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Crítica: 'Nabucco' de Verdi en el Teatro Jovellanos de Gijón bajo la dirección de Gianluca Marcianò

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Autor: Rubén Martínez
13 de marzo de 2016

SORGETE EBREI GIULIVI

Por Rubén Martínez
Gijón. 11/III/16. Teatro Jovellanos. Nabucco, Verdi. Damiano Salerno, Maribel Ortega, Ernesto Morillo, Enrique Ferrer, María Luisa Corbacho, Jorge Rodríguez Norton. Dirección musical: Gianluca Marcianò. Dirección de escena: Emilio Sagi. Oviedo Filarmonía.

   Tras su estreno en la Ópera de Oviedo el pasado mes de octubre y con la totalidad de aforo vendido para sendas funciones varios días antes, llegaba a Gijón este Nabucco con la propuesta escénica de Emilio Sagi y coproducida junto con el Teatro Jovellanos, el Baluarte de Pamplona, el Teatro Principal de Palma y el Theater Sankt Gallen, espacios donde también está prevista su presentación en próximos meses. Por un lado, la positiva respuesta popular insufla esperanzas a la actual coyuntura del género frente a la tendencia a los recortes que viene sufriendo, ya no sólo en nuestro país, sino en destacados coliseos alrededor del mundo, mientras que por el otro no cabe sino elogiar la iniciativa conjunta de estas 5 entidades para sacar adelante un producto de gran calidad al menor coste posible. Otros compromisos han impedido a Sagi estar presente en Gijón estos días por lo que la dirección de escena ha sido asumida por su asistente, Javier Ulacia, que a pesar del escaso número de ensayos ha logrado con creces repetir el éxito alcanzado en la capital del Principado, de la cual ya dimos cuenta en aquel entonces. La sobria y estilizada propuesta del regista ovetense, apoyada sobre todo en la eficaz iluminación de Eduardo Bravo y en el vestuario atemporal de Pepispoo, seduce por su sencillez y desarrolla la historia del rey babilonio de tal manera que ni la acción distrae del canto ni se cae en el estatismo. Como no podía ser de otro modo, el momento culmen de la velada se produce durante el celebérrimo Coro de Esclavos, de enorme impacto visual por el juego de telas, luces y sombras que unido a la disposición del coro configura un cuadro plástico exquisito.

   Damiano Salerno asumía el rol protagónico de este Nabucco y su interpretación fue correcta y suficiente en términos generales aunque algo ayuna de la personalidad vocal y escénica que cabe exigirle a este rol. La vocalidad de Salerno no resultó sobresaliente bajo casi ningún punto de vista. Ya desde su primera frase "Di Dio che parli" se echó en falta un auténtico color baritonal así como un acento verdiano más genuino, amén de una afinación algo más sólida. Estas sensaciones se acrecentaron a partir del "Tremin gl'insani" transmitiendo cierta incomodidad al oyente por una tendencia a quedar ligeramente calado con excesiva frecuencia así como por lo blanquecino de un material que sufre más de la cuenta en un tercio grave carente de la densidad deseada. Salerno se siente mucho más cómodo en el segmento central y agudo de la tesitura y prueba de ello fue la progresión ascendente a lo largo de la noche hasta lograr su mejor momento en la gran escena del cuarto acto "Son pur queste mie membra...Dio di Giuda...O prodi miei" culminándola con un interminable La bemol de muy buena factura que el público premió justamente con un generoso aplauso. No obstante insistimos en que para interpretar este papel no es suficiente con tener un instrumento bien emitido y de volumen generoso, ni tampoco ser capaz de intercalar buenos agudos (cualidades estas que no le faltan al barítono siciliano) sino que se trata de construir el personaje y dotarlo de carácter propio, haciéndolo creíble y traduciendo sus sentimientos a través del órgano vocal y la acentuación de la palabra. En este sentido, no creemos que precisamente en esta función haya estado al 100% de sus capacidades, con una presencia escénica e implicación actoral algo ausente y forzada así como unos mimbres  superados por un rol que a día de hoy, apenas debutado, aún le viene algo grande pero que a buen seguro irá madurando convenientemente en el futuro.

