Crítica del concierto ofrecido por la pianista Olga Scheps y el director Daniel Smith en la temporada de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
Destellos en medio de la rutina
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 4-XI-2021. Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Olga Scheps, piano; Daniel Smith, director de orquesta. Programa: Miranda de Noelia Lobato Montoya; concierto para piano y orquesta nº 2, en Fa menor, Op. 21 de Frédéric Chopin y Sinfonía Matías el pintor, en Re mayor, Op. 43 de Paul Hindemith.
Tras una inauguración de temporada brillante, de la mano de Michel Plasson, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla ha perdido un tanto el impulso inicial cosechado entonces en los dos programas siguientes de su Ciclo Gran Sinfónico. Las pruebas de esta afirmación se encuentran en, por un lado, el escaso interés cosechado por la taquilla del Teatro [menos de la mitad del aforo estaba ocupado en la noche del jueves], y, por otro, en el moderado entusiasmo del público asistente. Las razones de esta circunstancia –que puede preocupar a los responsables gerenciales si se perpetúa a lo largo de las próximas semanas–, tendrán que ser analizadas con detenimiento, pero alguna de ellas puede vincularse con el exceso de prudencia mostrado por un público cada vez más envejecido y precavido a la hora de asistir a este tipo de espectáculos en tiempos de pandemia, o a lo poco atractivo de los programas y/o del plantel de artistas invitados. Programar es todo un arte, máxime en un momento como este en que hay que buscar la competencia activa en medio de las múltiples opciones de ocio existentes, la publicidad adecuada y persistente y hasta la equivalencia entre el valor del ofrecimiento musical y el precio de los abonos y las entradas sueltas. No quiero decir con eso que las obras que conformaban el concierto del jueves no fueran interesantes: un estreno absoluto, un concierto para instrumento solista [piano] y una sinfonía, según el esquema clásico de concierto contemporáneo, pero, quizá, resultara poco atractiva la elección de compositora, solista y director.
La obra que nacía en los atriles de la Sinfónica de Sevilla llevaba por título «Miranda. Inspirada en La Tempestad de W. Shakespeare», pero resultó bastante anodina a pesar de las mezclas conseguidas y el crescendo final. Quizá demasiado corta en duración y poco expresiva. Sin embargo, la salida a escena de la pianista Olga Scheps creó expectación. A pesar de ello, se puso de manifiesto desde el primer movimiento que la orquesta era la auténtica protagonista del concierto de Chopin, y eso que la parte que reserva el compositor polaco para ella no es, ni de lejos, tan brillante ni llamativa como la parte solista. Sin embargo, la enorme calidad de la Sinfónica, su sonido empastado y el volumen que le imprimió el maestro Daniel Smith, dieron al traste con la concertación con la solista, que solo extrajo un eco oscuro, casi apagado, del piano del Teatro de la Maestranza. Quizá no hubo una solución de compromiso entre la concepción grandilocuente del director y la camerística de la pianista, pero lo cierto fue que no quedó una obra redonda ni memorable. Scheps destacó mucho más cuando tocó sola: la virtuosística propina de Prokofiev que ofreció sí provocó, por primera vez, el entusiasmo efímero del público sevillano.
Lo mejor de la noche vino con la conocida obra de Hindemith, la Sinfonía Matías el pintor, que tantas reminiscencias centroeuropeas nos trajo al Maestranza. Había sido estrenada nada menos que por Furtwängler y la Filarmónica de Berlín en 1934, pero fue rápidamente prohibida por los nazis en un ejemplo más de la persecución que emprendieron en pos de la «música degenerada». El primer movimiento, Concierto de ángeles, es el más conocido, pero las cotas más altas de inspiración están en el segundo, Entierro de Cristo, y, sobre todo, en el tercero Las tentaciones de San Antonio, todo un repertorio de imágenes visuales recreadas con tino y acierto por un maestro que, con un palpable histrionismo, pudo conseguir que la orquesta sonara de maravilla y dictara una lección categórica de interpretación y buen hacer musical. Comparado con la primera parte del concierto, la pieza de Hindemith no dejaba lugar a dudas: lo mejor estaba en el trabajo y sonido de la orquesta, todo lo demás parecía accesorio.
Fotos: Sinfónica de Sevilla
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