Por Hugo Cachero
18/01/15 Madrid. Auditorio Nacional. CNDM. Ciclo Universo Barroco. Steffani: Niobe, regina di Tebe. Philippe Jarouss. Karina Gauvin. Christian Immler. Teresa Wakim. Maarten Engeltjes. Jesse Blumberg. Colin Balzer. José Lemos. Boston Early Music Festival Orchestra. Paul O'Dette y Stephen Stubbs, directores.
Cabe poca duda de que el interés por el compositor Agostino Steffani se debe casi en exclusiva a Cecilia Bartoli, quien con su disco Mission puso de actualidad a este compositor casi desconocido y olvidado. La cuestión es si más allá de aquel producto discográfico concreto, acompañado por la campaña de marketing que rodea a los proyectos de la extraordinaria (uno no quita lo otros) mezzo romana existe una obra de la suficiente entidad para, aprovechando la cresta de la ola mediática, imponerse en la actualidad. A tenor de lo escuchado en el Auditorio Nacional, y sin obviar tampoco el impulso que supone el compromiso de uno de esos cantantes que por sí mismos generan expectación, la respuesta debe ser positiva. Es esta Niobe una ópera que se sitúa en un momento algo anterior a cuando la Opera Seria alcanza su plenitud quedando su estructura y desarrollo argumental codificados con escasa posibilidad de innovación; uniendo a ello que sea una obra compuesta para Munich, y que incorpore una influencia francesa en su naturaleza fundamentalmente italiana, otorgan a la ópera una variedad muy estimulante, añadiendo a las más convencionales Arias da capo recitativos acompañados, un buen número de Arie a Due, arias con acompañamiento de continuo solo, con Ritornello final, entrées y fanfarrias, incluso una original aria "interrumpida" en el da capo (Come Padre e come Dio); y también la presencia de trompetas, oboe, flauta y fagot añaden riqueza tímbrica. Con la misma orquesta y un reparto muy similar al de la grabación recientemente aparecida bajo el sello Erato, ésta y las funciones se pueden considerar un pack, práctica corriente en la actualidad a la que no hay nada que objetar, ya que con suerte el resultado que nos llega se beneficia de un rodaje previo, y que además garantiza la presencia de estas obras infrecuentes asegurando un número determinado de funciones a los músicos y cantantes. Pero que también tiene sus peligros si se busca la presencia de algunos nombres "estrella" que den brillo al proyecto aunque no sean del todo adecuados; algo de eso a podido ocurrir aquí, como veremos más adelante.
La versión ofrecida por la Boston Early Music Festival Orchestra, con algunas escenas cortadas para reducir la duración a proporciones más manejables (decisión siempre discutible), enfatizó el componente francés cuando pudo, si bien se echó en falta algo más de energía mediterránea en algunas ocasiones. Fabuloso sobre todo el nutrido continuo, integrado por tiorba, guitarra barroca, arpa, viola da gamba y clave, aportando variedad necesaria a las arias con ese único acompañamiento, que fueron numerosas (por poner un ejemplo, en el aria Il tuo sguardo o Bella mia, donde se hubiera eliminado la voz y no se hubiera echado a faltar). Quizás por ello se añadió al final del primer y tercer acto música de Melchior d'Ardespin, que puede justificarse en su presencia en Munich en la misma época del estreno de la ópera; otra decisión discutible pero de buen efecto musical. Curioso que figurasen como directores dos persona, que al mismo tiempo tocaban también instrumentos (Paul O'Dette la tiorba y Stephen Stubbs la guitarra barroca), dirigiendo alternativamente, incluso en alguna ocasión el concertino Robert Mealy asumió visiblemente la tarea... más bien dio la impresión de ser una orquesta "democrática" en la que todos actuan de una manera mancomunada. Lo cierto es que la integración entre las partes fue impecable (salvo en la sinfonía inicial, algo confusa) así como adecuado siempre el acompañamiento a los cantantes.
