Tras el pequeño susto que Plácido Domingo nos dio a todos hace apenas un mes con su hospitalización en Madrid por una embolia pulmonar y haciendo honor a su fama de tener una salud de hierro y una energía inagotable, Domingo volvía a los escenarios hace unos días en el Festival de Salzburgo, incorporando un nuevo rol de barítono verdiano, el Giacomo de Giovanna d'Arco en unas funciones en concierto junto al también debut de Anna Netrebko como Giovanna para posteriormente recalar en Verona donde su agenda contempla varios compromisos, la mayoría vinculados a la edición anual de Operalia que cumple nada menos que 20 años, así como la función de Nabucco del pasado domingo, día 18, que hemos presenciado.
¿Qué decir de Domingo a estas alturas?. Esta leyenda viva del género lírico siempre ha tenido legiones de devotos admiradores pero también de acérrimos detractores, como corresponde a una personalidad como la suya, arrolladora, y que puede generar todo tipo de sensaciones en el espectador salvo la indiferencia. Entre sus "enemigos" abundan los que llevan presagiando la ruina vocal de Domingo desde la década de los 70. Lo cierto e indudable a estas alturas es que, camino de sus (oficiales) 73 años, resulta milagroso lo intacto del instrumento en cuanto a color, terciopelo y expansión aunque tampoco es menos cierto el deterioro del fiato y la fatiga muscular del cantante, que le sobreviene mucho antes. No obstante Domingo sigue luciendo una voz de verdadera ópera, genuina, inconfundible y única, original donde las haya y carente de imitación alguna, que apabulla a muchos colegas con menos de la mitad de sus años y que no pueden ni acercarse al sonido que Domingo es capaz de emitir, tanto por belleza tímbrica como por liberación, expansión y densidad. A estas alturas no merece la pena seguir ahondando en el hecho de que no suene a barítono, algo que nadie duda y que él es el primero en reconocer. Su extensión y capacidad de mantener una tessitura tenoril se ha resentido con los años mucho más que su color y esto, unido a un deseo infatigable de nuevos retos y desafíos (que no de dinero, a estas alturas...) ha llevado a Domingo a encontrar en la cuerda baritonal una vía para prolongar su carrera en activo como cantante, decisión que algunos le recriminan pero que, en último término, el público refrenda abarrotando cualquier recinto donde actúe y que no deja de ser admirable en alguien que ya no tiene nada que demostrar. Por cierto ya está disponible en Spotify su nuevo cd de arias de Verdi para barítono grabado para Sony Classical y en el que, sin el agotamiento que ocasiona el directo, la voz fluye mucho más desahogada en cuanto a fiato y legato.
El temible rol de Abigaille fue asumido por la soprano milanesa Amarilli Nizza, de naturaleza lírica pero con un centro de cierta densidad y color que le ha permitido salir airosa del compromiso. Probablemente sea la escritura de este papel la más endiabladamente complicada de las diseñadas por el maestro de Busseto, llena de aristas, escarpada hasta el límite, con violentas escalas y saltos de octava, exigiendo de la intérprete punta y volumen en su instrumento para sortear las embestidas orquestales y simultáneamente recogimiento y flotación casi belcantista para los pasajes más líricos e intimistas que se alternan prácticamente sin solución de continuidad. La intérprete ideal del rol requeriría al menos dos sopranos de opuesta vocalidad cuando no además una mezzo de generoso grave para optimizar cada pasaje en este auténtico desafío. La Nizza forzó con notas de pecho los descensos en la partitura y ello pareció penalizar sus ascensos al agudo, en los que el instrumento se adelgazaba, perdía volumen y color así como aumentaba la frecuencia de su vibrato. No obstante consiguió momentos de buena implicación dramática en su dúo con Domingo, así como en la cabaletta "Salgo già del trono aurato" culminada con valentía. Nizza ha ido incorporando en su repertorio este tipo de roles del primer Verdi, como el que nos ocupa, así como la Odabella de Attila, Lucrezia en I due Foscari o Lady Macbeth, después de haber estado bastante vinculada en sus inicios a Puccini, especialmente a Tosca y Butterfly. Esperemos que la elevada demanda y castigo vocal que suponen esas partituras no acorten prematuramente su carrera.
La Fenena de la mezzo francesa Geraldine Chauvet mostró un timbrado y bello instrumento estando muy inspirada en su página solista del cuarto acto "Oh dischiuso è il firmamento". Su carrera es prometedora habiendo sido hasta ahora los roles de Carmen, Rosina y Adalgisa los que más ha interpretado, especialmente en circuitos líricos secundarios de Francia e Italia. El tenor Giorgio Berrugi asumió el Ismaele con un atractivo color lírico y con un cuidado canto legato aunque echamos en falta un punto de mayor volumen, aparte de manifestar un ataque en exceso abierto y desabrido en la zona de paso. Este artista ha formado parte durante tres años de los cuerpos estables de la ópera de Dresde donde ha alternado pequeños papeles con roles protagónicos como Rodolfo en Bohème, Nemorino, Cavaradossi o Pinkerton.
Buen material lució Gianluca Breda como Gran Sacerdote di Belo, seguro y sonoro en todas sus intervenciones pareciendo demandar roles de más enjundia. Asimismo lució muy timbrado el Abdallo de Cristiano Olivieri, sin problemas para hacerse oír en el inmenso escenario y que parece haberse especializado en este tipo de roles de carácter. Finalmente, la Anna de Francesca Micarelli pasó bastante desapercibida, especialmente en sus notas agudas del concertante del cuarto acto, aunque debemos valorar su actuación como correcta.
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