Àlex Ollé y Domingo Hindoyan dirigen la ópera Norma en el Teatro del Liceo de Barcelona, con un reparto compuesto por Marina Rebeka/Sonya Yoncheva (Norma), Riccardo Massi/Airam Hernández (Pollione), Varduhi Abrahamyan/Teresa Iervolino (Adalgisa), Nicolas Testè/Marko Mimica (Oroveso), Núria Vilà (Clotilde) y Néstor Losán (Flavio)
Triunfo vocal de Europa Oriental en medio de un bosque de crucifijos
Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 27 y 28-VII-2022, Gran Teatro del Liceo. Norma (Vincenzo Bellini). Marina Rebeka/Sonya Yoncheva (Norma), Riccardo Massi/Airam Hernández (Pollione), Varduhi Abrahamyan/Teresa Iervolino (Adalgisa), Nicolas Testè/Marko Mimica (Oroveso), Núria Vilà (Clotilde), Néstor Losán (Flavio). Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Domingo Hindoyan. Dirección de escena: Àlex Ollé.
Norma, obra maestra de Vincenzo Bellini, emblema del repertorio, con un papel protagonista paradigma de la exigencia vocal y dramática, regresaba al Gran Teatre del Liceu por cuarta vez en casi dos décadas. Las enormes dificultades para encontrar un reparto adecuado y, especialmente, sopranos capaces de salir airosas al afrontar el papel protagonista, que corresponde a una vocalidad perdida -sólo recuperada en el siglo XX por María Callas y continuada por Leyla Gencer- cual es la de soprano assoluto o drammatica d’agilità, no ha impedido al gran recinto de La Rambla programar la obra en 2003 con Ana María Sánchez y Susan Neves, alternándose como protagonistas; 2007 con Fiorenza Cedolins y Rachel Stanisci y 2015 con Sondra Radvanovsky y Tamara Wilson. El que suscribe presenció estas ediciones y se disponía a volver a imbuirse en las cuitas de la sacerdotisa druida especialmente atraído por las sopranos Marina Rebeka y Sonya Yoncheva, que junto a la tarraconense Martha Mateu asumían el temible papel protagonista en este regreso de Norma al Liceo.
En la función del día 27 la soprano letona Marina Rebeka debió luchar con dos hándicaps que a uno le sitúan, en principio, «a la contra» de su prestación vocal, siempre que se trate de ópera italiana y, particularmente, bel canto. La fonación eslava de la soprano, con ese efecto de «patata en la boca» y algunos sonidos agrios, con exceso de metal. Sin embargo, el control, el buen legato, la gama dinámica y encomiable agilidad que Rebeka demostró ya desde la espléndida y paradigmática «Casta diva» -después de un recitativo bien resuelto, aunque algo falto de autoridad en los acentos- se impusieron sobre cualquier otra consideración. Ciertamente, el timbre de Rebeka no es bello, pero sí de generoso caudal y la cantante es musical y capaz de cantar con morbidez, especialmente en el centro, además de demostrar un notable dominio de la ornamentación. A destacar la fermata de la referida cavatina con ascenso en filado y escala descendente de semicorcheas, muy bien resuelta. La cabaletta «Ah bello a me ritorna», donde el personaje recupera su esfera privada y anhela que su amado vuelva a sus brazos y su intrincada coloratura fue reproducida con nota por la soprano letona. La Adalgisa de Varduhi Abrahamyan, mezzo con registro agudo tasado, tampoco sobrada en la franja grave, pero con una acrisolada musicalidad, se compenetró bien con la Norma de Rebeka y ofrecieron buenas versiones de los hermosos dúos «Oh rimembranza!» y «Mira o Norma». Ambos timbres empastaron adecuadamente y dramáticamente funcionó bien la Adalgisa de la armenia Abrahamyan, que evolucionó bien desde la enamorada culpable de su entrada, la que se entrega con efusión al amor de Pollione en el dúo con éste y la desengañada al saber la realidad, que renuncia a su pasión por el romano y otorga todo su afecto a Norma. Las anteriores veces que había visto en teatro a Rebeka me había parecido una cantante fría, pero en esta Norma sacó garra y temperamento como pudo comprobarse en «Oh, non tremare O perfido», exigente fragmento en el que superó los saltos interválicos y la complicadísima coloratura di forza, que también comparece en el dúo del segundo acto con Pollione. «In mia man alfin tu sei». Igualmente resultó apropiadamente expresiva y entregada en dicho pasaje y en la escena final.
Hay que resaltar, por tanto, que la pareja de Norma y Adalgisa encarnada por Marina Rebeka y Varduhi Abrahamyan el día 27 resultó claramente superior a la de Sonya Yoncheva y Teresa Iervolino que actuaron el día 28. La Yoncheva estrenó esta producción en Londres en 2016, pero este marasmo de papeles de tan distintos repertorios y cada vez más dramáticos en que se halla metida en los últimos años parece haber erosionado ya su privilegiado material sopranil, que ha perdido tersura con una zona alta cada vez más forzada y abierta, sonidos oscilantes y la sensación de que el esmalte comienza ya a arañarse. Sin duda que el timbre de la soprano búlgara es mucho más bello que el de Rebeka y también la supera en carisma, pero la Letona la repasó claramente en «Casta diva», pues el de Yoncheva resultó más bien discreto, con la emisión aún dura y sin afianzar. No digamos en la cabaletta «Ah bello a me ritorna» en la que la coloratura forzada y aproximativa de la búlgara se colocó a años luz de la que ofreció Rebeka el día 27. Lo mismo puede decirse de la capacidad para regular el sonido, ampliamente superior la de la soprano Letona. Cierto es que Yoncheva fue de menos a más, -cada vez tarda más en calentar y en que aflore su timbre privilegiado por belleza y calidad- y encontró sus mejores momentos en el acto segundo. Resultó emotiva, a pesar de alguna exageración en «Dormono entrambi» cuando está a punto de matar a sus hijos, cual Medea, pero se impone su amor de madre. Asimismo, la Yoncheva sacó su arsenal de recursos, temperamento y carisma, sin librarse de alguna exageración, es justo insistir, para lograr cierta factura teatral en el final de la obra. Muy floja la Adalgisa de Teresa Iervolino, que mostró un registro agudo imposible, franja en la que prodigó sonidos inadmisibles para un oído civilizado, canto aburrido y una encarnación plana y mortecina de la joven virginal.