   Maribel Ortega fue con justicia la más aplaudida de la noche al enfrentarse con éxito al temible rol de Abigaille, un personaje de escritura imposible al que Verdi exige todo y más. El planteamiento de esta producción acrecienta, si cabe, la dificultad que plantea el personaje de por sí al eliminar la pausa entre los dos primeros actos por lo que la soprano se encuentra inmersa en su "Ben io t'invenni" cuando aún no se han apagado los ecos del concertante "Mio furor, non più costretto" con el que finaliza el primer acto. Ortega luce unos medios idóneos para esta partitura en términos de volumen, acentos, medias voces, extensión vocal y temperamento. Su aparición con "Guerrieri è preso il tempio" despeja toda duda sobre su adecuación vocal confirmándose aún más con un "Prode guerrier" de sonoro registro de pecho en la linea de las grandes intérpretes del rol como Gulín o Dimitrova. Las temibles escalas y saltos cromáticos de hasta dos octavas ("O fatal sdegno") que siembran la partitura son resueltos inteligentemente por la soprano sin sacrificar la acentuación y el fraseo exigido al texto resolviendo su "Anch'io dischiuso un giorno" con solvencia técnica y control de la media voz así como valiente aunque algo fatigada al final de la imposible cabaletta "Salgo già del trono aurato". Triunfo por tanto para la jerezana que sigue reivindicando su hegemonía dentro del panorama español de sopranos lírico-dramáticas.

   El bajo venezolano Ernesto Morillo puso voz al pontífice Zaccaria, uno de los papeles de mayor dificultad escritos por Verdi para bajo cantante. El registro vocal de Morillo se adapta adecuadamente a los requerimientos de la exigente partitura por cuanto es capaz de cumplir con la amplia extensión requerida, luciendo particularmente en unas rotundas notas graves. Supo graduar las intensidades sonoras creando un interesante contraste entre su recitativo de entrada "Sperate o figli", el aria "D'Egitto là sui lidi" y la fulgurante cabaletta "Come notte a sol fuggente". Siempre es de agradecer el canto a media voz y Morillo ofreció una lectura de especial recogimiento en su plegaria del segundo acto "Vieni, o Levita...tu sul labbro" que creó uno de los momentos más intimistas y sentidos de la noche por lo controlado de la emisión y la intachable musicalidad de la interpretación. El venezolano tampoco desperdició su última gran escena en el tercer acto, "Oh, chi piange...del futuro nel buio" para cuajar una más que notable velada.

   El tenor Enrique Ferrer como Ismaele otorgó protagonismo vocal y magnetismo escénico a su personaje dotándole de un relieve superior al que viene siendo habitual presenciar en este rol. Su implicación actoral es evidente y no pasa desapercibida para el público mientras que vocalmente Ferrer luce a día de hoy un instrumento sólido, genuinamente lírico, de indudable belleza tímbrica en un registro central de emisión fluida y fácil al que acompaña de un fraseo vigoroso y acentuado, desahogado fiato, agudo resuelto y especialmente mucha inteligencia sobre las tablas, cosa que demostró sobreponiéndose en escasos segundos a una titubeante frase de entrada "Furibondo, dell'Assiria il re s’avanza".  Inmediatamente se hizo patente la energía que el madrileño derrocha en escena, plegando sus medios adecuadamente en el breve encuentro con su amada "Fenena, o mia diletta....O come più bella" que antecede al sublime terceto "Prode guerrier" en el que el madrileño sacó partido de su cantabile "No, la vita io t'abbandono". Notable igualmente su escena en el segundo acto "Per pietà del Dio vivente", resuelta con valentía y arrojo. Ferrer acaba de hacer su debut en el Otello verdiano con excelentes críticas y se encuentra en un momento idóneo de madurez vocal e interpretativa para asumir roles de mayor enjundia que el comentado, máxime cuando tanto se echan en falta artistas con carisma y entrega sobre el escenario.

