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CRÍTICA: 'NABUCCO' DE VERDI NO CONVENCE EN LA SCALA A PESAR DE UN GRAN LEO NUCCI. Por Andrea Merli

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Autor: Andrea Merli
28 de febrero de 2013
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 NABUCCO ABURRIDO
 
Milano. NABUCCO - Giuseppe Verdi. Nabucco: Leo Nucci, Ismaele: Aleksandrs Antonenko, Zaccaria: Vitalij Kowaljow, Abigaille: Liudmyla Monastyrska, Fenena: Veronica Simeoni, Gran Sacerdote di Belo: Ernesto Panariello, Abdallo: Giuseppe Veneziano, Anna: Tatiana Ryguzova. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Daniele Abbado. Escenografía y vestuario: Alison Chitty. Luci: Alessandro Carletti.  Teatro alla Scala, 13/II/ 2013.

      Pregunta retorica: puede uno aburrirse asistiendo a Nabucco? En la Scala pasó. Y de no contar con unos excelentes profesionales en el escenario, hubiera pasado sin pena ni la poca gloria que le tributò un publico mas bien preocupado -ya antes de que la opera finalizara él de la platea- de llegar cuanto antes a la guardarropía para coger los abrigos. Precisamente esa noche se retrasmitia en directo la Ópera por el canal televisivo RAI 5 -en plena competiciÓn con el popular Festival de Sanremo televisado por el primer canal de la television italiana- pero de poco sirvió mantener a oscuras la sala para rogar unos minutos mas de aplausos y garantizar, así, la salida ante el telon de los artistas. La gente conoce el recorrido de memoria y aun a ciegas los abonados del algido turno D alcanzaron las salidas.
      El primer responsable de esta inútil nueva puesta en escena el director de escena Daniele Abbado, sobrino del conocido director, Claudio Abbado, que ya firmara en el pasado otras mas apreciables producciones del titulo verdiano. En esta ocasiòn, complices Alison Chitty, a quien se deben decorados y vestuario, Alessandro Carletti y Luca Scarzella, responsables reciprocamente de la iluminaciòn y de las proyecciones video y Simona Bucci, que se ocupó de los movimientos coreográficos y es un decir, ya que la ópera no tiene ballet. Se ha querido pasar -oh novedad novedosa- de la época y de la historia entre asirios dominadores y judios esclavos, para centrarse en el dolor universal que oprime, indiferentemente, las masas. Conceptos ideales, cuan genéricos, que en todo caso merecerían nueva música y nuevo libreto. Por eso más de uno hubiese preferido asistir a una funcion en forma de concierto. Lo que, además de ahorrar un montón de dinero -las producciones "minimalistas" por pobres no son baratas resultando mas caras de las tradicionales y este caso no debe haber hecho excepcion- permite concentrarse tan solo en la música.

