Por Alejandro Martínez
28/12/2014 Berlín: Staatsoper, Schiller Theater. Mozart: Die Zauberflöte. Anna Prohaska, Rene Pape, Conelia Götz, Gyula Orendt, Martin Homrich, Sónia Grané y otros. Sebastian Weigle, dir. musical. August Everding, dir. de escena.
Es curioso el alto nivel que presentan a menudo las funciones de repertorio de algunos teatros centroeuropeos como Berlín o Viena. En esta ocasión nos encontramos con una Zauberflöte aliñada con ingredientes de probado interés, como el Sarastro de Rene Pape, y elementos de franca curiosidad, como la joven Anna Prohaska, junto a la batuta del ya contrastado Sebastian Weigle. El resultado de la representación, sin ser brillante en todos sus extremos, sería sin duda la envidia de muchos teatros que ponen hoy toda la carne en el asador en cada nueva producción, en lugar de abundar en reposiciones bien planteadas como la que nos ocupa.
En escena se disponía la producción de August Everding, que ya comentásemos hace unas semanas en su ejecución prevista para la Bayerische Staatsoper de Múnich. Es curioso comprobar cómo Everding ejecuta de forma levemente distinta un mismo concepto, a partir de escenografías diferentes, telones distintos y no pocos cambios en el vestuario y la utilleria. Si en Múnich era Jürgen Rose el responsable de todo esto, en Berlín la escenografía recaía en Fred Berndt a partir del legado de Karl Friedrich Schinkel, y el vestuario era obra de Dorothée Uhrmacher. El resultado, grosso modo, es la misma Flauta que vimos en Múnich, sí, pero con otro aspecto, ni mejor ni peor, a decir verdad, pero distinto. En esta ocasión destaca por méritos propios la lograda estampa con ese cielo iluminado de estrellas con la aparición por vez primera de la Reina de la Noche, pendiendo de lo alto del escenario. La producción, como ya dijésemos al hilo de las funciones de Múnich, es vistosa, ágil y cuenta con los suficientes guiños de comicidad y poesía como para sostenerse todavía hoy, a pesar de lo aparentemente caduco de sus ropajes.
La labor de Sebastian Weigle en el foso no fue genial, aunque estuvo salpicada por muchos detalles de talento. Tuvimos la impresión de que la versión musical se sostuvo más en el verdadero virtuosismo de la Staatskapelle de Berlín que en la batuta de Weigle, más rutinaria de lo esperado. La orquesta ofreció un verdadero derroche de medios, con un sonido ligero, ágil, brillante y preciso, destacando por igual la textura de las cuerdas, el color de los metales y el acento de las maderas. Y todo esto, insistimos, en una función de repertorio más, una entre tantas.
De entre todo el reparto destacó por méritos propios el sobresaliente Sarastro de Rene Pape, quizá de medios no tan rotundos en el grave, pues no es un bajo profundo, pero cargado con una autoridad en el decir y una solemnidad en escena que lo compensan todo. Junto a Pape, el segundo aliciente vocal de la noche estuvo en la joven soprano Anna Prohaska, que mostró una Pamina muy madura, con gran musicalidad, sostenida sobre un instrumento francamente bello, de emisión segura, firme, limpia y variada.
Cornelia Götz cuajó una Reina de la Noche sin grandes alardes, a partir de unos medios escuetos, manejados con soltura pero sin brillo, algo sobreactuada para nuestro gusto. Muy completo el Papageno de Gyula Orendt, de voz bien timbrada, acentos variados y muy atinado en escena. Encontramos un tanto esforzado el Tamino de Martin Homrich, con una emisión un tanto apretada en el agudo, con un fiato irregular, aunque con un fraseo voluntarioso y una actuación teatral más que plausible. Intachable la Papagena de Sónia Grané.
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