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Crítica: «Khovanshchina» en la Berlín Staatsoper

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de junio de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Khovanshchina de Mussorgski en la Berlín Staatsoper, bajo la dirección musical de Simone Young y escénica de Claus Guth

«Khovanshchina» en la Berlín Staatsoper

Estimable Khovanshchina

Por Raúl Chamorro Mena
Berlín, 13-VI-2024, Staatsoper Unter den Linden. Khovanshchina - el asunto de los Khovansky (Modest Mussorgski). Mika Kares (Príncipe Iván Khovansky), Taras Shtonda (Dosifei), Marina Prudenskaya (Marfa), Najmiddin Mavlyanov (Príncipe Andrei Khovansky), Stephan Rügamer (Príncipe Vasily Golitsin), George Gagnidze (El boyardo Shaklovity), Andrei Popov (Escribano), Evelin Novak (Emma), Anna Samuil (Susanna). Coro de la Staatsoper de Berlín. Staatskapelle Berlín. Dirección musical: Simone Young. Dirección de escena: Claus Guth.

   Es difícil encontrar en la literatura operística un fresco histórico tan impresionante y con tan profunda dimensión política y trágica, como la Khovanshchina de Modest Mussorgski sobre libreto propio. La llegada al poder del Zar Pedro el Grande y su consolidación en el mismo en un reinado fundamental para la modernización y occidentalización de Rusia se produce enmedio de una gran fragmentación interna del país resuelta con sangre y fuego. La ópera, grandiosa, inspiradísima, tan atrevida como original, quedó inacabada. Hay que agradecer, al igual que en el caso de Boris Godunov, a Nikolai Rimsky-Korsakov la orquestación de la obra que gracias a ello, no quedó abandonada en un cajón. Posteriormente, Dmitri Shostakovich realizó en 1960 su orquestación, que es la que se está imponiendo últimamente y particularmente desde que la utilizó Claudio Abbado, junto al final de Igor Stravinsky. En este casó también se interpretó esta versión.

   Ciertamente, una casa de ópera como la Staatsoper berlinesa puede presumir de cuerpos estables capaces de hacer justicia a una partitura tan compleja como Khovanshchina. Esta producción prevista para 2020 fue suspendida por la pandemia y no ha visto la luz hasta cuatro años después con Simone Young en el podio en lugar de Vladimir Jurowski. No empezó bien la directora australiana con un discreto amanecer sobre el Río Moskova, falto de finura y escaso de detalles y atmósferas. El discurso orquestal tardó en arrancar dramáticamente, pero, siempre algo deslavazado, fue de menos a más y logró una buena segunda parte en la que subió el pulso y voltaje teatral con un final de apreciable efecto.
Orquesta y coro, bien empastado, vigoroso y dúctil, demostraron sus calidades, pero hay que subrayar, que la Staatskapelle Berlín a las órdenes de Young no brilló especialmente.

«Khovanshchina» en la Berlín Staatsoper

   En cualquier caso, la meritoria labor de Simone Young se situó muy lejos de la apabullante Khovanshchina que le ví dirigir a Valery Gergiev en La Scala milanesa en 2019. El gran protagonista de esta ópera es el pueblo ruso, manipulado y sufridor, pero en la estructura vocal predominan las voces graves conforme a la genuina tradición rusa. Dos bajos sólidos y de respetables medios vocales encarnaron a Dosifei, líder de los Raskolniki, los viejos creyentes, y al príncipe Iván Khovansky, cabecilla de los Streltsi, especie de guardia o grupo paramilitar creado por el Zar Iván el terrible y que en la época era el único ejército estructurado del país. Mika Kares, un tanto engolado de emisión, pero de suficiente sonoridad, retrató adecuadamente al viejo y orgulloso Khovansky, siempre desafiante, rudo, arrogante y dominador. El papel de Dosifei hechizó al legendario bajo Feodor Chaliapin, quien fue fundamental para la difusión de la ópera. Por su parte, el ucraniano Taras Shtonda exhibió apreciables volumen, densidad, empaste y rotundidad, canto un tanto granítico y poco matizado, pero sí creíble caracterización dramática de este líder espiritual de los viejos creyentes ortodoxos, que se oponen frontalmente a las reformas del patriarca Nikon, que apoya Pedro el Grande. Transigir no es una opción para ellos, por tanto, se inmolaran entre llamas como muestra de purificación y resistencia en una sobrecogedora escena final. 

   Marina Prudenskaya recreó una espléndida Marfa, tanto en lo vocal como en lo interpretativo. Voz extensa y bien proyectada, con los graves que pide la parte, si bien, las notas estaban, pero les faltó algo de anchura y robustez. Además, la mezzo rusa demostró un buen concepto del canto, con un fraseo de estimable elegancia y lirismo. A su invocación a las fuerzas sobrenaturales le pudo faltar algo de fuerza y carisma, pero su compromiso interpretativo fue indudable. Fue la mejor del elenco vocal para quien esto firma, junto al tenor uzbeko Najmiddin Mavlyanov en un Andrei Khovansky impetuoso, arrojado y de exuberantes medios vocales por potencia y caudal. De alto nivel, asimismo, el boyardo Shaklovity de George Gagnidze por robustez, generosa presencia vocal, y acentos intencionados, con los que caracterizó de manera impecable tan sinuoso como taimado personaje. Mejor en lo escénico, por sus dotes de actor, que en lo vocal, el tenor Stephan Rügamer, que, sin embargo, conserva generosa sonoridad, en el personaje de Vasily Golitsin, ladino príncipe, conspirador pro occidental, amante de la regente Sofía y que termina caído en desgracia tal y como le vaticina Marfa.

«Khovanshchina» en la Berlín Staatsoper

   Muy interesante, especialmente por la belleza y color de su franja centro-aguda, la Emma de Emily Novak. El tenor Andrei Popov sacó adelante la incómoda tesitura del escribano, además de encarnar con propiedad toda la mezquindad del personaje. 

   Entre un comienzo y un final situados en la actualidad, diversos vídeos, proyecciones y explicaciones varias, Claus Guth no logró esconder lo que es una puesta en escena esencialmente «clásica» o «realista» como dicen ahora. Yo esperaba que al final saliera Putin, pero no, todo parece ser un estudio de archivo desde la actualidad de esos acontecimientos históricos tan importantes para la historia de Rusia. Uno agradece en lo que vale un montaje conforme a libreto con su localización, vestuario de época y demás, pero Guth, gran pope de la escena operística vanguardista actual, no se desenvuelve bien en este tipo de producción. Movimiento escénico convencional, falta de ideas, plana caracterización de personajes y un desarrollo fundamentalmente anodino y gris sellaron una puesta en escena sin mayor interés.

Fotos: Monika Rittershaus / Berlín Staatsoper

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