Por Yolanda Quincoces
Para el pueblo. Una sencilla consigna que guió el trabajo de escritores, artistas, educadores, científicos e intelectuales en la Unión Soviética durante la época estalinista. El arte por el arte no era una posibilidad. Para Stalin, todo hecho artístico debía tener un objetivo: contribuir a la construcción de un pueblo soviético, “fabricar hombre y mujeres soviéticos”(1). Los cantos de masas que exaltaban el trabajo obrero, las melodías sencillas con textos patrióticos que difundían la ideología del Partido; ése era el tipo de música que se debía escuchar. Las vanguardias, el atonalismo, las influencias occidentales, la personalidad del compositor, eran obstáculos que confundían al pueblo y lo alejaban de la “buena música”. Sus autores e intérpretes eran “enemigos del pueblo” y debían ser perseguidos.
Shostakovich reunía todas estas características. Con una personalidad musical arrolladora y una capacidad de invención extraordinaria, pudo desarrollar sus habilidades gracias al clima de liberalismo artístico que marcó sus años de juventud. Pero todo cambiaría con el endurecimiento del control de las artes por parte del Partido y la implantación de la doctrina del Realismo Socialista en los años treinta. Años de terror, persecuciones y amenazas que marcaron un antes y un después en la carrera de uno de los compositores más prominentes de la historia de la Unión Soviética.
La política cultural de Stalin: avances y retrocesos
La política cultural de la Unión Soviética en la época estalinista se puede definir en una palabra: control. A excepción de algunos breves lapsos temporales en los que las instituciones del Partido se relajaron y permitieron un mayor aperturismo hacia las nuevas formas de arte y las influencias extranjeras, la situación general de la cultura soviética era la de una continua subordinación al poder político.
Por eso, cuando, en el año 1932, una resolución oficial del Partido disolvía la Asociación Rusa de Músicos Proletarios (RAPM), Shostakovich no fue el único que se alegró. Durante los últimos años esta asociación había ejercido un estricto control sobre todas las composiciones musicales. Ahora, la RAPM era sustituida por la Asociación de Compositores Soviéticos (que tenía sus equivalentes en otros campos de la cultura, como la Asociación de Escritores Soviéticos), uno de cuyos miembros en la sección de Leningrado era el propio Shostakovich. Con la disolución de la RAPM, se abría paso a innovaciones musicales rechazadas por la antigua organización. Sin embargo, la recién creada asociación pronto daría a conocer su verdadera identidad, la de instrumento de control del Partido sobre la música y los compositores. No era más que una nueva RAPM, con otro nombre.
La Asociación de Compositores Soviéticos pronto adoptó la doctrina del Realismo Socialista, promulgada en 1934 por el escritor Maxim Gorki, (máximo representante de la literatura soviética) que sería impuesta como única doctrina válida en todas las formas de arte. De forma sucinta, se puede definir como “la verdadera e históricamente concreta representación de la realidad en su desarrollo revolucionario”(2). En esencia, esto significaba que toda manifestación artística debía dar cuenta de las bondades del régimen comunista, a la vez que censurar los vicios y atrocidades del sistema de clases y la sociedad burguesa occidental. Proliferaron los textos que exaltaban el trabajo de la clase obrera y se censuraron aquellos que, por el contrario, alababan la individualidad o la religión. En música, al contrario que en la literatura, las características de la doctrina del Realismo Socialista no estaban claras y eran más difíciles de definir, aunque sí se impusieron unos rasgos básicos, como el tono heroico, el lirismo, las melodías sencillas y la accesibilidad por parte de un gran público. En fin, música para el pueblo.
Terror
En 1934, el asesinato del político Serguei Kirov sería el detonante de las masivas purgas que caracterizaron los años más terribles del régimen de Stalin. La persecución y procesamiento de aquellos que se creían relacionados con el crimen fue la excusa perfecta para el inicio de un proceso en que todas aquellas personas mínimamente sospechosas o potencialmente capaces de oponerse al régimen, serían perseguidas y castigadas. Nadie se libraba de esta locura: políticos, militares, obreros, científicos, artistas… Los intelectuales y artistas eran vistos por Stalin como especialmente peligrosos, pues su capacidad de pensar y de crear podía en un futuro llevarles a formar una oposición contra el poder. Las cifras son escalofriantes. Sólo en Leningrado se detuvieron más de treinta mil personas en los meses siguientes al asesinato de Kirov y las víctimas totales en estos años de terror ascendieron a millones.
En el mundo de la cultura, fueron los escritores los que salieron peor parados. Las penas podían ir desde la censura de sus obras, pasando por la deportación, hasta la pena de muerte. El propio Maxim Gorki fue asesinado en circunstancias no aclaradas. Los músicos tampoco escaparon a la paranoia persecutoria. El director del conservatorio de Moscú, Boleslaw Przybyzewski, fue detenido y encarcelado, al igual que compositores como Nikolai Shiliaiev y Alexandr Mossolov e intérpretes como la pianista Maria Grinberg y el organista Nikolai Vigodski, entre otros. Para Shostakovich, estos años supondrían la época más terrible y angustiosa de su vida; y todo empezaría una noche en la ópera.
