Tras la abrupta salida de Muti y la puesta entre paréntesis de la Aida que debía inaugurar su próxima temporada, la Ópera de Roma ahonda ahora su tragedia con el despido fulminante de parte importante de los miembros de su orquesta y coro. Así lo anunciaba el alcalde de Roma, Ignazio Marino, subrayando que “es una decisión dramática que afecta a 182 personas, sobre un total de 460”. El problema viene de lejos y tiene que ver con las continuadas protestas de dos sindicatos, Slc-Cgil y Fials-Cisal, que constantemente ponían en peligro la realización normal de las representaciones, impidiendo un clima de serenidad para realizar su trabajo, como indicaba Muti en su carta de despedida. Carlo Fuortes, el intendente del teatro, ha dado a entender que esa decisión esa la menos mala, ahorrándose así 3,4 millones de euros y evitándose con ello el cierre del teatro. El resultado es la externalización de los servicios de orquesta y coro. Las instituciones se afanan en comunicar las bondades de esta decisión, en la que sin embargo no cabe ver otra cosa que una tragedia que no parece tener vuelta atrás. Probablemente sea la única solución para evitar el constante sabotaje sindical en que se había convertido el día a día de las representaciones operísticas en Roma. Pero la imagen de desconcierto, de modelo de gestión desnortado y, en suma, de tragedia cultural e institucional, no parece fácil de enjugar. Algunas voces en Italia han dado a entender que esta drástica decisión es la única fórmula para salvar la viabilidad de la ópera en todo el país, al parecer amenazada por los constantes vaivenes sindicales.
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