Por Agustín Achúcarro
Pedro Aizpurúa Zalacaín murió el 13 de agosto pasado en Andoain, su villa natal. Un guipuzcoano que se hizo de Valladolid cuando empezó a residir en esta ciudad en 1960. Aizpurua o, mejor dicho, Don Pedro, como le conocían sus alumnos del conservatorio, fue compositor, organista, maestro de capilla de la catedral vallisoletana, musicólogo, director de coros, docente… al que, como dejó reflejado en diversas entrevistas a quien esto suscribe, de las que rescatamos algunos párrafos, “le preocupaba más ser honesto que el hecho de que al público le gustase su música”. Éste, lejos de ser un detalle de orgullo, lo era de sencillez, pues se trataba fundamentalmente de un hombre bueno que intentaba introducir desde su labor en la ciudad castellana la importancia de la música de su tiempo, sin renunciar a su devoción por la obra de compositores como Juan Sebastian Bach.
Con motivo del estreno de su Homenaje musical al silencio para piano y cinta magnetofónica, que interpretó su amigo el pianista Diego Fernández Magdaleno, dejó no pocas afirmaciones sobre su forma de entender la música y por ende la vida. “En este siglo XX ha habido una conmoción musical con la Segunda Escuela de Viena y compositores como Stravinsky y Bartók”. “Al final del siglo llega la postmodernidad… y cada uno compone por su cuenta sin formar corrientes estéticas”. Estos movimientos fraguan en su forma de entender la música, lo que conlleva una determinada suerte de evolución cuando reconoce en las citadas declaraciones que “al principio componía como le habían enseñado en el conservatorio” para poco a poco forjarse un estilo propio, “sobre todo tras estudiar mucho a Debussy”. Era la época en la que creó Improvisación en forma de rondó y de ahí según sus propias palabras “se metió en obras que le parecían más atrevidas” que en función de un criterio honesto y exigente consigo mismo, “comprobó después que no lo eran tanto”. Eran los tiempos en que viajaba en su Seat 600 a Madrid para escuchar a Luis de Pablo dirigiendo obras de autores como Stockhausen.
Después llegarían su 2FZ, un homenaje al dúo pianístico formado por Pedro Zuloaga y Miguel Frechilla que Aizpurúa convirtió en un estudio fonológico sobre los apellidos de ambos intérpretes; y obras como la Cantata para las Edades del hombre para soprano, barítono, coro, orquesta y efectos electroacústicos, (Con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, el Coro Nacional de España, texto de José Giménez Lozano y cinta magnética con Emiliano Allende, bajo la dirección de Max Bragado, de la que existe grabación), entre otras. En cada estreno experimentaba una sensación similar, que él consideraba como “una íntima y moderada satisfacción no sólo propia de su conciencia sino de lo más profundo del subconsciente”, y que solía dejarle “una sensación de leve insatisfacción”.
También le tocó bregar con la dirección del Conservatorio de Valladolid en una época en que muchas veces tuvo que soportar la incomprensión de los políticos de turno. Hombre sencillo y cabal que disfrutaba trasmitiendo sus conocimientos en clases como las de Canto coral, que ha dejado un legado importante basado en una lucha honesta y constante por la música. Eso sí, a ser posible, siempre con una mano tendida, una palabra amable y una sonrisa.
En 2000 compuso Clusteriana Didakus para su gran amigo Diego Fernández Magdaleno quien en su blog Las palabras del agua le dedica un emocionado recuerdo, En memoria de Pedro Aizpurua, del que extraemos una frase reveladora del carácter del músico fallecido: “Querido Pedro: siento tu generosidad, tu sabiduría y tu cariño. No podré olvidarlos porque siempre estarás presente, como un regalo, en ese silencio que tanto amabas”.
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