Por Pablo Sánchez Quinteiro | @psanquin
Valencia. 18-V-2018. Palacio de las Artes Reina Sofía. Tosca, ópera en tres actos con libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, basado en el drama en cinco actos ‘La Tosca’ de Victorien Sardou (1887), y música de Giacomo Puccini, estrenada en el Teatro Costanzi de Roma el 14 de enero de 1900. Lianna Haroutounian (Floria Tosca), Alfred Kim (Mario Cavaradossi), Claudio Sgura (Barón Scarpia), Alejandro López (Cesare Angelotti ), Alfonso Antoniozzi (Sacristán), César Méndez (Sciarrone), Moisés Marín (Spoletta), Andrea Pellegrini (Carcelero), Alejandro Navarro (La voz de un Pastor). Coro de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, dirección). Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet (Roser Gabaldó, MíriamPuchades, dirección). Orquesta de la Comunidad Valenciana. Nicola Luisotti, dirección musical. Davide Livermore, dirección escénica e iluminación. Gianluca Falaschi, diseño de vestuario.
Si trasladásemos al plano operístico el eterno dilema que en todas las facetas de la vida se plantea entre la búsqueda de la esencia y la fascinación por lo accesorio que a esta rodea, la representación de Tosca en la temporada de Les Arts fallaríaúnicamente en lo segundo: en explotar y resaltar la infinidad de pequeños detalles escénicos y emocionales que recorren este popular drama lírico.
Una orquesta en estado de gracia, una inspirada dirección musical, unos cantantes que en el panorama vocal actual responden perfectamente a los retos que la ópera plantea y una puesta en escena aparatosa pero austera, permitieron al público disfrutar la esencia de una de las partituras más célebres del repertorio operístico. Sin embargo, no nos engañemos:la fascinación por la aparentemente trivial envoltura que rodea a la esencia de las cosas, resulta especialmente importante para el espectador operístico.Y es este aspecto el que genera las mayores reticencias a esta producción de Livermore estrenada en su día en la Ópera de la Fenice y que supone la despedida del italiano del Palau de Les Arts.
La idea de Livermore gira en torno a una aparatosa estructura giratoria cuya superficie triangular exhibe una severa inclinación. Lo que en ella sucede está aderezado por unos elementos decorativos minimalistas a los que se suman unas previsibles proyecciones sobre el fondo del escenario. Al margen del reto que supone para el sentido del equilibrio de los cantantes, su periódica rotación no enriqueció en lo más mínimo el transcurrir de la acción. Salvando las distancias, me recordó a la construcción metálica con la que Robert Lepage imprimió un sorprendente dinamismo a la última Tetralogía del Metropolitan. Sin embargo, en una ópera tan estática como Tosca este tipo de aditamentos no aporta más que distracción. Asimismo es significativo que la escena final entre los dos protagonistas tuviese lugar a los pies de la estructura, o que esta no hubiese sido al menos aprovechada para conceder al público la posibilidad de disfrutar del mítico salto al vacío de la soprano, pues éste no llega a realizarse.
Frente a estas sombras escénicas, deslumbrante la Orquesta de la Comunidad de Valencia. A pesar de los problemas de gestión, que sin duda repercuten en el día a día de la plantilla, los músicos hicieron gala de una profesionalidad ejemplar. Desde el foso llegó nítido y poderoso el sonido de una cuerda enérgica y empastada, de unas maderas incisivas y virtuosísticas en sus solos -como es el caso del clarinete en el “Lucevan le stelle”- y de unos metales con una gran presencia, llenando de impacto los momentos más inquietantes de la acción. A ellos se sumó un Coro de la Generalitat que, a pesar de lo reducido de sus efectivos, aportó con su afinación y volumen, un convincente impacto al "Te Deum" final del Acto I. Una pena que en lo visual no pudiésemos experimentar un impacto similar.
Inobjetable en lo vocal la Floria Tosca de Lianna Haroutounian. Exhibió un timbre aterciopelado y unos poderosos agudos que sólo en contadas ocasiones derivaron en un mínimo vibrato. Su grave, perfectamente audible, enriqueció sus intervenciones. Sin embargo la caracterización de su visceral personaje careció de la fuerza dramática y la personalidad que tantos grandes nombres de la escena nos han legado. Alfred Kim se mostró acertado dando vida a la paleta de colores vocales que Puccini asignó al pintor Mario Cavaradossi, destacando sus poderosos agudos y un buen paso de registro. Falló sin embargo transmitiendo el decidido idealismo de su personaje. Dentro del trío protagonista el Scarpia de Claudio Sgura fue el elemento menos afortunado, con una anodina aportación vocal, carente de mordacidad y de volumen, y una presencia escénica carente de la más mínima ferocidad.
El público, que abarrotó el Palau, respondió de forma receptiva y entusiasta a todos los implicados, pero muy especialmente a su orquesta en lo que fue una llamada de atención para aquellos que gestionan el presente y el futuro de la misma. Valencia cuenta con un proyecto orquestal de primera línea que merece ser mimado y consolidado, tanto el aspecto artístico como en el gerencial.
Foto: Miguel Lorenzo
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