoles desde el comienzo de la pandemia del coronavirus; y la lastimosa red clientelar y de poderes establecidos que contamina, desde hace tiempo, buena parte de la gestión musical de nuestro país.
Obvio es decir que la terrible situación que está viviendo España y el resto del mundo nos está afectando a todos, aunque de forma diferente. El campo que nos ocupa, el de la Música, es seguramente uno de lo grandes damnificados, dentro y fuera de España. Países con una infraestructura musical tan potente como EEUU han cerrado a cal y canto la mayoría de sus más importantes entidades y ciclos. En España, el Teatro Real ha tenido la valentía y acierto de marcar el camino que deben seguir el resto de entidades, tras haber demostrado que la música puede convivir con el coronavirus sin poner en riesgo la salud de los asistentes o, por lo menos, no más que otras situaciones cotidianas con las que convivimos a diario.
La cruda realidad es que muchos músicos, incluso algunos de nuestros más importantes artistas, están pasando momentos profesionales delicados debido a la dificultad para ofrecer conciertos y óperas. En este contexto tan sensible nos ha sorprendido desagradablemente que el Gobierno de la Nación haya elegido para dar lustre a la mediática presentación de su «Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española» al británico James Rodhes, un pianista de cualidades musicales tan discretas que se podrían comparar con las de cualquier alumno que acaba de concluir sus estudios de piano en uno de los numerosos conservatorios que vertebran nuestro país. Rhodes declara su amor a España cada vez que tiene una oportunidad. No es de extrañar: nuestro país se ha convertido en un vergel para su mediocre mensaje pianístico. Es lamentable que nuestros políticos y medios de comunicación generalistas hayan catapultado hasta límites mediáticos imposibles de obtener para nuestros mejores artistas, a un músico como Rhodes, cuyas virtudes parecen tener más que ver con sus preferencias ideológicas hacia el actual Gobierno o sus cualidades comunicativas en las redes sociales que con su calidad como intérprete.
La decisión ha sentado mal en el ambiente musical español y, en concreto, en el Mundo del Piano, un arte noble que en España cuenta con una importantísima tradición de grandes nombres, en el pasado y en el presente, pianistas que trabajan a destajo para desarrollar sus carreras a nivel nacional e internacional, y que en un momento tan crítico como el actual, tienen que observar como el Gobierno y nuestros más importantes medios de comunicación generalistas prefieren dar cancha a una propuesta musical vulgar. No estamos ante un hecho puntual, sino ante la gota que colma el vaso.
En el fondo de esta decisión lo que se percibe es una absoluta desconsideración del Gobierno y los medios hacia el mundo de la música. ¿Por qué no se ha contado con pianistas tan importantes como Josu De Solaun, Joaquín Achúcarro, Javier Perianes, Josep Colom, Antonio Baciero, Javier Negrín, Gustavo Díaz-Jerez, Iván Martín, Marta Zabaleta, Daniel del Pino, Eduardo Ponce, José Menor, Óscar Martín o Carles Marín, entre muchos otros? ¿No debería el Gobierno de España tener en consideración a los artistas citados cuyo talento no se puede comparar con el de Rhodes sin caer en un falta de respeto hacia los españoles? ¿No se percatan nuestros políticos de la humillación que supone para nuestros mejores pianistas, en estos momentos de crisis, observar cómo el Gobierno de la Nación los ignora para recompensar a un pianista de tan discretas cualidades?
También cabe preguntarse si no es la ignorancia lo que mueve en estos casos a nuestro sector político. ¿Acaso entiende Pedro Sánchez o José Manuel Rodríguez Uribes, nuestro ministro de Cultura, algo de música? ¿Les importa algo la Música, más allá de lo que hagan las Rosalías y Malumas de turno? ¿Podrían citar al menos a tres pianistas españoles de nivel internacional? La respuesta a todas las preguntas es, seguramente, «no».
¿Qué es lo que premia el Gobierno contando con Rhodes? ¿La calidad artística o la afiliación ideológica? ¿Tienen nuestros artistas que obtener el carnet de determinados partidos políticos para poder acceder a tal nivel de relevancia mediática? De forma parecida, ¿deben nuestros artistas caer bien a nuestros gestores o estar en determinadas agencias para poder entrar en sus ciclos musicales o debemos exigir que únicamente sea la calidad el criterio de selección?
¿Nadie se extraña de que en nuestros principales festivales, muchos regados con dinero público, y en algunas de nuestras más importantes orquestas, con frecuencia se repitan los mismos nombres, una y otra vez, en ocasiones hasta la saciedad? Esta situación se ha agravado con la pandemia ¿Es qué ningún político supervisa el trabajo y objetividad de nuestros festivales ni de los gestores que dirigen nuestras orquestas e instituciones? ¿A nadie extrañan ciertas predilecciones y también olvidos cuando se programa? ¿No se pregunta sobre las consecuencias de la excesiva influencia de ciertos artistas y agentes?
No repetir a un mismo artista dos años consecutivos en una institución pública es un sano principio que siguen determinados festivales europeos, pero no alguno de los principales de nuestro país.
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