La segunda ópera, «It will be the rain tonight», de Hanke, fue la más propuesta menos novedosa, algo que quizá se vio aún más acentuado por su inevitable comparación con la primera. La utilización de la orquesta pasó del tratamiento de carácter efectista, como habíamos señalado, a patrones más canónicos, un trabajo mucho más claramente melódico y un protagonismo más destacado de la orquesta, lo que nos aproxima a la ópera tradicional. Uno de los puntos más destacados fue su trabajo de la cuerda, aunque no pudo brillar demasiado: siempre estaba por encima, a nivel cualitativo, los vientos. No obstante, a nivel vocal fue de lo más renovador y complejo, especialmente en los papeles de Yuriko Ozaki y Katharina Morfa, que interpretaban a dos demonios. Eran una sombra que no se despegaba de Frau A., interpretada por Bettina Gfeller: juntas formaban una triada verdaderamente infernal gracias a un minucioso trabajo de contrapunto entre ellas. Ellas tenían que mostrar el horror que suponía para la protagonista darse cuenta de que va a morir. Los personajes de Lars Iva Nordal, que interpretaba a Romeo y Enrico Wenzel, que hacía de funcionario, casi no tenían participación, lo cual generaba un desequilibrio patente entre personajes que no lograba justificarse dentro del hilo conductor de la historia. Por eso, tampoco es fácil analizar sus cualidades: fueron una mera anécdota que emborronaba, en cierto modo, la aparición de los personajes femeninos.
La tercera ópera, «Wie man findet, was man nicht sucht» ("Se encuentra lo que no se busca"), de Leah Muir, fue brillante en cuanto a la puesta en escena, lo cual contrastaba con la música, que no siempre estuvo estar a la altura. En el escenario se podía ver un cubo de dimensiones muy considerables que pendía del techo, donde se proyectaban diferentes vídeos, mientras discurría la acción teatral. Al igual que la segunda pieza, no había historia, pero tampoco un mero discurrir. Se fueron explorando en estas pieza diferentes experiencias, como la humillación, el egocentrismo o la indiferencia. No en vano el objeto de Muir era poner en música la impotencia de Polikowskaja cuando llegaban a la redacción diferentes miembros del gobiernos alemán a informarse sobre la situación de Rusia y, pese a toda la información recibida, nada cambiaba en ellos. Sus concepciones previas se mantenían intactas: se cumplía la mera diplomacia sin que ello generase ningún impacto entre ambos países. Si bien la propuesta podría haber sido la más potente, cayó en ese mal dictum que no siempre se tiene en cuenta: quien mucho abarca poco aprieta. Y así fue. Se percibía una música fragmentada aunque con pretensión de unidad, voces que no terminaban de empastar y un trabajo orquestal mejorable. Las estrellas que más brillaron en aquella constelación fueron las dos sopranos, Hrund Osk Anadottir y Lea Trommenschlager, tanto vocal como interpretativamente. Unas voces pulidas y con un paleta de colores que no pudo desplegarse como nos hubiera gustado, dadas las características de la pieza. De la misma manera que en la segunda, los personajes masculinos no tuvieron un protagonismo significativo: Jiwon Choi, Thausen Rusch y Wonyong Kang fueron notas al pie de Anadottir, cuyo contrapeso era el actor Felix Thiessen.