Por Albert Ferrer Flamarich
SABADELL. Norma (Bellini) en Sabadell. Temporada 2013-14. Teatro de La faràndula de Sabadell. 19-2-2014. Eugènia Montenegro (Norma). Laura Vila (Adalgisa). Raúl Iriarte (Pollione). Iván García (Oroveso). Jong Bong Oh (Flavio). Laura Obradors (Clotilde). Coro AAOS. OSV. Daniel M. Gil de Tejada, director. Carles Ortiz, director de escena.
En un teatro de La Faràndula lleno como en las mejores ocasiones, los AAOS presentaron la ópera Norma de Bellini, su tercera producción esta temporada. Levantaron telón con un presupuesto cada vez más estrecho y, fieles a su credo, ofrecieron su oportunidad a algunas de las figuras formadas en su cantera.
La propuesta ideada por el equipo habitual, Carles Ortiz y Jordi Galobart, conjugó un colorido tosco (marrones y naranjas) contrapuesto a ambientes grisáceos en una escenografía simbólica y de mínimos referenciales (el árbol de los druidas y estancia de Norma). Ello, sumado a un movimiento escénico simple, anclado al posturismo inherente a estos títulos y la clásica morosidad en las entradas y salidas de escena del coro, no sirvió para maquillar la pésima dramaturgia de la obra. Tampoco faltaron eternos cambios de decorado en un teatro técnicamente inhabilitado para estos cometidos. Con todo, la puesta en escena sirvió funcionalmente como marco escénico.
El coro y la orquesta dirigidos por Daniel Martínez Gil de Tejada tuvieron una participación discreta con puntuales deslices en la conjunción aunque sin errores remarcables. Faltó vuelo lírico en una dirección habitualmente concisa, ortodoxa y contenida, pero que bordeó lo extasiante en el pre-verdiano concertante final (“Deh, non volerli vittime”). Sin duda, el momento más brillante de la noche. En otros aspectos fue discutible: por ejemplo en los tempi algo rápidos en las arias de salida del tenor y la soprano. A favor, cabe aprobar la no repetición de las cabalette. Por otro lado, faltaron matices en una escritura orquestal pobre y que, precisamente por eso, hay que reforzar con soluciones agógicas que den empaque dramatúrgico. Los medios y el números de ensayos son los que son, pero ¿y el talento y la experiencia? ¿Y la disciplina del conjunto? Las funciones en el circuito Òpera a Catalunya acabarán de solventar estos detalles.
Eugènia Montenegro debutó otro rol principal con una Norma vocalmente poderosa, muy trabajada y resolutiva en escena (meritorio el carácter vengativo del dueto con Pollione en el segundo acto). Su evolución respecto a la Abigaille de la temporada pasada es palpable, aunque ambos no sean roles que le vayan a la zaga. Su canto es matizado con nítidos agudos (re sobreagudo en el finale primo, por ejemplo); solvente canto di sbalzo; elegante en los apianamientos y medias voces –cuando no descuida el apoyo-; y cierta naturalidad belcantística en la línea de grandes sopranos. No obstante sus cualidades requieren una escritura con menos sfogato, más spianada y desprovista de tantos grupetti, mordentes y demás florituras que tienden a quedarle áfonas, poco articuladas o emitidas en mala posición. Unos aspectos cada vez más atenuados, pero aún presentes que debe solucionar con urgencia para promocionarse fuera de Sabadell. Su actuación, iniciada con una bien fraseada “Casta Diva” –lejos de los clichés de Caballé-, fue de menos a más: remató el acto segundo y la larguísima escena final con una entidad dramática y clara dicción que no parecieron acusar lo agotador de este rol. Por ello, esperémosla reencontrar como lírica en Donizetti (¿Lucrezia Borgia?), Verdi, Gounod, Massenet o Puccini.
Laura Vila fue la más completa: una Adalgisa segura en toda la extensión y con una prestación escénica cada vez más natural. Solo le faltó un punto de variabilidad emocional acorde a la ingenuidad del personaje y a los vaivenes argumentales. Poseedora de una nervadura adecuadísima para roles belcantistas, exhibió homogeneidad de registro, meticulosidad en la dicción y solventó los picos más extremos (does sobreagudos en el segundo dúo con Norma). Su fraseo apostó por una línea cuidada, de comunicación directa y sin abuso de ultrapreciosismos para el que el terreno sinfónico-coral debería serle un campo fértil.
Raul Iriarte (Pollione) fue el menos complaciente del trío protagonista. Su técnica es perfectible en emisión: demasiado abierta, engolada y poco timbrada. De centro poco sonoro y mate, su canto sólo reluce en agudos atacados con talante exhibicionista e inseridos en un fraseo muy plano, algo fuera de estilo. En efecto, todo su concepto artístico recuerda a épocas periclitadas en las que, al margen de particularidades técnicas, el cantante se paseaba por el escenario sin la menor dirección ni introspección de personaje –cierto es que Pollione no da para mucho-. En cualquier caso, y a pesar de la escritura tan central y poco florida para el tenor, solventó el dúo con Adalgisa, en el trío (acto I) y en el final con Norma.
El resto de comprimarios mostraron la profesionalidad estimable: Iván García en amplitud y volumen vocal, aunque prieto en el registro agudo y algo violento en el fraseo de su segunda aria (“Ah! Del Tebro”), a la par que Laura Obradors (Clotilde) que va desenvolviéndose con mayor soltura escénica y vocal. Jong Bong (Flavio) reveló un timbre dúctil, ancho y buena dicción en su breve intervención. En la actual situación, nos contentaremos con reencontrarlos la próxima temporada como señal de supervivencia de un proyecto cultural que inscribe a los AAOS como reflejo de entidad, identidad y autenticidad de un país. Algo que los gobiernos y las administraciones ni son, ni garantizan.
Fotos Dr. Xavier Gondolbeu
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