      En cambio esta puesta en escena llegó a ser irritante, confusa y francamente anodina. Al no haber distinción entre las dos etnias, puesto que todos visten igualmente un estilo más o menos años 40 del pasado siglo -la referencia sería la del holocausto judío, abusadísima en todo caso y fuera de lugar- parecen todos judios y entonces la dramaturgia no se entiende. Las persecuciones parecen hechas entre judios y carecen, de esta forma, de cualquier lógica. Omnipresente elemento, detestado siempre por los que pisan el escenario, la arena que recubre todo el suelo. Pero no la arena vulgar y corriente, quia! Una arena especial, artificial y lógicamente carísima, que en principio no debería producir polvo cuando se anda por encima y que sin embargo se levantaba  metía por todas partes. Otros objetos prescindibles: unas losas que pretenden ser las del monumento en memoria de la Shoa en Berlin. Losas que unos tiran al suelo mientras otros se arrodillan y rezan como si fueran tumbas. Las proyecciones tampoco aclararon la acciòn. En la escena del final del segundo acto -la ópera se ha representado con un único entreacto entre el segundo y tercer cuadro- se roza la comicidad involuntaria, ya que la corona contendida entre Fenena, Abigaille y Nabucco no deja de ser el equivalente de una diadema para sujetar el pelo, la que, por supuesto, el protagonista sin peluca se rehusò llevarse a la cabeza. Otra mamarrachada fueron los idolos del supuesto templo de Belo, en forma de figuras más o menos abstractas hechas con hilo de hierro. No hablemos de los movimientos coreográficos en que se utilizó la figuracion, como si de autómatas se tratase, con el efecto de evocar los zombies del film "La noche de los muertos vivientes". En fin, ya saben lo que les toca los teatros de la Royal Opera House de Londres, del Lyric Opera de Chicago y del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, que este espectaculo han coproducido.
      La vertiente musical tampoco pareció memorable, sacando la profesionalidad y fuerza interpretativa de Leo Nucci, el que acercandose ya los 71 anos demuestra una forma fisica y vocal envidiable; sobre todo por proyección y poderío en el agudo, por la capacidad en dar significado a cada palabra cantada con una sutileza e intenciones de la máxima expresividad. Un auténtico fuera de serie. Pero claro, cuando hay Nucci en un reparto ya se sabe que es siempre una garantia. Nos arrodillamos ante su maestría, confiando que tenga salud y ganas para seguir así, dando siempre estas clases magistrales en las que podemos calificar cada una de sus funciones.
      La sorpresa de la noche nos la reservó la joven soprano ucraniana Lyudmila Monastyrska, Abigaille, que a más de uno le recordó por los armónicos y por potencia de la voz a la nunca olvidada Angeles Gulín, que precisamente de este rol hizo una creación inegualable: el que firma tuvo la suerte de escucharla en vivo. La Monastyrska tiene voz quizás menos sonora en el grave, donde la Gulín alcanzaba resonancias casi de contralto, pero sí el dominio del agudo. El que sabe administrar en pianisimos y medias voces de gran encanto, y al mismo tiempo llega a emitir con ataques de tajante pujanza. Loable, tambièn, la excelente musicalidad y el respeto de todas las notas escritas. No arriesgó el mi bemol, no escrito, que algunas colegas intercalan en la cadenza final del dueto con el barítono, pero aun así,  junto a Nucci logró electrizar al público y levantar la primera ovación de la velada. Ovación que se repitió, lógicamente y con creces, tras el "Dio di Giuda", soberbiamente cantado por el barítono. Esta soprano tiene, ademas, una buena dicción y su fraseo es bien matizado, lo que hace esperar de ella un futuro próspero en buenas actuaciones y eso, amén de su voz tan grata, es siempre un buen auspicio.
      Fue un lujo asiático disponer de una mezzosoprano como Veronica Simeoni en la parte un tanto marginal de Fenena, que sin embargo tiene que cantar, y mucho, en los concertantes. En la plegaria "Già dischiuso il firmamento", de armonia rossiniana, siendo el modelo el del Mosè, alcanzó uno de los momentos musicalmente con mas encanto de la funcion. El resto del reparto estuvo dominado por voces del Este. Muy buen Isamel, robusto y bien emitido, el tenor Alksandrs Antonenko. Buena Anna bien presente con sus Dos puntuales y sonoros, la de Tatiana Ryguzova. No se puede decir lo mismo del incoloro bajo Vitalij Kowaljow, Zaccaria, sofocado por coro y orquesta, de proyección limitada y sin cuerpo en la zona grave. Sus escenas pasaron con un silencio que hablò por sì solo. Cumplieron con buen nivel de comprimariado el bajo Ernesto Panariello, Gran Sacerdote de Belo (aquì un paisano cualquiera) y el tenor Giuseppe Veneziano, seguro Abdallo.
      Por ultimo dejamos el magnífico coro de la Scala, obediente a las ordenes de Bruno Casoni, que sin embargo no tuvo la esperada acogida tras el famoso "Va pensiero". La culpa se la puede echar a la dirección de orquesta, conducida con buena letra, pero poco inspirada, de Nicola Luisotti, puede que demotivado por la puesta en escena. Hubo fuerza y poderio, la orquesta de la Scala domina por supuesto esta partitura, pero se tuvo la sensaciòn de mucho ruido y pocas nueces, faltando la emoción y el arranque que esta música conlleva. Otra vez será.
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