Lady Macbeth: del éxito a la condena
A pesar de que se mostró siempre a favor del régimen, Shostakovich lamentaba profundamente la falta de una mayor apertura de miras en la música soviética. Miraba a occidente, donde las vanguardias triunfaban, y opinaba que su música tenía mucho que aprender de éstas. Por eso, tras la resolución de 1932, parecía que había llegado el momento perfecto para que su arte se desarrollara plenamente. Hasta entonces había compuesto ya varias obras que habían cosechado éxitos, como sus dos primeras sinfonías (la segunda un encargo del Departamento de Propaganda del Partido para el décimo aniversario de la Revolución de Octubre) o la ópera La Nariz. Casi todas sus composiciones hasta el momento habían sido contribuciones a la música e ideología soviéticas (música para películas propagandísticas, ballets, etc.), e incluso había respaldado en una entrevista (1931) la doctrina leninista que asociaba música con ideología política.
Shostakovich aprovecharía la desparición de la RAPM para embarcarse en la composición de una nueva ópera, Lady Macbeth del Distrito Mtsensk, cuya idea original había surgido ya en el año 1930. La ópera, basada en la novela de Nikolay Leskov, iba a ser la primera parte de una trilogía sobre el destino de la mujer en la historia de Rusia. Shostakovich trabajó en la composición de Lady Macbeth entre 1931 y 1932, pero la ópera no sería estrenada hasta el día 22 de enero de 1934 en Leningrado y, unos días después, en Moscú. El éxito de la ópera fue inmediato y su acogida entusiasta, tanto por parte del público como de la crítica. En los dos años siguientes a su estreno la ópera se representó nada menos que 177 veces en las dos ciudades y pronto músicos extranjeros (como Arthur Rubinstein, Rodzinski o Toscanini) comenzaron a interesarse por ella y la exportaron a Londres, Nueva York, Cleveland, Estocolmo, Buenos Aires y Zürich.
Pero sucedió que el 26 de enero de 1936, Stalin (que días antes había asistido también a la representación de la ópera El Don Apacible de Dzherzinsky, ópera que había aprobado con gran entusiasmo), decidió ir a ver la ópera que daba tanto que hablar: Lady Macbeth. Acudió con dos dignatarios al Teatro Bolshoi, que había estrenado una nueva producción de la ópera en 1935. Shostakovich estaba en la función y desde su palco podía ver a Stalin. Durante toda la noche estuvo esperando que éste le llamara a su palco, pero no lo hizo tras el primer acto, ni tras el segundo, ni el tercero, ni al finalizar la ópera. A la salida de la ópera, un crítico musical perguntó a Stalin si le había gustado la representación, y su respuesta fue: “Esto es una estupidez, no es música”. Fue el comienzo de la caída de Lady Macbeth y, con ella, de Shostakovich.
Dos días después, la revista oficial del Partido, Pravda, publicaba un artículo titulado “Caos por música: a propósito de la ópera “Lady Macbeth de Mtsensk”. La crítica, anónima, insultaba de todas las formas posibles la música de Shostakovich. Definía sus melodías como “sonidos intencionadamente disonantes y caóticos” y “jirones de melodía” que desaparecían inmediatemente “entre ruidos, crujidos y gritos”.
Seguir esta “música” es difícil, retenerla es imposible […] el grito sustituye al canto […] esta música se ha compuesto intencionadamente alterada para que nada en ella pueda recordar la ópera clásica o la sonoridad sinfónica […] para negar la ópera […] El peligro que representa esta dirección para la música soviética es evidente [...] El “afán desmedido de novedades” tiene un carácter pequeñoburgués y conduce a una desviación del arte, la ciencia y la literatura genuinos y auténticos […] en una época en que nuestros críticos propugnan el realismo socialista, la obra de Shostakovich presenta un naturalismo vulgar […] Describe plásticamente escenas amorosas en la primera ocasión que se presenta […] No ha tenido en cuenta todas las exigencias de la cultura soviética: desterrar la grosería del arte y todas las formas de barbarie de los últimos rincones de nuestra vida […] Lady Macbeth ha triunfado entre el público burgués del extranjero. ¿No la aplaudirá el público burgués precisamente porque su música es caótica y absolutamente apolítica? ¿O tal vez porque esta música degenerada, estridente y neurasténica halaga el gusto degradado de la audiencia burguesa? (3)
Unos días más tarde se publicaba un artículo similar sobre su ballet El Arroyo Claro. De la noche a la mañana la reputación de Shostakovich se hundió completamente. Lady Macbeth tuvo, por fuerza, que retirarse de los escenarios, y no volvería a representarse hasta después de la época estalinista (1963).
