Nancy Fabiola Herrera ofrece un recital en el Auditorio de Castellón, centrado en obras de Mores, Pixinguinha, Piazzolla, Serrat, Lecuona, Grever, Rossini, Verdi y Puccini
Un concierto amalgama
Por Antonio Gascó
Castellón, 28-IV-2022. Auditorio de Castellón. Sociedad Filarmónica de Castellón. Nancy Fabiola Herrera y Conjunto instrumental de Valencia. Obras de Mores, Pixinguinya, Piazzolla, Serrat, Lecuona, Grever, Rossini, Verdi y Puccini.
La mezzo Nancy Fabiola Herrera, acompañada por el Conjunto instrumental de Valencia, ofrecieron en el Auditorio de Castellón, un recital de canciones y sendos mix de ópera y zarzuela, que los intérpretes del programa significaron como «ad hoc», haciendo uso de una frase latina, que viene a significar algo así como a esto y por ampliación de concepto, para un hecho preciso. No sé si el autor de este comentario, hubiese utilizado esa locución para significar, como tal vez fuera el propósito de loa actuantes, algo así como variado, misceláneo, ameno, popular… Posiblemente no. Si querían utilizar la lengua de Cicerón, para expresar algunos de estos conceptos, uno sugeriría, como más apropiado, «mores iucundum».
La solista tiene una voz con más propensión a encuadrarla en la tesitura de soprano dramática, que en la de mezzo. El color más terso, refulgente, y rico en armónicos, lo alcanza en el registro medio agudo. En otras palabras, no la veo en Azucena, Ulrica, Mrs. Quickly… y sí en Gioconda, Fevróniya, o Maddalena… por poner algunos ejemplos. Bien es cierto que el programa a interpretar, estaba compuesto por canciones y algunos fragmentos de arias de ópera. El colectivo instrumental, que ha actuado, reiteradas veces, en la capital de la Plana, está formado por los cabezas de cuerda de las más prestigiosas orquestas españolas, y siempre suele dar muy bien juego, por su afinación, criterio y eficacia, sobre todo cuando actúa con algún solista, al que se amolda con precisión y soltura a sus intenciones interpelativas.
Abrió el programa una explicación la cantante guanche venezolana, con talante ilustrativo, sobre las obras que se iban a ofrecer, didáctica a la que se sumó el oboe Roberto Turlo. La primera canción fue Frente al mar, de Mores, en la que, dando sabor esencial al sincopado tango morronguero, con excelente matiz en muchas frases y manifiesta facilidad en el registro superior, Nancy Fabiola, se enquimeró en la sugestión del ritmo. Ya, de entrada, pudimos admirar los sugestivos arreglos, debidos al pianista Pau Chafer, para teclado, clarinete, oboe, conjunto de arcos, mandolina y requinto, de las melodías, que le concedieron una indudable novedad a todo el repertorio, a caballo entre el clasicismo y el son sabroso, con dejes jazzísticos a lo Corea, Ellington, Jarret.
Siguió Carinhoso, del brasileiro Pixinguinya, con aire entre tanguero y «samboeiro». Si bien la versión fue correcta, más clásica que canarinha, por su falta de sugestión, añoré el acento paisano y el cantar embelesado y sensorial de Marisa Monte, que late al talante de los árboles de palo de la costa y el ipê de Varagem. Interesante el acompañamiento de Pájaros perdidos de Piazzolla, con los pizzicatos de los arcos y las frases de oboe y clarinete, que preludiaron un tango intenso, en el que la solista se entregó, patentizando su registro grave, con más acento teatral, que desazón porteña. Tuvo novedad la canción Mediterráneo de Serrat, interpretada por el colectivo orquestal, que se permitió ofrecer plausibles solos a todos sus componentes. Muy insólito el color y el tiempo, en el que se llevó a cabo una apasionante y sorpresiva fusión entre el bolero, el tango y la samba y un cierto guiño de swing Luisiana.
Siboney, la popularísima canción de Lecuona, volvió a sonar a ópera en particular en los sobreagudos. Por ejemplo, en la frase «de mis sueños» en la que, según la percepción auditiva de este comentarista, sfoggió un La agudo, muy bien emitido, pero inconveniente en este danzón cubano. Por el contrario, en la locución «de cristal», el grave se quedó falto de intensidad. Aún sigo siendo devoto de la inigualable Rita Montaner que lo estrenó, y le concede todo el ritmo sensual antillano. Sí dijo muy bien, con una voz pletórica en el centro agudo, el melancólico y sentimental Alma mía de María Grever, con derroche de temperamento, que cabe reconocer, aunque uno es más partidario de versiones menos intensas vocalmente, como la del tenor yucateco Nicolás Urcelay.
