Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Nixon en China de John Adams en el Teatro Real de Madrid
«Me opuse a China, estaba equivocado»
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 17-IV-2023, Teatro Real. Nixon en China (John Adams). Leigh Melrose (Richard Nixon), Sarah Tynan (Pat Nixon), Jacques Imbrailo (Chou En-Lai), Alfred Kim (Mao Tse-Tung), Audrey Luna (Chiang Ching, Madame Mao), Borja Quiza (Henry Kissinger), Sandra Ferrández (Nancy T’Ang, primera secretaria de Mao), Gemma Coma-Alabert (Segunda secretaria), Ekaterina Antipova (Tercera secretaria). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Olivia Lee-Gundermann. Dirección de escena: John Fuljames.
A comienzos de los años setenta, el presidente de los EEUU Richard Nixon, Republicano y anticomunista visceral –un halcón en el argot político norteamericano- toma una decisión audaz, ejemplo de realpolitik. Impulsada, preparada y organizada por su secretario de Estado, el sagaz Henry Kissinger –que aún vive a punto de cumplir los 100 años de edad- y aprovechando el distanciamiento entre el régimen Maoísta y el soviético en el contexto de la Guerra fría, la visita del presidente Norteamericano a China se produce en febrero de 1972 y rompe con el aislacionismo de tantos años entre el gigante asiático y Occidente.
A propuesta de Peter Sellars y sobre libreto de Alice Goodman, el compositor estadounidense John Adams (Worcester, 1947) crea una ópera sobre este acontecimiento, que después de su estreno en Houston en 1987, ha conseguido numerosas reposiciones en diferentes teatros, algo insólito en las óperas contemporáneas.
La partitura de esta primera ópera de Adams se adscribe al minimalismo musical norteamericano –La Monte Young, Steve Reich, Philip Glass…- en sugestiva combinación con influencias de Gershwin, Bernstein, el jazz, el mundo de las big band y en general, del musical americano. Asimismo, Adams rescata las formas genuinas de la ópera tradicional, pues encontramos arias, dúos, concertantes, ballet… en incluso el mismo título de la obra evoca el de diversas óperas del repertorio tradicional como Il Turco in Italia –que será la siguiente ópera que podrá verse en el Teatro Real- Ariadne auf Naxos o L’Italiana in Algeri. Las células rítmicas repetitivas, los exuberantes bloques sonoros y la copiosa orquestación con una amplia presencia de los metales, llevan al autor a plantear la amplificación de las voces en una obra que no renuncia a una indudable impronta dramática.
Estimable resultó el reparto vocal convocado para este estreno de Nixon en China en el Teatro Real, entre los que se encontraban en su mayoría, voces modestas, pero suficientes para este contexto y teniendo en cuenta, además, la «ayuda» de la referida amplificación, que, de todos modos, resultó correcta, discreta, bien realizada, nada invasiva. El barítono inglés Leigh Melrose, de emisión retrasada y desigual y canto poco fino, impuso, como siempre –es bien conocido en el Real por sus intervenciones en Gloriana, Die Soldaten y El ángel de fuego, entre otras- sus buenas dotes actorales en su genuina caracterización de Richard Nixon. Un presidente vehemente desde su primer monólogo «News, news, news…» con la machacona repetición de la palabra «noticias», que simboliza su obsesión por el elemento mediático y de conquista de la opinión pública. «El mundo entero nos mira».