“Caos por música”. Artículo original en Pravda. 28 de enero de 1936.
Shostakovich en el punto de mira
Durante meses, tras la publicación del artículo de Pravda, Shostakovich se dedicó a coleccionar todo lo que se publicaba en la prensa sobre su ópera de forma meticulosa. Se le había colgado la etiqueta de “enemigo del pueblo”. Su música era tildada de “formalista”, vacía de contenido, no hacía ningún bien a la patria, ni al Partido, ni a su líder. Y eso en los años del terror, equivalía a traición.
En los meses siguientes se convocaron una serie de reuniones de expertos para evaluar la música de Shostakovich. En una ocasión, se reunieron en Moscú alrededor de cuatrocientos músicos, compositores, intérpretes, musicólogos y críticos. La mayoría de ellos se retractaron de las alabanzas y críticas positivas que habían dedicado a Lady Macbeth en los dos primeros años después de su estreno. Shostakovich vio como sus amigos le daban la espalda y aquéllos a los que había apoyado en sus carreras hablaban ahora en su contra. Hubo algunas excepciones, como Prokofiev, que siguió defendiendo a su colega.
Ante el miedo a una posible detención, Shostakovich pidió ayuda a su amigo el Mariscal Tujachevski, un alto mando del ejército rojo que, desgraciadamente, sería asesinado poco después, víctima de las purgas (1937). Pronto el gobierno promulgó la orden de interrogar e investigar a todos aquellos que habían mantenido contacto con Tujachevski, entre los que estaba, por supuesto, Shostakovich. Por ésta u otras razones, Shostakovich fue un día llamado a interrogatorio por el NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos). Fue interrogado por un oficial de nombre Sakrevski que acusó a Shostakovich de pertenecer a un grupo terrorista y de conspirar contra Stalin. Ante la falta de respuestas, el compositor fue citado para un segundo interrogatorio a la semana siguiente, pero quiso el destino que el oficial Sakrevski fuera aniquilado, de nuevo víctima del terror, unos días después. La segunda cita no se llegó a celebrar.
El compositor vivió una época crítica en los meses siguientes. El miedo al arresto no le dejaba dormir, se acostaba todos los días con la ropa puesta y la maleta preparada por si era detenido, se refugió en el alcohol e incluso llegó a plantearse el suicidio. Pero finalmente, Shostakovich no fue detenido. Se desconoce el motivo por el que Stalin decidió dejarle en libertad, aunque sí se sabe que la decisión fue suya.
A pesar de todo, no paró de componer. El mismo año de 1936 se dedicó a la composición de su Cuarta Sinfonía, cuyo estreno estaba programado para finales de año. Shostakovich plasmó en su sinfonía todo el dolor y la angustia que estaba viviendo. Una obra colosal, de inspiración malheriana, en cuyos tres movimientos transmite una sensación de tristeza y desesperación inmensa. Una obra, también, musicalmente muy compleja y alejada de los cánones del realismo socialista. Los rumores de esta nueva obra llegaron a oídos de la Unión de Compositores, cuyo director, V.Y. Iojelson, acudió personalmente junto con un representante del gobierno a presenciar uno de los ensayos. Tras esta visita, la sinfonía desparecía del programa y caía en el olvido; no sería recuperada hasta años después.
La vuelta al cauce oficial
Después de este fracaso y con la angustia de lo vivido meses atrás, Shostakovich decidió que era hora de replantearse su camino artístico. En su Quinta Sinfonía, reelaboró su lenguaje hacia un mayor lirismo, hacia una música más melódica y accesible a un gran número de personas, sin perder su personalidad. La nueva obra fue sometida a juicio y aprobada por el Partido, por lo que pudo ser estrenada el 21 de noviembre de 1937, con un éxito extraordinario. ¡Shostakovich por fin había entrado en razón! La Quinta Sinfonía supuso la vuelta del compositor a la cumbre de la música soviética, convirtiéndose en su obra sinfónica más conocida hasta la actualidad. Supone una ruptura en su carrera artística y un gran cambio respecto a sus obras inmediatamente anteriores. Pero lo más extraordinario es que, a pesar del cambio de dirección, Shostakovich supo en todo momento mantener su personalidad musical, su capacidad de invención y su originalidad.
Comenzaba una nueva etapa para Shostakovich, el terror había pasado, aunque el sufrimiento que vivió en estos años marcaría profundamente su carácter para siempre. En cuanto a su obra, aún habrían de pasar muchos años para que Lady Macbeth y la Cuarta Sinfonía fueran recuperadas y reinsertadas en el repertorio musical soviético.
Notas
1. SERVICE, R.: Historia de Rusia en el Siglo XX. Crítica. Barcelona, 2001.
2. FANNING, D.: “Shostakovich, Dmitry”, en The New Grove Dictionary of Music and Musicians.
3. Pravda. 28 de enero de 1936.
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