«Para envolvernos aún más en la atmósfera de este renacer, el leitmotiv de este primer concierto fue la juventud. Obras tempranas de Mahler, Schumann y Strauss, y sobre el escenario un cuarteto de grandes músicos de los cuales ninguno superaba la treintena».
La juventud como aperitivo de la vuelta a la normalidad
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 1-X-2021, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Movimiento de cuarteto para piano y cuerdas en la menor de G. Mahler; Cuarteto para piano y cuerdas en mi bemol mayor, Op. 47 de R. Schumann y Cuarteto para piano y cuerdas en do menor, Op. 13 de R. Strauss. Hyeyoon Park [violín], Timothy Ridout [viola], Kian Soltani [violonchelo] y Benjamin Grosvenor [piano].
Más de uno pecamos de falta de fe, como santo Tomás, ante esta «resurrección» de las veladas musicales que ya preludió el anuncio del próximo concierto de la Orquesta y Coro Nacionales de España y que, no a los tres días, pero sí a los tres meses, se ratifica por fin en el Auditorio Nacional. Hemos recuperado ese mundo de ayer que, como le ocurrió en su día a Stefan Zweig algunos llegamos a pensar que jamás volvería, sin embargo, aquí están ya de nuevo los programas, los descansos y, por supuesto, la lidia por los reposabrazos compartidos. ¿Quién iba a pensar que echaríamos de menos tan nimios detalles?
Para envolvernos aún más en la atmósfera de este renacer, el leitmotiv de este primer concierto fue la juventud. Obras tempranas de Mahler, Schumann y Strauss, y sobre el escenario un cuarteto de grandes músicos de los cuales ninguno superaba la treintena. Todo un alarde de apuesta por la juventud, de esperanza en el futuro.
El repertorio seleccionado nos muestra como la genialidad aparece de forma temprana en estos tres grandes compositores. En el breve Movimiento de cuarteto para piano y cuerdas en la menor de Gustav Mahler podemos admirar ya un desarrollo motívico magistral. Con un tema de tan solo tres notas el compositor crea unos juegos melódicos de gran profundidad. Pudimos apreciar ya en esta primera obra la buena consonancia que existe entre los miembros del cuarteto en la complicidad entre Hyeyoon Park y Timothy Ridout o la delicadeza con la que Kian Soltani recogía y hacía suyos los temas que Park iniciaba.
Saltamos a Robert Schumann y nos metemos en una atmósfera diferente. Igualmente intensa, profunda y reflexiva, pero con una mayor focalización en la dirección, en un ritmo que avanza imparable mientras los temas se van desarrollando. Encomiable por parte del cuarteto la interpretación que hicieron de los movimientos inicial y final: vibrante y eléctrica, pero sin dejar de destacar cada una de las apariciones del tema. Benjamin Grosvenor supo sobresalir en el Allegro ma non troppo y erguirse como líder indiscutible en un Scherzo en el que el piano parece batallar contra unas cuerdas que también reclaman ese puesto predominante que Schumann, tras vacilar brevemente ofrece definitivamente al piano. La historia cambia, y mucho, en el Andante cantabile en el que el violonchelo interpretado por Kian Soltani ofreció un meloso solo inicial con un timbre dulce y aterciopelado que se convirtió en un meloso dúo con la entrada de Park. En el Tempo primo llegó el turno de la viola. Timothy Ridout supo destacar con un sonido profundamente emocional y romántico que se echó de menos en el violín de Park, más técnica y menos sentimental. Quizás este movimiento fuese de lo mejor del concierto. Delicado, romántico... Una pena que no consiguieran el mismo efecto en el Andante del cuarteto de Richard Strauss. Sí lo hicieron en la propina: un arreglo de una canción de Clara Schumann para voz y piano.
Eso no significa que el cuarteto de Strauss no fuese interesante, solamente que en éste demostraron otro tipo de cualidades. El momento más destacable fue el Scherzo, en el que pudimos apreciar una suprema atención a cada detalle, destacando cada aparición de los temas y realizando una ejecución precisa de la articulación lograron un movimiento muy bien coordinado. Si lo unimos a la fuerza y a la direccionalidad que arrastraban de la interpretación del Allegro inicial, nos queda un movimiento fresco y potente. Solo me faltó de escuchar para lograr la perfección un mayor juego de matices, aspecto en el que el cuarteto no destacó precisamente en ningún momento.
Pero bueno, está bien que siempre quede algo por mejorar, así valdrá aún más la pena volver a escuchar a estos jóvenes músicos y seguir su trayectoria a un estrellato en el que cada vez más artistas noveles tienen en cuenta la música de cámara. ¿Será parte de la «nueva realidad»? ¿O un cambio de paradigma en la «carrera del virtuoso»? En cualquier caso, los aficionados a la música de cámara tenemos mucho que celebrar, aunque solo sea que ya podemos volver a coleccionar los programas de mano.
Fotografía: Elvira Megías/CNDM.
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