Mucho menos interés, como suele suceder en la lírica actual, concitó el reparto masculino. El día 27, Riccardo Massi encarnó un Pollione en la tradición viril y aguerrida, pero más bien vulgar, con un timbre de cierta robustez, aunque de emisión totalmente retrasada. Ni un sonido correctamente apoyado sul fiato, además de unos modos canoros más bien rudos. Cierto es que, valiente, se fue al Do 4 de la cavatina y sus acentos tuvieron cierta vehemencia, pero hay que recordar que Pollione expresa su amor por Adalgisa de forma poética, como corresponde al melodrama protorromántico italiano. Al menos con Massi, el público pudo hacerse una idea aproximativa del calibre vocal que corresponde a Pollione, porque el día 28, Airam Hernández, de timbre más grato y maneras más delicadas, resultó blando de expresión y demasiado liviano para el papel. Unos medios más propios de los mozartianos Ferrando de Così fan tutte o el Don Ottavio de Don Giovanni, los que mostró Hernández, que además no pudo esconder importantes carencias técnicas, de las que fueron buen ejemplo las dificultades irresolubles en la zona alta, con sonidos apretados que no pasan al resonador superior. Por supuesto, que no intentó el referido Do 4 de «Meco all’altar di Venere» y el «abbaterò» final de la cabaletta «Me protegge, me difende» fue resuelto de manera embarazosa.
Así las cosas, la Europa oriental superó a los tradicionales defensores del canto italiano, cuyos principios parecen perderse irremisiblemente en el panorama actual.
En fin, Nicolas Testè, un barítono que se anuncia como bajo, con timbre gris y canto tan rudo como monocorde, encarnó a Oroveso el día 27. Mayor sonoridad y algo más rotundidad, que no finura, mostró Marco Mimica el día 28. Cumplidora Núria Vilà como Clotilde, frente a un filiforme y de muy escasa presencia sonora Néstor Losán como Flavio.
Domingo Hindoyan dirigió una magnífica Luisa Miller en el Liceo hace cuatro años, pero su labor en Norma ha distado mucho de esas calidades. A pesar de algunos momentos de ritmo expeditivo, la dirección del venezolano resultó plana, ayuna de progresión narrativa y verdadera tensión teatral. El acompañamiento al canto resultó correcto, pero tampoco pudo superar las carencias de la orquesta como una cuerda raquítica y un sonido gris y pobretón.
Y vamos con la puesta en escena de Alex Ollé sobre escenografía de su habitual colaborador Alfons Flores basada en un bosque de crucifijos, en lugar del bosque de la Galia, que junto a otros elementos como reclinatorios, confesionarios, capirotes y un enorme botafumeiro que molesta la interpretación de un aria tan emblemática como «Casta diva» afianzan la única idea que tiene este montaje. En lugar de druidas galos, tenemos una facción religiosa extrema de filiación distópica, indudablemente de raíz católica, dados los elementos ya citados, que comanda Norma como una especie de «obispo» o «papisa» con mitra. Como corresponde, esta sociedad encauzada sobre la intolerancia religiosa se impone a los niños desde pequeñitos y la coacción militar es fundamental, por lo que vemos soldados con metralletas -no podían faltar!- y oficiales de tierra, mar aire, comandados por un Oroveso convertido en siniestro General, que al final de la ópera, se muestra «clemente» con su hija Norma y la pega un tiro en la cabeza para evitarla la horrible muerte en la hoguera.
Para que una sociedad de este tipo -las series de las diversas plataformas audiovisuales nos lo muestran habitualmente- nos produzca la apropiada inquietud y nos veamos identificados, debe resultar de base contemporánea. Por ello, a nadie puede sorprender que los hijos de Norma jueguen en una habitación actual y vean los dibujos animados en una pantalla. Y con esta idea se acabó todo. La puesta en escena se olvida de Pollione, más allá de dotar de un aire positivo al habitualmente ingrato personaje de “cazador“ de sacerdotisas vírgenes. Ante la irrespirable sociedad fanática de Norma y Adalgisa, él parece un soplo de aire fresco. Igualmente, el montaje se olvida de ese mundo opresor que encarna Roma. Todo ello, para realizar un nada moderno ni original alegato contra el fanatismo religioso -en este caso el de origen cristiano, claro-, algo que se ha hecho innumerables ocasiones desde distintos ámbitos artísticos y literarios. Los que leímos Doña Perfecta del gran Don Benito Pérez Galdós en el Instituto lo tenemos claro. Además, hay que recordar una vez más -muy consciente de que no sirve para nada- a los directores de escena actuales, que tanto ignoran los códigos del melodrama, que a Bellini lo que le interesaba era la pasión amorosa representada por el triángulo Norma, Pollione y Adalgisa. El trasfondo religioso era eso, un marco, donde lo que atraía al genio de Catania era esa contraposición en ese grandioso personaje de Norma, lleno de aristas y de complejidad psicológica, entre su faceta pública como líder religiosa de la comunidad gala y su faceta privada como mujer enamorada, precisamente, del próconsul romano, el líder invasor.
Fotos: David Ruano
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