La segunda parte se abrió con la selección «ad hoc» de arias de ópera, cuyo primer fragmento fue el Largo al factotum del primer acto de Il barbiere di Siviglia, que la cantante subió un tono para darle más brillo a los «Fígaros» y acabar con un La y no con el Sol que dan los barítonos a los que está adjudicada la pieza por Rossini. Siguió Addio del passato del tercer acto de la verdiana Traviata, al que concedió la tragedia que no pueden adjudicarle las sopranos liricas que encarnan a la desdichada Violetta Valery. En tercer lugar, se las vio con la súplica de Lauretta «O mio babbino caro» de Gianni Schicchi. Si bien creo que todos estábamos de acuerdo que no es aria para su voz hay que elogiarle el piano del Lab del pietá, con calderón regularmente sobrescrito, intentando hacer de Caballé. Seamos sinceros, en ese fragmento pucciniano, la barcelonesa es la auténtica emperatriz. Para cerrar el abanico operístico se encaramó, bajándolo un tono, el «Nessun dorma» del tercer acto de Turandot, asimismo del autor de Lucca. A ver: que la voz es bella, cierto, que la mezzo canta con intensidad, también, pero que una olivera no puede dar manzanas también es indiscutible. Esa romanza es para tenor, como es para barítono la cavatina que abre El barbero.
La Petenera de Xàtiva que la orquesta ofreció con indudable salero y algarabía en el ritmo, en verdad, es más que una jota al estilo de la de Castellón, del Bisturí, de la zarzuela La rosa del azafrán, o de las populares Tápate María tápate, o Te tengo, te tengo te tengo de dar/ un vestido blanco/ que te ha de gustar.
El segundo mix estuvo dedicado a la zarzuela, abriéndolo la orquesta con fragmentos del preludio de El tambor de granaderos de Chapí y del intermedio de La boda de Luis Alonso de Giménez. La mezzo entró con la romanza de Luisa «Al pensar en el dueño de mis amores» de Las hijas del Zebedeo asimismo del autor de Villena que, sin duda, le resultó tirante cantarla a tono. Otra cosa fue El chotis de El Elisedo (palabra presuntamente «finolis» con la que los madrileños de a pie, designaban el baile del Elíseo, sito junto al palacete de Remisa, en Recoletos, propiedad del zascandil de Fernando Muñoz, que, por cierto, también sale citado en el texto). El fragmento de La Gran vía de Chueca le vino como anillo al dedo a Nancy Fabiola y posiblemente fue, junto con las arias de Carmen, la mejor interpretación de la noche, por su postinería, por su voz central timbrada y generosa y por su decir desenvuelto y castizo. Otra cosa fuera de sitio, el «No puede ser» de Leandro, del primer acto de La tabernera del puerto de Sorozábal. No tenía sentido ni propiedad cantar una pieza de tenor. La orquesta ofreció, a renglón seguido, un fragmento del intermedio de La leyenda del beso, de Soutullo y Vert y la cantante volvió a meterse en el terreno baritonal con la bellísima romanza de Rafael de la zarzuela Maravilla de Moreno Torroba, cantada a tono. Pues bueno, salió. En verdad salió todo y no mal, pero también, casi todo, con una propiedad discutible.
Carmen de Bizet es una ópera que la mezzo ha paseado por importantes teatros del planeta. De ella ofreció una selección de los momentos más populares para mezzo, aunque también incluyó una tajada de la canción del torero Escamillo, para seguir en su línea. Junto a ella se alinearon la habanera «Pres les remparts de Seville» ambas del primer acto y «Les tringles des sistres tintaient», del segundo. La ópera de Bizet le va a la venezolanocanaria a la perfección. Tiene todas las condiciones precisas para triunfar con esa obra y sin duda les sacó partido a las tres arias, con fraseo intencional, intensidad, arrojo, vehemencia, y no escasa sensualidad. Por su parte, el conjunto de músicos se las vio con el preludio y los intermedios del segundo y tercer acto, en los que cupo resaltar las intervenciones solistas del chelo y al oboe.
El público aplaudió con ahínco y, como propina, se brindó la popularísima canción de Seracini y D’Acquisto, La hiedra, dicha nuevamente con aliento escénico, por más que sus acompañantes marcaron un ritmo de beguine, con un piano a lo Eddy Duchin en la introducción.
Compartir