Crítica del recital de la pianista Olga Scheps en el Festival Rafael Orozco de Córdoba. En el programa, obras de Beethoven. Schubert y Schumann.
Aquilatado sentido romántico
Por José Antonio Cantón
Córdoba, 12-XI-202. Conservatorio Superior de Música. XIX Festival de Piano Rafael Orozco. Recital de Olga Scheps. Obras de Beethoven. Schubert y Schumann.
En la cuarta jornada de la presente edición de este Festival se presentó Olga Scheps, una de las pianistas alemanas más destacadas de su generación, en este caso de origen ruso. Lo hacía con un repertorio de obras del más puro estilo romántico, con el que se percibía de inmediato está muy identificada, siguiendo la interpretación el orden cronológico de su composición, hecho que dejaba de manifiesto de algún modo cómo fue evolucionando la música para piano a partir del último periodo creativo de Beethoven, que marcó el advenimiento de un periodo cumbre de la creación para este instrumento.
Con una de las sonatas más conocidas y apreciadas de este genio musical conocida con el sobrenombre de Patética abrió su actuación, generando enorme expectación nada más pulsar los determinantes acordes con los que se manifiesta el Grave, que sitúa el clima emocional por el que va a transitar la obra, predisponiendo al oyente a percibir su desarrollo temático, que la pianista asumió con una gran carga dramática, teniendo su mejor expresión en la manera de tratar los silencios conforme se iba diluyendo este movimiento. Cantó con aire contemplativo el Andante central haciendo énfasis en el momento turbador que aparece tras la re-exposición, que constataba seguidamente con densidad expresiva para disipar las tensiones precedentes con el rondó final. La lectura académica que hizo de la obra no estuvo exenta de emotivo temperamento.
Siguiendo con Beethoven, interpretó la Sonata en La bemol mayor, op. 110 a la que imprimió un tratamiento como si se tratara de un concentrado poema pianístico, aspecto que facilitaba la percepción de esta obra, que refleja de manera muy sintomática la trascendencia emocional que dimanaba siempre de la madurez musical del autor. De tal modo, trató de alcanzar un todo integrador de esta sonata enlazando lo meditativo del moderato inicial con la agitación del scherzante allegro central en el que secundó con gran musicalidad sus geniales armonías vacilantes, destacando en esa especie de arioso dolente de sentida «vocalidad». Exhibió todas sus potencialidades en el «poémico» movimiento final, destacando el encaje eurítmico que dio a la fuga, que parecía serenar todo el apasionamiento antes desplegado.
Siguiendo la intención que animaba el programa, la segunda parte del recital empezó con una de las obras decisivas de la literatura pianística de Fran Schubert: la Fantasía del caminante en do, D 760. Olga Scheps se adentró en sus pentagramas haciendo un verdadero análisis de su complejo contenido armónico, demostrando un dominio particular de cada una de sus cuatro partes dentro del sentido integral que hay que dar a su conjunto al mantener en todo momento una dicción anhelante que le confería una especial expresividad romántica. La materialización de esta actitud fue estéticamente lo más relevante de todo el recital, favorecida también por la espaciada sonoridad que logró con la prudencia y atención extremas en la utilización del pedal, que potenciaba la importancia del tema que Schubert presenta como centro de sus sorprendentes y atractivas relaciones tonales, llegando a un equilibrio entre la dificultad técnica y el rendimiento estético-sonoro que pide esta fantasía.
Respecto de su interpretación del Carnaval de Viena op. 26 de Robert Schumann hay que destacar, después de los estrepitosos arpegios del muy vivo allegro inicial, el aporte cinético con el que impulsó el Intermezzo, dada la velocidad demostrada en su mano derecha y a la determinante acentuación armónica de la izquierda en su parte conclusiva. Así dejaba claro la pianista su capacidad para transmitir emociones dando solución con facilidad muy trabajada a los problemas técnicos que plantea. El turbulento tratamiento dado al Finale parecía estar destinado a demostrar su gran mecanismo, que Olga Scheps llevó a la máxima expresión en el bis con el que quiso corresponder a los intensos aplausos del público, nada más y nada menos que el último movimiento de la Séptima sonata, op. 83 de Serge Prokofiev, su famoso Precipitato, al que se lanzó con confianza absoluta en el dominio de su asimétrica rítmica utilizando una agilidad y flexibilidad de muñeca verdaderamente asombrosas. Terminaba su actuación dejando la impresión de saber aprovechar al límite del ensimismamiento el sustancial repertorio romántico de este programa y así dejar constancia de su determinante personalidad musical.
Foto: Uwe Arens
Compartir