   La mezzo mallorquina María Luisa Corbacho como Fenena sigue siendo un auténtico torrente vocal y no desperdició las ocasiones que le brinda el papel para demostrarlo. Obviamente su punto de lucimiento está en el número solista del cuarto acto "Già dischiuso è il firmamento" en el que Corbacho demuestra la ductilidad de una emisión que no se basa solamente en la potencia evidente del instrumento sino también en la capacidad de plegar y aligerar una vocalidad opulenta como pocas. No obstante la mezzo también sabe aprovechar las no muy abundantes ocasiones que le brinda el papel para reinvindicar su voz de auténtica mezzo protagonista (su "Pria morirò" del segundo acto fue un auténtico latigazo).

   Jorge Rodríguez Norton como Abdallo se incorporaba a esta producción apenas terminadas sus exitosas funciones en El rey que rabió en Oviedo. El rol, totalmente central, no le plantea ninguna dificultad y le permite exhibir con comodidad el particular metal de su inconfundible instrumento. El veterano Miguel Ángel Zapater como Sumo Sacerdote no logró que su voz atravesase el foso con una emisión de insuficiente proyección y  algo forzada en cuanto las notas se acercan al extremo superior del pentagrama, si bien resultó siempre muy preciso y musical en todas sus entradas. Sorprendente la presencia vocal de la asturiana afincada en Madrid María Zapata como Anna, en un breve papel en el que sin embargo supo lucir en sus cortas intervenciones, mostrando un importante material de muy agradable color en su frase "Deh fratelli perdonate" del segundo acto, así como sobresaliendo en cada uno de los concertantes, especialmente en el "Immenso Jehovà" del cuarto acto. Como anécdota, apuntar que además de los aplausos del público, recibió también el de sus excompañeros del Coro de la Ópera de Oviedo, que espontáneamente rompieron el protocolo durante los saludos finales para mostrarle cariñosamente su reconocimiento en el debut operístico en su región.

   La Orquesta Oviedo Filarmonia cuajó una muy notable actuación bajo la batuta del joven director ligur Gianluca Marcianò. Desde la obertura quedó patente la compenetración del maestro con la partitura y con la esencia de la música verdiana, con tensión, ritmo y variedad de dinámicas. El glorioso enfoque de las cuerdas y dosificación de intensidades que Marcianò impuso en el inicio del terceto del primer acto así como los marcados acentos entre las intervenciones de los solistas desde el “Io t’amava” atacado por la soprano fueron la norma durante toda la velada, plagada de texturas y sonoridades de auténtico pulso verdiano. La suya es una dirección con nervio, efectista y “grintosa” que genera una conexión inmediata con el público. No fue sin embargo el “Va pensiero”, a nuestro juicio, uno de los momentos más inspirados  de la noche, a pesar de la esperada ovación del respetable que, en este caso, no fue suficientemente intensa como para que concediese el bis de dicho número, como sí ocurrió en algunas funciones precedentes en el Campoamor.

   Esta representación de Nabucco es oficialmente la primera del Coro de la Ópera de Oviedo bajo la dirección de la macedonia Elena Mitrevska, tras haberse cerrado bruscamente hace unos meses la etapa anterior bajo la dirección de Patxi Aizpiri durante la cual esta formación asumió con gran éxito algunas de las partes más exigentes del repertorio, como Turandot o Peter Grimes por poner solo un par de ejemplos. Musicalmente se sigue apreciando un cierto desequilibrio entre las cuerdas, con una sección femenina algo más empastada y brillante, aunque en todo caso no deja de ser meritorio y digno de todo elogio el resultado artístico de un grupo no profesional que tras terminar su escena de entrada, el colosal “Gli arredi festivi”, fueron merecidamente refrendados con espontáneos aplausos por buena parte del público. En lo escénico, destacaron por su concentración dramática y desenvoltura.

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