Por Raúl Chamorro Mena
Milán, 4-II-2017, Teatro alla Scala. Don Carlo (Giuseppe Verdi), Edición integral de la versión en 5 actos en italiano. Francesco Meli (Don Carlo, Infante de España), Krassimira Stoyanova (Elisabetta de Valois), Ferruccio Furlanetto (Filippo II, Rey de España), Simone Piazzola (Rodrigo, Marqués de Posa), Ekaterina Semenchuk (Princesa de Eboli), Eric Halfvarson (El Gran Inquisidor). Orquesta y Coro del Teatro alla Scala. Director Musical: Myung-Whun-Chung. Director de escena: Peter Stein.
El inconformismo de un genio como Verdi explica la variedad de versiones de la ópera Don Carlo que existen. Esa famosa sentencia del propio autor, de que estamos ante una especie de mosaico, “todo lo bello que quieran, pero un mosaico”, impulsó al maestro a realizar revisiones buscando la condensación, una mayor concisión y armazón de una obra, que a pesar de no resultar tan unitaria como otras de su catálogo, es absolutamente maestra y fascinante. Es realmente admirable como el genial hombre de teatro (como le gustaba autoreferirse), obligado a adaptarse a las estructuras de la Grand Opera en las que los personajes quedaban diluidos ante las exigencias de opulencia y espectacularidad, lograra construir unos caracteres de tamaña grandeza y humanidad, de tan inmensa penetración psicológica, en los que se entrelaza en forma extraordinaria el plano privado y el político, además de una insuperable estampa sobre el poder político y la pasión amorosa. La razón de Estado que se impone y frustra dicha pasión y conlleva la inevitable infelicidad de por vida de los protagonistas, así como el sacrificio de otros como Rodrigo. Por tanto, a pesar de esa falta de unidad que disgustaba al propio autor, la edición integral en 5 actos resulta la más apropiada y el acto de Fontainebleau, - suprimido para la versión en cuatro actos de 1884 que es la más representada-, prácticamente imprescindible para entender adecuadamente los sucesos posteriores. Esta versión íntegra en 5 actos cantada en italiano y sin el ballet es la que retornaba a la Sala Piermarini después de 40 años cuando la dirigió Claudio Abbado en lo musical y Luca Ronconi en lo escénico en la temporada del bicentenario del teatro.
Francesco Meli se ha convertido en el tenor de repertorio italiano favorito de La Scala. Su timbre es atractivo, la dicción genuina, ambos, por supuesto, italianísimos. El fraseo más bien escolar y sin fantasía, pero ardoroso, inmediato, comunicativo. Todo ello de clara filiación “Carreriana”, pero sin contar con la privilegiada voz del tenor español ni su carisma y personalidad. Encarna bien al joven enamorado e impetuoso, pero el papel le va grande a sus medios eminentemente líricos. Asimismo, como en el caso de su modelo, el pasaje de registtro está sin resolver técnicamente con lo que pudieron escucharse notas apretadas y muy esforzadas en la zona alta y no fue una sorpresa que el muy expuesto Si natural agudo en la frase “Io qui lo giuro al ciel! Sarò tuo salvator, popol fiammingo, io sol!” de la escena del auto de fé, terminara en accidente. El papel de Elisabetta de Valois cuenta con una tesitura fundamentalmente central y grave, pero con puntuales momentos de expansión en el registro agudo en que las notas deben imponerse vibrantes y con squillo. Asimismo estamos ante una mujer que sobrelleva con gran dignidad el dolor, el sufrimiento, el daño emocional irreversible de quien debe renunciar a quien ama para contraer matrimonio con otro hombre por razón de Estado.
A la soprano búlgara Krassimira Stoyanova le falta entidad en el grave, anchura y amplitud en el centro, además de volumen para el papel. El registro agudo está presente, por supuesto, aunque le falta un punto de metal y penetración tímbrica. Sin embargo, estamos ante una vocalista de gran clase, que lució una línea de canto cuidadísima, un fraseo aquilatado, musicalísimo con impecables filados y reguladores de intensidad. Un gran ejemplo de todo ello fue su magnífica interpretación del aria “Non pianger mia compagna”. Más superada por la escritura se mostró en la monumental “Tu che la vanitá” y obligada a forzar un tanto en las abundantes notas graves, pero remató el aria con impecable canto, al igual que en el dúo subsiguiente con Don Carlo, en el que prodigó filature de gran factura en “ma lassù ci vedremo”, esa especie de resolución metafísica de su amor imposible.
