Por Eugenia Gallego Cañellas
Palma de Mallorca. 19/VI/16. Teatre Principal de Palma. XXX Temporada de Ópera. Nabucco. Verdi. Solistas: Lucio Gallo (Nabucco), Maribel Ortega (Abigaille), María Luisa Corbacho (Fenena), Enrique Ferrer (Ismaele), Luiz-Ottavio Faria (Zaccaria), Inma Hidalgo (Anna), Oliver Díaz (Dirección), Emilio Sagi (Escena). Coro del Teatro Principal de Palma y Orquesta Sinfónica de Baleares.
Como culminación de la XXX Temporada de Ópera del Teatre Principal de Palma se representa durante esta semana la ópera verdiana Nabucco. Esta propuesta surge como una coproducción con la Ópera de Oviedo, el Theater St. Gallen, el Baluarte de Pamplona y el Teatro Jovellanos de Gijón.
Entre las dificultades del título, además de roles caracterizados por un barítono contundente e intenso, una soprano poderosa capaz de asumir una gran interválica en su línea de canto y un bajo de amplio registro, podemos destacar la necesidad de un coro de calidad, abundante, cohesionado y receptivo a los matices de la partitura. La amalgama surgida de dichos componentes puede desencadenar un fracaso absoluto o funciones históricas para el recuerdo colectivo. Un ejemplo de ello lo encontramos en la memoria del melómano mallorquín, que al mencionarle temporadas pasadas del coliseo palmesano, suele aludir al éxito del Nabucco de la temporada 1994, donde Ana María Sánchez debutó operísticamente con el rol de Abigaille junto al gran barítono Matteo Manugerra.
En este caso, el director de escena Emilio Sagi sitúa la trama escénica en un entorno atemporal, donde los componentes minimalistas y la sencillez conceptual sitúan al oyente en la metáfora de la opresión y dominación de los pueblos, hecho común en la historia de la humanidad. Con esta propuesta, la iconografía es utilizada como punto de referencia geográfico, donde fragmentos de muros con bajorelieves nos trasladan a la corte de Asurnasirpal o la plasmación de caracteres hebreos en altos telones nos transportan al interior del templo. Dentro de la paleta cromática utilizada destacaremos el uso de los colores rojizos como símbolo de poder sobre el otro, de opresión, de sangre. Rojas serán las marcas de estilo de Sagi: las sillas, los barrotes, las sogas, y roja será la tela que portará el pueblo durante el «Va pensiero». El color áureo, símbolo de riqueza y poder económico, aparece vinculado al trono y a su corte, y el resto de colores se sitúan entre grisáceos y negros, donde un amplio juego de sombras aparecen y desaparecen con lentitud destacando la sensación de estatismo en el escenario. El uso de focos es discreto, recalcando el azafranado, y la utilización de la penumbra como recurso estilístico es constante.
El escenógrafo intenta acentuar la tensión dramática mediante la situación espacial de los personajes y coro en el escenario, a través del uso de la inmovilidad, y posicionándolos al borde del foso, en diagonal o de espaldas al público. Además, la utilización de espejos tintados de negro ayudan a profundizar en las diversas psicologías de los personajes. Mediante dichas láminas negruzcas, los sujetos contemplan sus propias refracciones reafirmando su ansia de poder o por el contrario, su sensación de derrota. El símbolo de la esperanza aparecerá al final de la ópera mediante el uso de velas, icono del anhelo y deseo del cambio.
En cuanto al vestuario, es desafortunado a mi entender, especialmente en lo referente a las solistas femeninas ya que no les favorece en absoluto. Algo más discreta es la caracterización del coro, basada en atuendos de clase trabajadora y propia de principios del siglo XX, aunque este hecho puede llegar a crear confusión en el público ya que es inevitable la asociación con conflictos religiosos más actuales.
En cuanto a la dirección musical, el maestro Oliver Díaz mostró una batuta llena de matices, transmitiendo la fuerza espiritual necesaria en los momentos de mayor recogimiento, con una interpretación organizada y detallista. Es destacable su trabajo en la cohesión y buen sonido de los vientos metales, especialmente al inicio de la ópera, y en la conducción del coro, donde consiguió precisión y entrega.
Maribel Ortega, como Abigaille, hizo gala de un instrumento poderoso y una sublime musicalidad. Su actuación fue la más aplaudida por el público asistente que la ovacionó efusivamente al final de la representación. Su vocalidad destacó de manera especial en extensión y temperamento. La soprano resolvió con gran inteligencia los grandes saltos melódicos de tan exigente rol así como el paso al registro de pecho. El barítono Lucio Gallo, aunque correcto en su papel de Nabucco, no aportó vocalmente la fuerza, la intensidad y el acento verdiano que exige el papel. Además debemos sumar cierta tendencia a calar algunas notas.
Luiz-Ottavio Faria en el papel de Zaccarias abordó con seguridad y maestría las dificultades derivadas de la extensión vocal de su rol brillando especialmente en las notas más graves. El Ismaele de Enrique Ferrer destacó especialmente por su faceta escénica y entrega en el escenario con una interpretación correcta. La mezzosoprano María Luisa Corbacho, en su papel como Fenena, exhibió una vez más sus amplias capacidades vocales y actorales, evidenciando su amplia paleta de recursos vocales. La mallorquina solventó su parte solista en el último acto con un excelente fraseo demostrando la gran ductilidad de su instrumento. Destacable el papel de Anna interpretada por Inma Hidalgo, precisa y elegante en su actuación.
El Coro del Teatro Principal de Palma resolvió su actuación de manera brillante. Sus intervenciones se mostraron sólidas, seguras, afinadas, de calidad y atentas a los matices propios de la partitura.
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