Por Aurelio M. Seco
A finales de los años ochenta, la progresiva apertura de la Unión Soviética y su sucesivo hundimiento propiciaron la difusión de una serie de compositores cuya música irrumpió en el panorama internacional con una singular e inesperada fuerza de penetración. Cuando en 1991 las repúblicas bálticas de Letonia, Estonia y Lituania lograron su independencia, pocos podían imaginar que ámbitos culturales hasta entonces tan periféricos incluso dentro de la antigua confederación soviética pudiesen dar origen a un fenómeno tan llamativo y controvertido como el protagonizado por los compositores bálticos. El ejemplo más clamoroso fue, sin duda, el del estonio Arvo Pärt (1935). En poco tiempo, su música se convirtió en un curioso caso de superventas que llegó a públicos muy diferentes, no necesariamente cercanos a la música clásica. Promovidas por intérpretes del calibre del violinista letón Gidon Kremer, piezas como...
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