Ferruccio Furlanetto acusa ya un claro desgaste vocal en un material que nunca fue bello ni noble, pero desde su aparición, su Rey Felipe se impone por la autoridad de su fraseo y la incisividad de los acentos en una caracterización creible y emotiva por parte del veterano cantante con un gran bagaje detrás de muchos años sobre las tablas. El bajo italiano personíficó impecablemente ese monarca absoluto al que magistralmente Verdi, apartándose de Schiller, dota de un profundo perfil psicológico y que en dos escenas consecutivas diseña con mano maestra las dos caras de su existencia. De la expresión pomposa y externa de su poder absoluto en el auto de fe a la subsiguiente de su inmensa soledad en la vida íntima con esa joya que es el aria “Ella giammai m’amò” y posterior duo con el Gran Inquisidor, donde queda claro que, en definitiva, es una mera marioneta sometida el poder eclesiástico. Es una pena que el barítono Simone Piazzola no libere totalmente el sonido y logre una colocación más ortodoxa y técnicamente resuelta sul fiato, porque el cantante tiene buenas maneras, un buen concepto del canto legato y frasea con nobleza y muy buenas intenciones. Así lo demostró en su bellísimo cantabile “Carlo ch’é sol il nostro amore” y en la escena de la muerte de Posa, personaje tan noble y leal, tanto a Don Carlo como a su patria, que también debe ser sacrificado en el juego político y equilibrio de poder.
La rusa Ekaterina Semenchuk, de emisión gutural y fonación idiomáticamente extraña, cuenta con unos medios vocales más cercanos a la soprano dramática o la tipo Falcon, que se adecúan bien al papel de la Princesa de Eboli, más propio de una seconda donna que de una mezzosoprano genuina. Se mostró débil en el grave y fácil y desahogada en el registro agudo (estupendo el do bemol 5 del aria “O Fon Fatale”), así como apurada, pero cumplidora, en la espinosa agilidad de la Canción del velo. Se echaron en falta unas mayores dosis de calor y garra en una Eboli un tanto plana expresivamente.
Eric Halfvarson ha hecho del Gran Inquisidor un caballo de batalla en los últimos años -quién suscribe le ha visto el papel en directo hasta en cinco ocasiones-. Aún más erosionado vocalmente que Furlanetto, sigue componiendo un personaje imponente, atemorizante. Un gran momento resultó su genial dúo con el Monarca en que los dos veteranos, que además, suenan a bajo de verdad, dieron una exhibición de saber lo que son acentos, teatro y melodrama. De altísimo nivel la dirección musical del coreano Myung-Whun-Chung a unos cuerpos estables en plan “En Verdi somos imbatibles”. Una batuta elegante y refinada, atenta a los cantantes, que ofreció un bellísimo sonido, una articulación genuina, sin asomo de pesantez, capaz de la mayor delicadeza en los momentos líricos y el apropiado vigor y voltaje teatral en los más dramáticos. Magnífica la concertación del auto de fe, la actuación del violonchelo solista en la fascinante introducción al aria "Ella giammai m’amò”, así como el preludio previo al gran aria de Elisabetta “Tu che la vanità”. Peter Stein demuestra con su montaje, procedente del Festival de Salsburgo, ser un inteligente hombre de teatro. Localiza la obra conforme a libreto (¿Tiene sentido Don Carlo fuera de su época histórica?) y huye de cualquier pose intelectualoide, extraños konzep o “dramaturgias paralelas” poniéndose, nada más y nada menos, que al servicio de la obra. Con una bella y elegante escenografía de Ferdinand Wögerbauer (a destacar por lo idónea la correspondiente al gabinete del Rey que acentúa dramáticamente su soledad y amargura), un estupendo vestuario y una buena caracterización de los personajes y adecuado movimiento escénico -magnífica la distribución de las masas en la escena del auto de fé- firma una producción de impecable factura.
Foto: Marco Brescia & Rudy Amisano
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