Está claro que el principal valedor de esta ópera es el contratenor estrella Philippe Jaroussky, cosa comprensible ya que se puede decir que Anfione es el que tiene mayor protagonismo musical entre todos los personajes de la ópera. Apenas trascurrido un mes desde su recital en el Teatro Real (del que dimos cuenta en Codalario) y restando aún su participación en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, se puede decir que va a ser una temporada esta en Madrid muy "jarousskiana", para regocijo de su legión de fans. A estas alturas escuso decir que no me cuento entre ellos -no entre los incondicionales, al menos-, lo que no quita que pueda disfrutarlo como ocurrió en la ópera de Steffani, un producto muy adecuado para su lucimiento, con numerosas intervenciones de las que puede sacar el mejor partido, arias de largas frases que se mueven por zonas medias de su tesitura (la hermosa Sfere Amiche, y aún mejor en el notable recitativo acompañado Dell'Alma stanca que le antecede; o Dal mio Petto o pianti uscite), aunque también tiene otras de resultado mucho peor, como la "marcial" Trà Bellici carmi, con coloratura mecánica y poco musical, respiraciones aleatorias y agudo desgañitado (y que naturalmente fue muy aplaudida y braveada). Anotar también su buen acoplamiento con Gauvin en las diferentes Arias a Dos que tienen y como siempre el magnetismo personal que o se tiene o no se tiene, sin mayores explicaciones.
El otro gran atractivo en cuanto a cantantes era la soprano canadiense Karina Gauvin; y lo primero que cabe preguntarse directamente es qué hacía aquí. Porque el que interpretó es un papel claramente de mezzo y por tanto inapropiado para la cantante, que recordemos no es una cualquiera que tenga necesidad de cantar lo que le echen, sino por el contrario una reconocida cantante (una estrella, incluso, en el terreno barroco); ni siquiera su parte es particularmente brillante o espectacular, que pueda justificar el capricho de cantarla. El resultado, esperable: en todo momento incómoda con la tesitura, un canto esforzado que si consiguió sacar adelante es porque es una gran artista, pero sin la brillantez deseable; cuando en un duo con Jaroussky se le escucha más a él que a ella, es aque algo falla (Mia Fiamma, Mio Ardore). Algunos detalles interesantes dejó sin embargo, más bien intuidos, como el aria Amami e vederai (su mejor intervención en mi opinión, aunque los aplausos aparecieron en In mezzo al Armi), o la dramática Funeste Immagini, pero que se antojan pocos para la soprano que tan buen recuerdo ha dejado en otras ocasiones. Una equivocación el asumir este rol, por más que ya lo haya cantado una cuantas veces, con grabación incluida (aunque el disco, ya se sabe, en muchas ocasiones aguanta cosas dificilmente sostenibles en directo).
Del resto del reparto de cantantes, de todo un poco. En lo negativo, Teresa Wakim, más que nada porque su papel de Manto es seguramente el que más posibilidades ofrece tras el de Anfione; una voz sin personalidad, de expresividad sosa, de la que todo lo más se puede decir es que canta con gusto, aunque logró arrancar algún aplauso más bien de compromiso en Tu ci pensasti poco. Mucho mejor el Polifemo de Jesse Blumberg, respondiendo a las exigencias de la coloratura de Nuovo soglio, e nuova Bella, o trasmitiendo de manera adecuada, sin sobreactuaciones, el carácter fiero de su personaje en Fiera Aletto (una gran aria por cierto), con algún problema en el grave. Bastante indiferencia dejaron los tenores Colin Balzer y Aaron Sheeham, quien además en el intermedio sufrió algún tipo de trasmutación de carácter casi alquímico mudando su cuerda casi a la de contratenor (pues se dedicó a "contratenorear" de manera un poco lamentable en su aria Voglio servir fedel). El que sí constaba como contratenor era Maarten Engeltjes, que fue de más (Dove sciolti à volo i vanni, sorprendiendo por su muy buena proyección, no precisamente habitual en la cuerda) a menos (Lascio l'armi, e cedo il Campo, donde no es disculpable por la dificultad que el sonido desapareciera en los pasajes de coloratura... aunque esto sí es más habitual). Cumplidor sin más Christian Immler como Tiresia. Un poco al margen de los anteriores, porque su papel cómico y travestido debe juzgarse con otros parámetros no exclusivamente canoros, la Nerea de José Lemos, con un magnífico trabajo actoral y una comicidad convincente.
Dejar constancia para terminar que el aforo del Auditorio Nacional presentó un lleno prácticamente total, y que el éxito final, medido en aplausos, bravos y público puesto en pié fue más que notable. No quisiera que todos los comentarios anteriores, regulares o malos, dejen la impresión de que no fue una buena tarde musical (ya se sabe, la crítica está para criticar) que se justifica en la sola ocasión de disfrutar de una obra rara como esta Niobe, interesante en muchos aspectos y que hace unos años ni habríamos podido soñar con escuchar en directo. Más allá de que algunas cosas no terminaran de gustarnos, un éxito a mayor gloria de Steffani, a mayor gloria del Barroco. Y de Jaroussky, por qué no admitirlo.
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