Pero claro, es una ópera demasiado tonal, llena de armonías y melodías pegadizas, entrañables, fáciles, que la gente puede silbar saliendo del teatro. Orrore orrore! No estaba en la línea, declaradamente "política" (como si la música pudiera tener una bandera) de lo que entonces se estilaba. Hubo hasta quien preguntó a De Filippo por qué no había confiado su texto a los más à la page en aquel entonces Sylvano Bussotti o Luigi Nono. Nino Rota, amén de haber sido un niño prodigio, bien podía presumir de una preparación musical rigurosa e internacional, habiéndose formado también en Norteamérica, pero para la mayoría de sus colegas menos afortunados y envidiosos, no dejaba de ser un vendido al Séptimo Arte, al cine. Era un vulgar cinematógrafo, dicho sin esconder el desprecio y un tufillo de superioridad. Por supuesto, ninguno de ellos supo producir las melodías que garantizaron a Rota varios premios Oscar, en el filme Doctor Zivago y en El Padrino. Sin olvidar las películas de Visconti, citando tan solo El Gatopardo, y por supuesto toda la cinematografía de Fellini, con el que hubo una total simbiosis. Al punto que tan solo escuchar pocos acordes de Rota y te vuelven a la memoria películas como La strada, Las noches de Cabiria, etc. etc. ¿Componer para el cine, ser famoso, ganar dinero? Eso era imperdonable.
De la misma manera y por motivos casi análogos, se acusó a Edoardo De Filippo. En su caso de haberse "rebajado" a colaborar con tal "ínfimo" compositor y, también, de haber adaptado él mismo su comedia (o mejor dicho tragedia) a un "vulgar" libreto de ópera, tras haberla llevado a la pantalla en 1950, protagonizándola con su hermana Titina y el no menos inalcanzable y famoso Antonio príncipe de Curtis, en arte Totó. Por cierto con la banda sonora de Nino Rota.
En fin, el resultado de estas críticas tan partisanas fue que, tras las dos funciones programadas en Spoleto y acogidas como ya se ha escrito más arriba con gran éxito de público, mérito también de un reparto de campanillas: entre otros, la volcánica interpretación de la joven Giovanna Casolla, incomparable Amalia y de la también casi debutante Mariella Devia en el rol, nada marginal, de la hija Maria Rosaria, dirigiendo Bruno Bartoletti, la opera cayó en el olvido. El Teatro di San Carlo de Napoles, donde estaba programado reponerla, no se atrevió (siempre por la "politica" por medio) y así es como, inconcebiblemente, Napoli milionaria quedó apartada, olvidada en un cajón, como muchas otras joyas del operismo y no solo italiano.
Solo en el 2010, con un autentico acto de valor y coraje, la nueva dirección del Festival de Martina Franca, dirigido por el entusiasta Alberto Triola, decidió recuperar esta partitura. Todos los que asistimos a ese "reestreno", hasta los que nunca la habían escuchado, esa cálida noche del mes de julio, bajo las estrellas en el patio renacentista del precioso Palazzo Ducale, tuvimos la unánime sensación de asistir a la reaparición de lo que es sin lugar a dudas una obra maestra.
Porque es una formidable pieza teatral y porque la música de Nino Rota es la que más se adapta a la descricpión de ese mundo sub proletario y pobre de los "bassi" (bajos) napolitanos, precisamente en plena segunda guerra mundial. La vida del conductor de tranvías Gennaro Jovine, en el paro por la guerra, está amenizada por la actividad de extraperlista de su mujer, aun de muy buen ver, Donna Amalia que trata con el galán y camorrista Errico Settebellizze y a cuya actividad participa todo el vecindario. Una denuncia les obliga a improvisar el velorio del... mismo Gennaro ante la visita del brigadier Ciappa. El que ya ha detectado varios falsos muertos en los barrios pobres de la ciudad y cuyo entierro, como él dice, "ha terminado en la cárcel". Sin embargo, este muerto se resiste en resucitar pese a las amenazas del policia. Ni siquiera un ataque aéreo y el bombardeo de las fuerzas aliadas le inmutan. Por lo tanto el brigadier, que también es napolitano, simpáticamente declara que no le detendrá ni inspeccionará la casa, "parola d'onore", si finalmente Don Gennaro se levanta de la cama: "Allora, se m'arrestate siete una carogna!" increpa el muerto. La escena recuerda muy de cerca al Gianni Schicchi; sin embargo, no termina en alegría, puesto que desde el vicolo, el callejón, llegan las voces de que sobre el cercano refugio, donde hubieran ido a protegerse, ha caído una bomba y se están extrayendo los cadáveres. Entre ellos el de Carmela, la mujer de uno de los amigos que participaban al falso velorio. La realidad, una vez más supera la fantasía.