Melrose también supo encarnar al Nixon que reconoce haberse equivocado con China en el banquete de gala del primer acto y el nostálgico y más humano del tercero. Por su parte, Jacques Imbrailo -protagonista del premiado Billy Budd del Teatro Real en 2017-, con un material baritonal modesto, pero mucho mejor emitido y homogéneo, mostró impecables musicalidad y línea canora –como pudo apreciarse en su discurso del aludido banquete- además de encarnar perfectamente en lo interpretativo al discreto y sensato primer ministro Chou En-Lai. El papel de Mao, que afronta una escritura vigorosa, cuasiheroica, se benefició de la voz de más fuste de todo el elenco, la del tenor Alfred Kim, habitual intérprete de papeles como Radamés de Aida o Don Alvaro de La Forza del destino. El tenor coreano dotó de acentos enérgicos al discurso canoro del «Gran Timonel» en su encuentro con Nixon, además de dotar al personaje de una mezcla de cierta grandiosidad y también vulnerabilidad, la cual emerge, fundamentalmente, en el tercero. Efectivamente, en este último capítulo de la ópera, el aspecto externo, espectacular, protocolario, aparente e impostado da paso al lado más íntimo de los personajes, que se quitan la careta y muestran su cara más humana con sus debilidades, inseguridades y flaquezas. De lo grandilocuente a la introspección en una manifestación de la soledad y las cuitas del que gobierna, del que detenta el poder. Un elemento también presente en muchas óperas del repertorio tradicional, entre ellas, a destacar particularmente algunas del maestro Giuseppe Verdi como I due Foscari, Simon Boccanegra, Un ballo in maschera o Don Carlo.
Chiang Ching, cuarta esposa de Mao y autora del ballet revolucionario El destacamento rojo de mujeres, que presencia el matrimonio Nixon en el segundo acto, se presenta con una brillantísima aria de bravura «I am the wife of Mao Tse-Tung», plena de coloratura, tremendos saltos interválicos y empinadísimos sobreagudos, que evoca apropiadamente su carácter implacable, de quien lidera la revolución cultural y encarna el poder verdadero y efectivo detrás del icono, del mito, en que se ha convertido un ya anciano y enfermizo Mao. La estadounidense Audrey Luna, voz muy ligera y altísima de posición, como no puede ser de otra forma ante esta escritura, solventó bien la papeleta y aunque no pudo librarse de cierta estridencia en alguna nota -quién podría ante semejante tesitura- fue capaz de defender bien tanto la espectacular pieza con la que concluye el segundo acto, como el pasaje cantabile del tercero, además de mostrar buenas cualidades actorales. Pat Nixon es la primera dama impecable y profesional, siempre en segundo plano respecto a su marido, algo gazmoña y con un encantador toque de ingenuidad. Sarah Tynan es una soprano lírica muy justa, de voz modesta y más bien impersonal, pero manejada con gusto y musicalidad por una buena vocalista capaz de graduar dinámicas y emitir filados de buena factura. A su cargo la hermosa aria del segundo acto «This is prophetic», plena de lirismo, que resultó bien delineada por la Tynan.
La caracterización de Henry Kissinger, que se desdobla en el malvado terrateniente del ballet-pantomima, bebe de la tradición buffa, por lo que el barítono Borja Quiza puso en juego todas sus dotes de comediante para completar un acertado retrato del secretario de Estado que llegó a recibir el premio Nobel de la paz. El trío de secretarias de Mao formado por Sandra Ferrández, Gemma Coma-Alabert y Ekaterina Antipova sonó bien empastado y acreditó sólida factura musical.
Notable actuación del coro Intermezzo, tanto en lo escénico -muy requerido en dicha faceta- como en lo musical, pues sonó apropiadamente rotundo y vigoroso dotando de la exigida grandilocuencia al suntuoso coro del inicio de la ópera «The people are the heroes now».
Sólida y más que solvente, a falta de un punto de inspiración, la dirección musical de Olivia Lee-Gundermann, que obtuvo un buen rendimiento de la orquesta y aseguró unos plausibles substrato dramático y progresión teatral.
La relativa cercanía de los acontecimientos históricos, el preciso marco de los mismos, así como de los personajes que intervinieron, hacen muy difícil que ninguna producción de esta ópera prevea extrañas dramaturgias paralelas o bien que Nixon salga vestido de electricista o Mao de astronauta. La puesta en escena de John Fuljames se basa en una muy vistosa escenografía de Dick Bird, responsable también del adecuado vestuario, trufada de numerosas proyecciones que muestran los momentos, los acontecimientos, los personajes, de la visita histórica del presidente americano a China, pues son los archivos, las fotos, los documentos y demás testimonios del evento lo que fundamenta la propuesta escénica. Apropiada resultó la caracterización de personajes, mientras que el movimiento escénico brilló especialmente en el segundo acto, en el que destacó el ballet-pantomima muy bien coreografiado por John Ross.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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