Un reportaje de Agustín Achúcarro
«Supongo que la música de Shostakóvich se conecta en la mente de la gente con temas históricos, quizá más que la de otros muchos compositores, lo que no es una sorpresa tratándose de alguien que vivió y trabajó en un país que dirigía Stalin, y justo después de la muerte de éste se hizo posible que acabara la Sinfonía n.º 10, como si al cerrarse una puerta se abriera otra», una declaración que Andrew Gourlay, director titular de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, realiza el día anterior a los conciertos fechados el 21 y 22, en el Auditorio de Valladolid.
Interpretan un programa monográfico sobre Shostakóvich con el Concierto para violonchelo n.º 1 y la Sinfonía n.º 10, al que seguirá la grabación de la sinfonía, el 25 y el 26. La afirmación realizada por el director resultaría incompleta sin su matización posterior. «Sería peligroso darle importancia a esos temas de la historia por encima de la música, pues su obra habla por sí misma, sin necesidad de recurrir a otras razones. Es interesante para mí pensar en estos códigos históricos, aunque la verdad es que luego no afectan tanto a lo esencial de su música: por ejemplo, el tema de Amor para Elmira en la trompa tiene que afectar el estilo de la articulación y en el caso de la intervención de los flautines, al final del primer movimiento, suponen un rayo de luz», asevera.
A la hora de explicar por qué ha elegido grabar la Sinfonía n.º 10 Gourlay supone que los motivos no son muy diferentes de las razones que le llevaron a incluir en su primer disco con la OSCyL, La isla de los muertos y la Sinfonía n.º 2 de Rachmaninov (CD que salió a la venta el mes pasado y que concretamente se podrá comprar y contar con la presencia de Gourlay en estos dos conciertos). «Por una parte, se trata de una sinfonía que conozco desde hace muchos años y he tenido la oportunidad de dirigirla con muchas orquestas, luego con esa experiencia he adquirido una confianza en cuanto a mi manera de entender la música. Por otro lado, es una sinfonía impresionante, que mucha gente conoce, y creo que podemos interpretarla a un nivel top, razón por la que quiero grabarla y demostrar lo que podemos hacer», sentencia el director. Una grabación que ha determinado la preparación de las actuaciones previas. «Creo que ha influido un 100% en los ensayos anteriores al concierto en directo y así se lo he explicado a los músicos de la orquesta, ya que normalmente quizá no repetiría ciertos detalles, pero sé que la semana que viene tenemos que trabajar más en eso y quiero ganar ese tiempo», afirma convencido el director al tiempo que da sus razones: «No solo me refiero a detalles sino a algo tan importante como pueda ser el tempo de la orquesta. Por ejemplo, si las maderas suenan un poco más fluidas de lo que yo querría normalmente lo hubiera aceptado, porque también es válido, pero sabiendo que voy a grabarlo posteriormente tengo que tener un apoyo y una confianza mayor». Motivos por los que decidió «incidir en eso desde el primer momento», ya que considera que «es mejor hacerlo al principio del proceso y no después de la interpretación en directo, justo a la hora de grabar». A todo esto Gourlay quiere añadirle una sensación personal, de carácter arquitectónico y musical. «Me gustaría precisar que resulta muy natural grabar esta obra en el Auditorio de Valladolid, pues sus estructuras y enormes espacios parecen conectar con la sinfonía, por lo que espero llegar a un ambiente bastante profundo, algo que anhelo con ansiedad, con muchas ganas».
Parece que la interpretación de la Sinfonía n.º 10 de Shostakóvich y su posterior grabación absorben todo el tiempo del director, pero nada más lejos de la realidad, pues no olvida la importancia del Concierto para violonchelo n.º 1 y lo que supone el poder contar con Johannes Moser. «Es un chelista al que le profeso una gran admiración e iba a venir a tocar el Concierto para violonchelo de Andrew Norman –estreno que no ha podido ser ya que la obra no ha podido terminarse a tiempo–, y afortunadamente Moser tiene el concierto de Shostakóvich en su repertorio e interpretarlo con él supone hacerlo al nivel más impresionante». Gourlay revela que la visión de la obra de Moser conecta perfectamente con la suya. «Podemos tocar lo que está en la partitura, sin demasiado rubati, algo de lo que hay gente que en mi opinión abusa, con fraseos que no están escritos, que son más propios del lenguaje de Mozart, y para crear el ambiente de Shostakóvich funciona algo más simple, con lo que no quiero decir fácil, pues en momentos como los pasajes rápidos no da muchas opciones para hacer esos rubati, ya que se trata de un ritmo fijo que nunca termina», lo que el director señala dando golpes con sus manos a un ritmo constante.
Fotografía: Manfred Esser Haenssler.
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